Ha llegado a lo más alto a la hora convenida. Lo promocionó Willie Walsh, el hombre fuerte de la internacionalización de Iberia de la mano de Britsh, una de las pocas firmas soberanas que quedan en pie -junto a Air France, Lufthansa o Alitalia- de las viejas compañías llamadas de bandera. Ya hace mucho que Iberia perdió su liderazgo en la Marca España, pero lo cierto es que estos años, durante la presidencia ejecutiva de Luis Gallego, con menos brillantez está dando mejor servicio. Y digo que ha llegado a la hora convenida porque son muchos los que se alegran por este “chico de barrio” muy formado, hijo de un técnico del aire que ha pasado su vida entre motores. Gallego es un “tío legal”, como se dice en el Madrid castizo, que sin ir más lejos es hoy el ejecutivo español señalado para desempeñar -a partir de marzo de este año- uno de los cargos de mayor rango a nivel internacional: la cúpula de IAG, como presidente y consejero delegado del holding.
Gallego llegó a Iberia para reconvertir y reconvirtió sin mellar, en un momento en que la compañía anunciaba un excedente laboral de 4.000 empleos. Él se puso el primero a la hora de dar ejemplo desde lo más alto, renunciando a un bonus de 600.000 euros, que se dice pronto. Alguien que discontinua rutas (eufemismo de ir cerrando), suspende puestos de trabajo y prejubila, debe dar ejemplo. Lo aprendió de joven, no lo duden, bajo la tutela de águilas y galones en la bocamanga, en el Servicio de Formación de Cuadros del Mando del Ejército del Aire; téngalo por seguro, aunque para entonces ya era ingeniero aeronáutico de la Politécnica. Pasó por Aviaco, Indra (la Indra de los radares y simuladores que cubren nuestro cielo, privatizada por Javier Monzón), por el taller de mantenimiento de Air Nostrum y participó en la fusión entre Clickair y Vueling, la empresa fundada por los Lara de Planeta, de la que salió Alex Cruz, hoy presidente de British. Gallego ha tocado tolos los palos del negocio.
En silencio y sin alharacas, la renuncia de Gallego al bonus remarcó la diferencia entre la responsabilidad y la mano rota de los jeques de la banca, los Francisco González (BBVA) de ahora mismo y los anteriores, bajo la crisis financiera de 2008, como Sanz Abad y Francisco Luzón, del Santander; Marín (Banif); Juan María Nin (Caixabank) o los mismos Ángel Ron y Francisco Gómez, tras el desastre del Popular. Todos ellos, después del rescate de sus bancos por el erario público de todos los españoles, se han ido a casa como pensionistas de oro. En todo caso, el éxtasis de los finiquitos en la banca es anterior; empezó con Ángel Corcóstegui al ser cesado por los Botín, como Amusátegui que después del Central Hispano fue rechazado ya dentro del Santander, seguidos ambos de Goirigolzarri, al marcharse del BBV para desempeñar la presidencia de la nueva Bankia y poner en marcha la entidad arrasada por el malogrado Miguel Blesa.
A Gallego, hombre discreto, no le gustará la comparación, pero las victorias morales, en tiempos difíciles, son de remarcar. Iberia supo sufrir en el momento del ajuste. Ahora, bastantes años después de su integración en British, expresa el acento español del conglomerado británico, formado por Iberia, Aer Lingus, British Airways y Vueling. En lo más crudo de la crisis, el ajuste de IAG, puso a Iberia en el ojo del huracán. La aerolínea española atravesó un desierto, en medio del cual los pilotos pusieron a la compañía al borde del abismo con una huelga salvaje jamás vista. Por unos días los corporativos controladores contaminaron al Sepla, sindicato de pilotos, convertido en arma arrojadiza.
Ahora, la política mueve los pasos de Londres. El Brexit, como síntoma de una enfermedad moderna llamada populismo, ha entregado a España la sede social de IAG, mientras la sede corporativa sigue estando en Londres. La aviación civil británica no está dispuesta a perder sus rutas en París, Frankfurt, Madrid o Milán; será como será, pero tonta, no es; ya jugó un papel logístico destacado en el cielo de Londres, hace 80 años, cuando la RAF de la Reina se enfrentó a la poderosa Luftwaffe.
La salida del Reino Unido de la UE sin acuerdo supuso un riesgo grave Londres, porque existía la posibilidad de que IAG se quedara sin licencia en el seno de Europa continental. Sin embargo, el soberanista Boris Johnson selló la incertidumbre con su pacto en Bruselas que ha evitado el Brexit duro y manteníar el espacio comunitario para sus vuelos. Ahora, el Jap comercial de IAG dentro de la UE es Madrid y allí ha situado la compañía su alto mando.
A estas alturas, nadie regala nada y menos Londres; British ha testado a Gallego y a su equipo, que han pasado con nota alta. No olvidemos que Iberia perdía dinero a capazos y en apenas dos ejercicios volvió a la rentabilidad, después de pactar con los sindicatos. Tras equilibrar las cuentas, el nuevo hombre fuerte de IAG se la jugó al todo o nada. Le faltaba superar el desequilibrio de la fusión, entre British e Iberia, saldada como todas a favor del más poderoso. Lo supo bien cuando el comité de dirección de British desveló que la compañía británica estaba condicionada por el fondo de pensiones inamovible de sus empleados. Dicho de otro modo: el pasivo de Britsh tenía preferencia frente al pasivo de Iberia y los derechos políticos en los órganos de gobierno de IAG señalaban el camino de la hegemonía británica; ellos nunca cederían y nosotros debíamos doblegar la rodilla.
Era el último ejemplo de cómo se complican las relaciones bilaterales entre dos grandes empresas de dos países, cuando hay comprador y vendedor o tragador y tragado, como ha ocurrido en Nissan, en Seat-Volkswagen y en tantos otros sitios. En un mercado quién fija el precio manda; o lo que es lo mismo España puede ser un país de segunda a pesar de la alta cualificación de sus directivos.
No me digan cómo, pero Luis Gallego superó la asimetría entre Britsh e Iberia en el seno de IAG, aunque siempre veremos circular, por debajo de los puentes, la sangre derramada de los vencidos. Sea como sea, lo que nunca fue una fusión entre iguales, ahora, empieza a serlo un poco más.