Francisco González (FG), jerarca supremo del BBVA durante casi dos decenios, compareció esta semana en la Audiencia Nacional para prestar declaración como investigado. La fiscalía le acusa de los delitos de cohecho y revelación de secretos.
Los hechos se desarrollaron durante casi tres lustros. Tuvieron de protagonista estelar al famoso excomisario de policía José Manuel Villarejo, a quien el banco contrató para realizar una serie de cometidos inconfesables.
El más relevante consistió en frenar por todos los medios posibles el asalto de la poderosa constructora Sacyr. Semejante peripecia es la que ha desencadenado la imputación de González y otros altos directivos de la entidad.
Para su labor de espionaje, Villarejo llegó a pinchar nada menos que 4.000 teléfonos: políticos, empresarios, periodistas y el mismísimo Rey Juan Carlos I. Contribuyó, así, a bloquear la ofensiva de Sacyr hasta su completo fracaso.
Sin duda, el triunfo de la osada operación de la ladrillera hubiera supuesto para FG la pérdida de su poltrona y los suculentos chollos crematísticos anexos. Es decir, el fichaje de Villarejo tuvo por finalidad última evitar el desalojo de FG de su dorada cima.
A la vez, Villarejo percibió por sus actuaciones entre 2004 y 2017 la suma de 11 millones de euros, sufragados directamente con los recursos corporativos. Tal sujeto, conocido como el “rey de las cloacas”, acostumbraba grabar las conversaciones con todos los interlocutores.
Sus siniestros archivos sonoros, ahora en manos de las fuerzas de seguridad, son una bomba nuclear que están provocando la apertura de numerosas causas judiciales.
La última de ellas, altamente explosiva, atañe a un episodio de corte idéntico al del BBVA, ocurrido en Iberdrola. Este coloso eléctrico, bajo la batuta de Ignacio Sánchez-Galán, reclutó también a Villarejo, en su caso para cerrar el paso a la constructora ACS de Florentino Pérez.
Y también se utilizaron todos los artificios imaginables, sin demasiados escrúpulos sobre su licitud. Las revelaciones de El Confidencial ponen de manifiesto que Sánchez-Galán fue el instigador máximo de toda la trama.
Por su parte, el gallego Francisco González siguió rigiendo BBVA con mano férrea hasta el pasado diciembre, cuando dimitió apremiado por el devastador escándalo de marras. En marzo renunció asimismo a la presidencia de honor y sus bicocas, y se desvinculó totalmente de la compañía. Había liderado sus destinos desde principios del milenio.
Esta semana, en su comparecencia ante la Audiencia Nacional, FG se llamó andana y se hizo el sueco. Tras deambular por los cerros de Úbeda, se negó a asumir responsabilidad alguna y la descargó entera sobre los subalternos, en particular su número dos, el ex consejero delegado Ángel Cano, quien también está imputado.
Aseguró desconocer las prácticas mafiosas de Villarejo. Vino a decir que no podía ocuparse de tales menudencias, pues estaba entregado a asuntos de mucho mayor fuste y calado.
Por ejemplo, se supone que debía gastar algún tiempo en contar la fortuna que devengaba por el desempeño de su propio cargo. Según mis cálculos, cobraba más de 22.000 euros diarios, incluidos los fines de semana y las fiestas de guardar. Es uno de los directivos españoles que más caudales amasó en los últimos 20 años, a razón de una media de 8 millones por ejercicio.
Desde que tomó el mando absoluto en 2001 hasta su deshonrosa dimisión en marzo de 2019, este espabilado agente de cambio y bolsa sangró a la institución vasca la fruslería de 160 millones de euros entre sueldos, pagas y fondo de pensiones.
Sería exagerado afirmar que se los ganó merecidamente, pues la gestión de González no sólo no colmó la felicidad de los accionistas del banco, sino que les ocasionó duros quebrantos.
En el momento de abandonar la fortaleza por la puerta de servicio, el BBVA había perdido en bolsa una cuarta parte del valor que lucía al comienzo del mandato de González. Dicho con otras palabras, desde que aquel se encaramó a la cúspide hasta su cese, los socios de la casa sufrieron un menoscabo equivalente al 25% de su inversión. Pocas veces una administración tan perjudicial se vio retribuida con tamaña generosidad.
Por lo que venimos observando, la estrategia de FG para librarse de las garras de la justicia está más vista que el tebeo. Consiste en sacudirse de los hombros toda culpabilidad y volcarla sobre los adjuntos. Como si don Paco fuera una especie de paracaidista que recaló, llovido del cielo, en el cuartel general del gigante financiero.
Ahora sostiene la peregrina teoría de que apenas se enteraba de cuanto acontecía a su alrededor y de que los empleados disponían del dinero de las arcas sociales en cantidades enormes, a su antojo y a espaldas de la alta dirección.
En tal hipótesis, ¿qué demonios pintaba el capo de todos los capos? ¿Cómo es que no se enteraba de la misa la mitad? ¿Acaso era el BBVA una especie de reino de taifas, donde cada jefezuelo hacía de su capa un sayo y fundía la pasta de la firma como le venía en gana?
Ya se verá lo que dictaminan los tribunales. De momento, la cobardía de Francisco González y su desparpajo al endosar el muerto a los subordinados, resultan cualquier cosa menos ejemplares.