El desplome del PDCAT parece imparable. Pero no lo es tanto y no lo será mientras Carles Campuzano y los suyos sigan levantando la bandera del reformismo. Sea como sea, ya se divisa en el horizonte un escenario regeneracionista, federalista y hasta krausista si me apuran, para el catalanismo serio, venga de donde venga, pero solo si finalmente abraza la legalidad. Mientras, en JxCat aletea el desorden bajo la sombra alargada de Puigdemont, señor de Waterloo y cacique del 2017, que ha investido candidato a su propio abogado, el subido Cuevillas, experto en Derecho Procesal.
Lo que se hunde es JxCat. Lo dicen las encuestas, sin que nada sirva de lenitivo, ni la futura petición de indultos para los presos. La petición se argumenta en el programa electoral de JxCat, pero los números uno y dos de la lista, Jordi Sánchez y Laura Borràs, lo han rechazado. El barullo ex convergente es indomable. Los nacionalistas reconvertidos en soberanistas repiten los vicios girondinos, cuando se sometieron la senda jacobina en la Asamblea Nacional francesa y recaen en los lamentos mencheviques cuando acataron la hegemonía bolchevique, en el Soviet de Petrogrado. Por más coco politiquero que le pongan, los deJ xCat son mentalmente débiles. Jordi Sánchez no se aclara y Laura Borràs, directamente, no se entera. Detrás de ellos, su partido, el PDECAT, recompone lentamente sus redes; hace las veces de Penélope, teje y desteje, pero no por dilatar el tiempo sino por recomponer las piezas.
Borràs solo crece desde la negación del otro. Denuncia que “ERC le ha dado un cheque en blanco al PSOE”. Se retrata ante Oriol Junqueras, que descartó el pasado viernes la vía unilateral, desde la sala de banderas de Soto del Real: “no habrá líneas rojas”. Borràs no habla, solo inflige. Trata de agrandar la separación entre las dos formaciones indepes: “me horroriza que los votantes independentistas tengan que elegir entre votantes y presos”. La ex consejera de Cultura desconoce el abecedario de la política electoral, ese mundo escurridizo y estólido en el que el mismísimo Gabriel Rufián va de bueno por exigencias del guión.
Pedro Sánchez aprendió durante sus Cien Días, sometido por los barones –Susana Díaz y García-Page, neocatecumenales de la España metafísica- y regresó para jugarse el todo por el todo en el campo de batalla del sufragio universal. Después de aquel Comité Federal que lo descabalgó, se desterró asimismo para evitar la derrota y regresó ungido y coronado. Ahora quiere poner en valor sus argumentos, pero es un poco tarde. La Cataluña constitucional lleva casi dos lustros sufriendo el martillo soberanista que la desprecia. Los ciudadanos libres somos un blanco fácil. Vivimos entrelazados; víctimas y verdugos llevamos a cuestas el mismo pelaje. La línea que no separa es apenas perceptible, pero entre nosotros se ha abierto un abismo alimentado por el dogma monoteísta de la autodeterminación.
La ausencia de un centro político alimenta el invento independentista de estar luchando contra una España autoritaria, neofranquista. El credo indecente de la camarilla de Waterloo trata de comparar a los polítocastros de JxCat con los honorables miembros de la Cataluña de las tumbas humeantes; los fusilados en la posguerra (¡¡lean de una vez a Paul Preston!!) o los mas ambivalentes, que sufrieron un largo exilio interior, perseguidos por la Ley de Responsabilidades Políticas de los vencedores. Los indepes confunden los actúales tribunales de justicia con los de Orden Público y a la policía de hoy con la del marqués de Rebalso o los hermanos Creix. Y hay que decir bien alto que La Brigada Patriótica de Fernández Díaz no es la policía judicial de hoy. Solo es una excrecencia.
La ignorancia y el resentimiento son una mezcla letal. Laura Borràs es hija de este cruce por más que en 2013 fuera nombrada directora de la Institución de las Letras Catalanas. Es miembro del Internacional Advisory Board del Electronic Literature Organization (ELO), profesora del Programa de Doctorado Europeo Cultural Studies in Literary Interzones, Erasmus Mundus de Bergamo), de Erasmus Intensive Program on European Digital Literatures que coordina la Universidad de París 8, así como miembro del jurado del Sant Jordi y el Ramon Llull. Cosas todas ellas dignas de encomio, pero que no la libran de mantener un concubinato falsario con la historiografía romántica que la justifica.
Pese al medallero curricular que exhibe, esta señora está políticamente sorda como una tapia. No escucha los lamentos, cada día mayores, de una sociedad doliente que se prepara para ser saqueada. La vanguardia del procés lo quiere todo; especialmente el poder de interpretar, como lo ha hecho la misma Borràs con el ataque sufrido por Cayetana Álvarez de Toledo (no es ninguna santa) en la UAB: “hay gente que busca problemas y cuando buscas problemas los encuentras”. O la también candidata de JxCat, Miriam Nogueras, que despachó así aquel escrache: “son pequeños incidentes”. Cayetana, la madame de Staël de lengua bífida contra la Barcelona nacionalista y el Madrid socialista, ya sufrió a la ex consejera y firmante del Manifiesto Koiné, en el debate entre los jefes de lista por Barcelona del pasado tres de abril. Aquel día, Borràs se negó a debatir en castellano; fue la única que habló en catalán porque hablar la lengua “de los colonos” es un menosprecio para el catalán.
Desgraciadamente, la historia está plagada de pequeños incidentes, como los asaltos en las aulas de la ira o la quema de libros por parte de los nazis, el 10 de mayo de 1933, en Berlín, el episodio premonitorio que extrapoló Elías Canetti en Auto de fe (Muchnik). Dejémonos de grandes pequeñeces. La gente quiere hablar sin tapujos, salir a la calle, ir al bar de la esquina y decir bien alto que estamos hartos de Calvinos y Torquemadas.