Nada es lo que parece. Colau gana con los votos de Valls, pero el hacedor es Jaume Collboni, el candidato del PSC, la force tranquille. El líder socialista y nuevo hombre fuerte del Consistorio expone así su triple garantía: “alcaldía progresista, buen gobierno y desmarcar a Barcelona del procés”. Más anchos que panchos, nos hemos sacado de encima el polvo del camino. Este año ya no iremos a Montserrat a pie para ofrendar ante la virgen morena con la plaza empedrada frente a la basílica inundada por la marea amarilla. Por más benedictino que sea, el fuego sagrado del monasterio estuvo marcado por Friedrich Overbeck, aquel dogmático alemán inspirado en la pintura de Fra Angélico o Durero. Después de todo, los pensionistas y los jóvenes airados, que sostienen el procés en las calles, se comportan como nazarenos.
Nadie reparaba en Collboni la noche del 26M, entre los vítores y aplausos de ERC. Al día siguiente, en la tertulia mañanera de RAC1, todo eran parabienes indepes, hasta que Jordi Mercader dijo aquello de “bueno, bueno, yo no estaría tan seguro porque los soberanistas sumados han perdido”. Hizo dudar a la misma Rahola. Hoy sabemos que la política es una cosa y su contraria: los que ayer legitimaron el pacto PSC-BComu son los mismos comuneros que, en su día, rompieron el consenso de la pasada legislatura a causa de la aplicación del 155 y provocaron la salida de los socialistas --bajo la sombra jacobina-- del equipo de gobierno municipal. Esta vez, ha sido lo contrario: el modus vivendi ha pasado por encima del modus operandi.
En fin, sea como sea, ya no pende sobre nuestras cabezas la guillotina indepe de Ernest Maragall. Uno podrá andar de nuevo por la acera del Paseo de Gracia, para ojear escaparates. Vuelve el oficio del flaneur; el dulce pasear del mirón, el gusto por la vague, afición inveterada de los habitantes del Eixample, esta tierra de gigantes al estilo del Brobdingnag de Swift, como escribió Robert Hughes. Hoy domingo, las granjas ofrecen muy de mañana suizos con ensaimadas. El almuerzo familiar no empezará entes de las tres de la tarde, como mandan los cánones, y antes de bendecir la mesa, haremos un extra en el Forn de Sant Jordi, pongamos por caso, comprando una buena tarta de crema para el postre. El café no se servirá con gotas de malvasía. Nos hemos librado de la ratafía que le regaló el cursi de Torra a Sánchez. Vuelven el brandy español y el Armañac francés.
En este regreso de Colau al bastón de mando no podemos desdeñar el efecto Subirats, los consejos del profesor Joan Subirats, catedrático de Ciencia Política de la UAB y Comisionado de Cultura del Ayuntamiento. En febrero del año pasado, cuando se hizo cargo del equipo técnico del ICUB, tras la salida de Collboni, Subirats enamoró por exceso, cuando prometió llenar el eco de nuestras plazas con la “voz de los filósofos”. Afortunadamente, la Academia persevera. Y no es casual que la política española esté siendo supervisada por sabios, como lo ha hecho Francesc de Carreras, ideólogo profundo del nacimiento de Ciudadanos. En su conocida carta pública, Carreras le toca el crustó a Albert Rivera por abandonar el centro y enrolarse, muellemente enardecido, en la División Azul de Vox, por medio de una operación llamada de centro-derecha para regocijo sarcástico de las musas; pasaría si no fuera porque una de ellas (de las musas) se llama Macron y manda en el grupo liberal del Europarlamento.
La región metropolitana le ha secado las ubres a mamá patria. Ya no oigo proclamas épicas por las esquinas, al estilo de ¡Restaurad el Consistorio del Gay Saber! ¡Asombrad al mundo con sonetos, canciones de amor y alboradas!, como escribió Rubió i Ors. El autor de Lo gayter del Llobregat, no imaginó que su fatua composición ruralista gustaría un siglo y medio después a los maestros de nuestra escuela pública, doblegada por la normalización monoglósica y dotada de un odio etrusco al castellano. Los mismos enseñantes celebran las letras del pairalista Milà i Fontanals, que fue descrito, con rotunda coña, como la “gloria de nuestra Renaixença, tan asmático, jadeante y escandalosamente gordo que sus alumnos le llamaban "la Ballena Literaria”, en palabras de Josep Maria de Sagarra. Milà fue un antecedente del catalanismo elegíaco y profundamente conservador que hoy manifiestan los líderes soberanistas, marcados por la visión del país supuestamente antiguo, metáfora del orden natural y símbolo de resistencia; y también mito exacerbado, si hablamos de Aribau, el poeta menor de la famosa Oda --“Adeu siau turons…… i al mig del mar inmens la mallorquina nau”-- manifestación del paisaje como algo orgánico, con elementos litúrgicos, como el pi de les tres branques o el Pla de la Calma.
Hoy es festivo, un buen día para desempolvar la bicicleta como hacía Jacques Tatí, monsieur Hulot, recogiéndose con pinzas el vuelo del pantalón. A pesar del montón de cosas agradables que pasan los fines de semana en la bella Aix-en-Provence, por ejemplo, no sabemos si Colau le ha dado las gracias a Valls por los tres escaños del consistorio que la han hecho alcaldesa. Ser agradecida es de bien nacida. Pero ella, disimula, dice que ella es de izquierdas y que ha leído a Gramsci, como Pissarello, que también dice que ha leído a Gramsci, el muy granuja. Ada dice además que Valls es de derechas y, “ya sabéis”, no se hablan. Por más que haya pesado el mérito del exprimer ministro francés (un político profesional con una velocidad mental muy superior a la media española), la Colau lo pone en remojo como ha hecho el PSOE con la ASG de la isla de la Gomera, comandada por Corbelo. Cría cuervos.
Ha llegado la hora de volver al tajo, por los menos en el Ayuntamiento de Barcelona, bandera de internacionalidad, reflejo de la imaginería industrial que nos hizo grandes; ciudad hija del instinto emprendedor y del acento obrerista de tantas calles y plazas. Torra, el taimado, lo ha dicho muy claro: “volveremos a hacerlo”, lo de la DUI. No le basta con prevaricar a diario, ahora amenaza simple y llanamente. Amenaza y miente cuando dice que la economía crece aplicando mecánicamente el cuadro vegetativo del PIB, sin advertir a la población de que las inversiones y proyectos de futuro están detenidos por la incertidumbre del procés.
Hay que cruzar la plaza de Sant Jaume. No será la primera vez que Barcelona arregla lo que Cataluña destruye. Pujol se cargó el Área Metropolitana y Pasqual volvió a levantarla desde el municipio. Ahora le toca a Ayuntamiento de progreso, con el sello de calidad de Valls y la ayuda de Collboni, el muñidor de Colau.