Algo muy raro sucede cuando desde Sao Paulo te llama una familia preocupada por la seguridad de su hija, que planea unas vacaciones en Barcelona. O cuando una joven norteamericana que pretende estudiar un máster en España, duda entre Madrid y Barcelona, y te comenta que en Miami le sugieren Madrid por la inseguridad ciudadana en Barcelona. En Sao Paulo y Miami, dos ciudades con un índice de criminalidad extraordinariamente superior al de Barcelona, la sensación es que estamos sumidos en el caos. La primera consideración es, pues, obvia: la exageración es enorme y, aún reconociendo la gravedad del problema, éste debe considerarse en su justa medida.

Muy lejos de los niveles de inseguridad de ciudades como Sao Paulo o, en menor medida, Miami, lo cierto es que en Barcelona ha aumentado y, lo más preocupante, que puede seguir al alza si perseveramos con determinadas dinámicas. La falta de seguridad es un drama para cualquier ciudad pero, aún más, en el caso de Barcelona pues, precisamente, en su calidad de vida se fundamentan sus principales sectores económicos. Así, el turismo y los congresos, pero, también, toda esa nueva economía que pivota sobre la capacidad de atraer buenos profesionales para que arraiguen en la ciudad.

Al analizar la problemática de Barcelona, debemos empezar por considerar que la ciudad reúne unos cuantos ingredientes que favorecen la criminalidad. Así, los efectos que aún perduran de la gravísima crisis; la presencia de numerosos jóvenes inmigrantes marginados y desorientados; la condición de ciudad portuaria; y el elevadísimo número de turistas que la visitan. La exigencia es, pues, enorme. Para hacerle frente resulta indispensable una atención elevada y sostenida sobre los principales focos de conflicto por parte de las autoridades públicas y, simultáneamente, una actuación plenamente coordinada entre los diversos niveles de la administración. No ha sido el caso.

Por el contrario, en los últimos años ha coincidido la orientación cuasi absoluta de la política catalana hacia el procés, con un poder municipal inexperto y conducido por lecturas tan bienintencionadas como alejadas de las exigencias del día a día. En este contexto, además, se ha debilitado la colaboración con la administración central.

Hace ya años me preocupa que Cataluña padezca una especie de aluminosis. Aquella enfermedad que deteriora muy gravemente la estructura de un edificio, sin que emita señales de alarma. Y cuando éstas aparecen, en forma de pequeñas grietas, lo que se descubre es un deterioro generalizado y muy complejo de la estructura que sustenta el inmueble.  

Son ya muchos los ámbitos en que, aún siendo difícil de cuantificar, están empezando a aparecer grietas. La seguridad es uno de los más alarmantes. La cuestión no es tanto identificar a los responsables del desastre como gestionar la realidad inmediata que nos rodea. Si no queremos males mayores, hay que cambiar radicalmente las prioridades de la acción pública, priorizando el gobierno de las cosas, entre ellas la seguridad. No sea que por construir un país nuevo y magnífico, se nos quede en las manos el que teníamos. Y que no estaba tan mal.