Hace unos meses, las primeras referencias de Joan Laporta a las palancas, para reforzar la debilitada economía del Barça, me retrotrajeron a 20 años atrás cuando, en plena euforia, arraigó el concepto de apalancamiento. Entonces, se llegó a considerar como muestra de buen hacer empresarial el apalancarse, entendido como pedir cantidades enormes de dinero a interés reducido para, sin hacer demasiado, invertir en actividades de gran rendimiento a corto plazo y forrarse en pocos años, o meses. La magia del invento se sustentaba en sustituir la palabra endeudamiento por apalancamiento. Era lo mismo, pero con una lectura muy distinta: el endeudado era un pobre infeliz mientras que el apalancado era un espabilado que entendía los tiempos. Todos recordaremos cómo acabó aquella fiesta.

Ahora, en pleno apalancamiento masivo del Barça, hay dos actitudes sorprendentes ante lo que no deja de ser un todo o nada, una apuesta muy arriesgada que no se sabe cómo puede acabar. Sin embargo, de manera muy mayoritaria, se tiende a amagar el enorme riesgo de la operación, señalando la lucidez de quienes la han diseñado y ejecutado. Aún más curioso resulta que quienes sustentan esta actitud son élites institucionales y empresariales, que saben perfectamente de los riesgos de la operación.

Por otra parte, aún asombra más esa sensación arraigada en dichas personas de que, por alguna razón que a mí se me escapa y ellas no saben formular, el Barça no puede acabar en manos de algún ricachón de turno, como ha sucedido con la inmensa mayoría de clubs europeos. En función de cómo avancen los acontecimientos, la deuda puede forzar de manera relativamente rápida la transformación del club en sociedad anónima deportiva (SAD). Cuando se comenta esta opción, la reacción mayoritaria es dar a entender que es imposible, que algo sucederá para impedir dicho final. Un acto de fé sustentado en el papel singular del Barça en este mundo.

Veremos lo que el tiempo nos depara. Caso de no poder hacer frente a la deuda acumulada, no duden mis lectores de que, entonces, se señalará a Laporta y los suyos como los grandes responsables del desastre. Curiosamente, quienes más les señalarán son aquellos que, durante este último año, han avalado, por activa o pasiva, el recurso a las palancas. En fin, nada nuevo, más o menos lo que ya nos ha sucedido con el procés.