Se cerró el congreso del Partido Comunista con la reelección para un tercer mandato de cinco años de Xi Jinping, quien quiso escenificar su poder con una purga televisada y en directo para todo el mundo del anterior presidente de China, Hu Jintao. La escena fue brutal y ejemplifica la deriva hacia una dictadura unipersonal, de carácter vitalicio, a la que se dirige el país más poblado de la tierra. Si en las últimas décadas el Gobierno chino estaba formado por un grupo de tecnócratas cuyo principal objetivo era el crecimiento económico en convivencia pacífica con sus vecinos y los EEUU, con Xi se impone un cierre ideológico que acentúa el control social y la política nacionalista, con un objetivo de expansión en el Indopacífico. Todo ello es profundamente inquietante y supone una quiebra de la mirada indulgente con la que hasta ahora analizábamos al gigante asiático. Cuando en julio pasado se celebró la cumbre de la OTAN, llamó la atención que China fuera considerada por primera vez como la principal amenaza de futuro para Occidente, aunque ahora mismo el mayor peligro sea Rusia y el régimen de Vladímir Putin. Como vaticinio pudo parecer exagerado y hasta provocativo, pero lo cierto es que en China se está desarrollando un modelo sociedad totalitaria, tecnológicamente muy sofisticada, que se acerca bastante a la distopía orwelliana, con manipulación informativa, vigilancia masiva y represión política.

El pasado fin de semana, en la ciudad más grande de país, Shanghái, de 20 millones de habitantes, se notificaron 10 casos de Covid. Pues bien, entre otras medidas coercitivas, el Gobierno como reacción, repito a esos 10 casos, decidió cerrar a cal y canto algunos espacios públicos, y uno de ellos fue el parque de atracciones Disney, con lo que ha dejado aisladas a unas 30.000 personas, que solo pueden abandonar el recinto tras dar negativo en tres pruebas de PCR. Una locura que llevó a mucha gente a huir a la carrera, infructuosamente, y a intentar saltar las vallas. Días atrás, la ciudad de Wuhan volvió a confinar a unos de sus distritos, de más de casi un millón de habitantes, por un rebrote en sus calles. Las restricciones y los confinamientos locales se suceden en toda China a la que se registran cuatro casos, para lo cual previamente se han implantado unos controles sobre la población muy estrictos basados en la inteligencia artificial y al reconocimiento facial. Pese al daño que para la economía representa la política “Covid cero”, con cierres de empresas, ruptura de las cadenas de producción y suministro, huida masiva de la colonia extranjera de Shanghái, etcétera, el Gobierno de Xi sigue aferrado a la estrategia de erradicar el virus, lo cual sanitariamente no tiene ninguna lógica cuando hace más de un año que tenemos vacunas y la OMS, a mediados de septiembre pasado, afirmó que el fin de la pandemia estaba muy próximo.

Mientras en Occidente vivimos y trabajamos ya sin pensar en el Covid, cuya gripalización es una evidencia, en China el virus es una excusa para la implementación de unas formas de control social de carácter totalitario. No tiene otra explicación. Aunque la vacuna china no sea tan buena como las europeas y americanas, que han desarrollado la prometedora tecnología ARNMensajero, la estrategia de erradicar el virus impidiendo su circulación en un país tan poblado, de 1.400 millones de habitantes, de los que 2/3 partes se encuentran viviendo en un 1/3 del territorio, es imposible en un mundo globalizado. Por tanto, hay que leer la política “Covid cero” como un anticipo del modelo de distopía orwelliana a la que se encamina China. Como occidentales, progresistas y liberales, debemos denunciarlo y ponernos en alerta.