La deriva de una parte de la movilización independentista hacia la violencia suscita la conveniencia de evaluar la responsabilidad que en la eclosión del vandalismo han tenido las distintas instituciones públicas y privadas implicadas.

Ya no es objeto de discusión que los medios públicos de comunicación de la Generalitat han sido una herramienta básica de estructuración, estímulo y difusión de instrucciones y consignas para la organización de las acciones que, como era razonable esperar, han devenido violentas, por más que haya quien se sorprenda o finja sorpresa. No vale la pena consumir mucho tiempo en la argumentación. Es algo reconocido y admitido, por mucho que sea repugnante en democracia la desviación de recursos públicos para la alimentación de una línea de sectarismo.

Pero hay otras organizaciones que han contribuido de una manera decisiva a la situación actual y que han conseguido hasta ahora mantener una discutible aureola de moderación e incluso pacifismo.

Se trata, evidentemente de la ANC y de Òmnium Cultural, dos piezas esenciales en la configuración y desarrollo de una “revolución de las sonrisas” que ha acabado en una exhibición sostenida de promoción de actos ilegales y para decirlo claramente de vandalismo.

La adscripción de la ANC a una agitación permanente está clara y exime de la obligación de dedicar mucho tiempo a su análisis.

Es más interesante el caso de Òmnium, que muy coherentemente va prescindiendo del adjetivo Cultural de sus inicios. Òmnium se ha convertido en una pieza esencial del movimiento nacionalista para integrar en la movilización insurreccional a un público de clases medias y clases pasivas, principalmente de la Cataluña no metropolitana.

Òmnium ha constituido una plataforma muy útil para la construcción y comunicación del mensaje de la mentira y el odio que legitima la violencia de los jóvenes y la insensata comprensión de las huestes de mayores. La organización ha colaborado activamente en la transmisión de un mensaje que, como han explicado Rafael Jorba y Joan Boada, ha intentado consolidar la imagen de una España que es un Estado fascista, que roba a Cataluña, que mantiene las instituciones del franquismo, que no respeta las libertades públicas, que tiene un sistema judicial corrompido... ¿Es extraño que unos jóvenes interpelados con esta narrativa se crean en la obligación de reaccionar violentamente?

Lo cierto es que Òmnium ha estado en todos los momentos de impulso del movimiento secesionista, desde la organización del referéndum ilegal de 1 de octubre hasta la reunión de lanzamiento del Tsunami Democràtic en Ginebra. Como consecuencia lógica de esta presencia activa, los medios de comunicación han reiterado con la mayor normalidad que todas y cada una de las acciones de este otoño estaban convocadas conjuntamente por la ANC y Òmnium. La principal aportación de esta última ha sido la de una supuesta respetabilidad derivada de su origen en los años del franquismo.

Finalmente, la contribución de Òmnium a la explosión secesionista ha sido la propia de una fuerza auxiliar de las actuaciones de agitación del Govern. La peculiar permeabilidad entre las esferas institucionales pública y privada que es típica del ecosistema político de Cataluña ha permitido a Òmnium aprovechar las indudables ventajas de la confusión.

Pero la irresponsabilidad del actual liderazgo de Ómnium y la evolución de las cosas ha conducido a la organización a comprometerse en acciones que tienen poco que ver con lo que se espera de una institución cultural. Sería el caso, por ejemplo, de la lamentable convocatoria de una vigilia con velas --quizás la versión light de las antorchas-- ante la Delegación del Gobierno a la que se suponía que, como sucede en la parafernalia indepe, era normal acudir con los pequeños de la familia. La posterior culminación de la sentada en una exhibición de violencia dejó un reguero de lamentos de vírgen ofendida.

Es una incidencia que ilustra perfectamente la deriva de la organización a la que la han empujado su presidente Jordi Cuixart y el actual vicepresidente Marcel Mauri. Ni uno ni el otro forman parte de las élites que dirigieron Òmnium en sus inicios. Esta es quizás una de las razones por la que Òmnium ha dejado el trazo fino de sus principios y se ha lanzado sin frenos por la senda del activismo más desenfrenado, radical y desinhibido. Cuixart subió a un vehículo policial destrozado, algo que los patricios fundadores no hubieran hecho jamás, entre otras cosas porque lo habrían considerado de muy mal gusto. Mauri, al actual agitador jefe, ha intentado competir con las barbaridades que proclama otra profesora universitaria, Elisenda Paluzie, y no ha ahorrado demagogia como, pongamos por caso, quedó registrado en el día tan difícil del pasado 21 de diciembre encaramado a una tarima o, más recientemente, sentando a sus pensionistas en plena calzada de una calle Diputació ocupada.

Òmnium ha fracasado en su intento de proyectar la imagen de una organización pacífica y moderada que aspiraba a superar el deterioro de imagen que conllevó la presidencia atrabiliaria de Josep Millàs.

Pero la competencia entre las facciones del independentismo ha llevado a Òmnium, recientemente abducido por Esquerra Republicana, a transitar un camino de radicalización que poco tiene que ver con el carácter y los objetivos de una institución impulsada por burgueses auténticos de Barcelona. Unos burgueses que en alguna medida procedían del franquismo, como se puso de manifiesto en la rápida solución, Creix mediante, de un incidente de clausura de la entidad en 1963.

Hace bien poco, los días 4 y 5 de julio de este mismo año, Òmnium organizó unas “Jornades sobre desobediència civil” con la colaboración del Ajuntament de Barcelona de los comuns y de toda una ristra de entidades subvencionadas por la administración municipal, todas ellas muy activas en la promoción del activismo nacionalista. De las clases de catalán de los años 60 y 70 a los cursillos sobre desobediencia civil, un itinerario que ilustra muy vivamente el proceso de adoctrinamiento de unas personas mayores que de consumidoras de Nadales y poemas del día de Sant Jordi han pasado a ser activistas contra un sistema democrático y una pieza central de la insurrección de las clases más favorecidas que se está viviendo en Cataluña.