Jordi Cabré: "Es cuestión de tiempo que el conflicto vuelva a brotar, de forma más traumática"
El escritor y activista defiende con pasión el proyecto independentista y señala que a España "le interesa" que el precio que pague Sánchez con ERC sea "alto"
24 noviembre, 2019 00:00Jordi Cabré Trias (Barcelona, 1974) es escritor, premio Sant Jordi en 2018 con Digues un desig. Había intentado ganar el premio años atrás, y fue finalista en 2010 con Després de Laura. Es autor de El canvi cultural a Catalunya (Pòrtic, 2015), y fue director general de Coordinación, Promoción y Cooperación Cultural en el Govern de Artur Mas. Es licenciado en Derecho por la Universitat Pompeu Fabra, máster en Gobierno y Gestión Pública y diplomado de posgrado en Dirección de Empresa. Sobrino del exalcalde de Barcelona, Xavier Trias, Jordi Cabré es uno de los intelectuales que defiende con mayor pasión el proyecto independentista. Pero asume el coste del proceso y las dificultades internas que ha supuesto, y entiende que se ha quedado, por ahora, en un callejón sin salida. En esta entrevista con Crónica Global señala que "es cuestión de tiempo que el conflicto vuelva a brotar, de forma más traumática".
--Pregunta: ¿Cómo ve un escritor, pero con vocación política, y con una inequívoca apuesta por la independencia, la confusión actual del independentismo, si es que cree que está confundido?
--Respuesta: El independentismo está tan confundido como el constitucionalismo. Soy de los que piensan que se trata de un conflicto sin solución, atávico, casi natural, con el que o bien se puede intentar convivir (la “conllevancia” de Ortega y Gasset) o bien aceptar que una de ambas partes ganará. Yo creo que lo que se ha demostrado es que el Estado de las autonomías no sirve. Lo dijo incluso Esperanza Aguirre en un momento de lucidez: el autogobierno debía ser a cuatro bandas, a cuatro naciones, y no a diecisiete comunidades. Una vez asumido que esto no podrá ser, y que por lo tanto la “conllevancia” pactada en 1978 ya no es posible --pero es que además creo que era la última oportunidad para intentarla--, es cuestión de tiempo que el conflicto vuelva a brotar, de forma más traumática --unilateralidad más preparada-- o bien menos conflictiva --arbitraje y referéndum--. ¿Qué provoca la confusión hoy? Que, mientras esto no pasa, vivimos en una “conllevancia” artificial e incluso más conflictiva que el conflicto mismo. Es un matrimonio que ya no se quiere y que ha llegado a las manos. No es una crisis de convivencia. Es un problema grave, y que puede terminar mal. Sobre la confusión concreta del independentismo: lo ha estado siempre excepto en 2017 (y a duras penas). Es una cuestión de fases, de concentración de energías. Como la naturaleza, parece caótica pero en el fondo obedece a unas lógicas, y siempre acaba encontrando su momento (o su primavera) para darse paso y para hacerlo con más fuerza.
--Usted se ha comprometido con el proyecto. ¿Qué ha podido aprender el independentismo, en sus diferentes variantes de la propia sociedad catalana que desconocía hasta ahora?
--He aprendido que su carácter plural es una virtud, como también lo es el carácter coral y diverso del españolismo. Eso significa que eres una comunidad nacional fuerte y no un simple movimiento unipersonal o unipartidista, o efímero, y que tienes diversos protagonistas que pueden jugar su propio papel. Como decía Francesc Pujols sobre Cambó y Prat de la Riba (y también Macià, pero de éste decía que es tan independentista que se independizaba de todo el mundo), hace falta reconocer que no todo el mundo vale para todo y por lo tanto asumir "un reparto de roles". División del trabajo. Cambó que haga de Cambó y que no intente hacer de Prat, ni de Macià. Y que cada uno lo haga bien. Y aquí incluyo desde Puigdemont a Mas y Junqueras y terminando en el Tsunami o los CDR. No son lo mismo. Y, sin embargo, lo son: expresan, cada uno a su manera, lo que Joan Maragall (refiriéndose a Solidaritat Catalana) denominaba “un alçament”. No es un “montón” sin sentido o un pollo sin cabeza, señores. Es un alzamiento nacional. Colectivo. Permanente. Y evidentemente el término “alzamiento” lo uso en términos de diccionario, no de código penal.
--Pero, visto con cierta perspectiva, ¿considera que ha valido la pena lo que se ha hecho, desde el Govern, el Parlament y las entidades culturales y soberanistas en todos estos años?
--Sin ninguna duda. Ha sido un poco a tientas, sin tener garantías, con la piscina sólo medio llena, y por lo tanto con heridas y sustos e incluso dramas. Pero creo que la alternativa era el bucle y el estancamiento, y que no hay divorcios sin dolor. Ha valido la pena porque ha dejado claro que la relación entre Cataluña y España no es la de un niño desobediente que quiere emanciparse e irse de casa sin pedir permiso, lo cual siempre conlleva castigo (justo o injusto), sino la de una mujer que tiene dudas (de momento sólo serias dudas) sobre la relación y que reclama ser tratada de igual a igual. Es un caso totalmente diferente si pensamos en niños desobedientes o si pensamos en pareja. España tenía una solución si se inspiraba en Isabel y Fernando, y no la tiene si se inspira en el padre Abraham y los pitufos. Creo que estos años han servido para poner de manifiesto que, a pesar de no estar del todo segura o preparada para la independencia, Cataluña está preparada para plantar cara y ser tratada como lo que es. ¿Un pájaro? ¿Un avión? No: una nación. Y, mientras no sea reconocida como tal, no será tampoco una comunidad autónoma sin más. Será un conflicto. Sí: hoy Cataluña es un conflicto. Y además creo que es mejor eso que nada.
--¿Hasta qué punto cree que la sociedad catalana comparte ahora aquella apuesta de un solo pueblo de Josep Benet?
--Creo que es muy importante que la comunidad constitucionalista o españolista de Cataluña consiga ver sin traumas este proceso. Y creo que eso es responsabilidad del independentismo, y también creo que hasta ahora no lo ha hecho demasiado bien. Me incluyo en esa autocrítica, yo mismo he cometido errores grandes en ese sentido: no tener en cuenta los sentimientos del otro, incluido el del miedo. O el del odio, por despreciable que sea: debe tenerse en cuenta. Es un reto grande, como lo fue para la generación de Benet o de Pujol consolidar un proyecto más o menos cómodo para todo el mundo. Ahora bien, una vez hecha esta autocrítica y esa demanda de fijarnos mucho más en ese aspecto, exijo que se tenga también empatía conmigo y se reconozca que muchos como yo llevamos 45 años incómodos. Muy incómodos. Tan incómodos como un hombre que se siente mujer y no puede cambiar de sexo ni de identidad. Eso también tiene un límite, y sin duda el salto generacional (ya van más de 40 años desde el 78) ha influido mucho en el estallido del momento.
--El independentismo ha apelado, en diferentes etapas, a la necesaria unidad. ¿Cree que eso se puede mantener, o que uno de los errores ha sido el de abrazar a la CUP, que ha pretendido o pretende algo muy distinto, con ese rechazo a los “derechos individuales”?
--Como decía antes, que cada cual juegue su rol. Pero debe hacerlo bien. Creo que la CUP se equivoca adoptando estos discursos, porque simplemente no cumple con su trabajo ni construye nada. Pero eso no deslegitima ningún “abrazo”: ¿o es que las coincidencias entre el PP, PSOE y VOX en términos de la defensa de la unidad de España, incluso en términos de acción (no sólo de pensamiento), impiden que sean tres formaciones totalmente diferentes? Otra cosa es que uno de ellos diga alguna animalada de vez en cuando. Es su problema, no el del movimiento.
--¿Ha sido, lo que ha ocurrido desde 2012, y desde algo más atrás, una apuesta verdadera por un proyecto independentista o una lucha de poder para superar el pujolismo en el campo nacionalista?
--Las cosas suceden cuando tienen que suceder, pero es cierto que si nos ponemos freudianos había que superar (ya no digo matar, pero también se ha matado) al padre. Y añado que el padre debería haberlo previsto mejor. Yo creo que ha habido ambas cosas: esa carrera, esa competición partidista, ha propiciado que el calendario se mueva mucho más rápido quizá de lo que Cataluña, la sociedad catalana y sus partidos podían digerir. Lo que se ha ganado en términos de avance hacia la “dimensión desconocida”, se ha perdido en términos de oscuridad o de niebla en la visión. Hay un problema: la independencia es algo muy concreto. No es un tema de “construcción nacional”, ni de “lucha por la justicia y la igualdad”, ni de “la libertad de mercado”, sino una condición administrativa concreta y única y material, y concentrada normalmente en un momento solemne e histórico. Ciertamente tiene que ver con los derechos humanos fundamentales y con la democracia, pero eso, por importante que sea, son cuestiones colaterales: la independencia es algo muy y muy concreto, y por lo tanto obliga a subir las apuestas en los programas electorales. Hojas de ruta, métodos, calendarios, protagonistas, garantías. Incluso en Escocia ya se pone fecha al nuevo referéndum. En resumen: Pujol podía “anar fent”, pero el independentismo no puede permitírselo. Es un hecho que consumar. Y eso nos tensiona a todos.
--En realidad, ¿cree que se ha superado el pujolismo en su totalidad?
--No se va a superar nunca porque lo que vivimos hoy es su evolución. Lo apunté en la época de Artur Mas en varios artículos: el problema del nacionalismo de CiU es que cualquier verdadero nacionalismo tiene tarde o temprano que luchar por la independencia. Si no, no es nacionalismo: es otra cosa. Eso llevó al colapso argumental de Pujol, Maragall lo detectó y Carod-Rovira facilitó la metamorfosis. El nuevo Estatut era, lo sabíamos en Cataluña y en España, la certificación de que ya no volveríamos nunca más a un consenso como el del 78… si es que era realmente un consenso, y no un parche. Dicho de otra forma: España tiene todo el derecho en desconfiar de Cataluña. Yo también desconfiaría de un territorio que, a cada cesión de autogobierno que le doy, lo aprovecha para luchar por su independencia. Pues es para desconfiar, supongo. Y lo que yo digo a España es: tras tantos años y siglos de esto, en vez de desconfiar, acostúmbrese. Es algo natural. Innato. Lo saben ustedes mejor que nadie, no les gustó ser dependientes de Napoleón a principios del XIX (y hubiera podido ser perfectamente el 2 de mayo fiesta nacional). No gusta a ningún país sentirse esposado, ocupado, retenido por la fuerza. El 1 de octubre se demostró que España sólo retiene a Cataluña (tanto a la que vota que sí como a la que vota que no) por la fuerza, o principalmente por la fuerza. Legal, constitucional, pero fuerza. Y eso tiene que arreglarse. Lo que pasa es que, y ahí está mi spoiler: no tiene arreglo. Y como no tiene arreglo, no hay que arreglarlo. Hay que aceptarlo. Tu mujer quiere decidir. Otra cosa es que no esté 100% segura… pues bueno, ¡eso sí puedes aprovecharlo!
--¿Entiende que ahora Esquerra Republicana debería poder ejercer un papel más predominante y permitir un gobierno de centro-izquierda en España?
--Podía ser. Diría que hay pocas alternativas, pero creo que el precio debe ser muy alto. Le conviene a España misma que el precio sea alto (es decir, reformas radicales o estructurales) si no quiere seguir eludiendo y empeorando un problema grave. Sánchez tiene la excusa perfecta: no tiene alternativa. Esquerra sí la tiene, puesto que la presión de Junts per Catalunya es grande y están las elecciones catalanas a la vuelta de la esquina. Pero es que ya es un tema filosófico: ¿qué ha pasado para que, a diferencia de los años 30, hoy no sea posible un Pacto de San Sebastián? ¿Tan paupérrimo ha quedado el espíritu republicano en España? ¿O es que, simplemente, quieren volver a distinguir entre Companys y Macià sin darse cuenta de que uno no puede sobrevivir sin el otro? No sé si me explico: PSOE y ERC pueden entenderse, pero es imposible que lo hagan de forma sólida si ignoran al verdadero líder actual del independentismo que es Carles Puigdemont.
--Porque, ¿qué salida a su juicio debería tener Cataluña a medio plazo, tras la sentencia del Supremo?
--La pregunta es la salida que debería tener España. Y tiene pocas. Si quiere evitar una nueva unilateralidad, podrá hacerlo con porras y tanques o bien podrá hacerlo seduciendo. Eso tiene forma de respuesta C en un referéndum, que haga que el ciudadano catalán se debata entre si la independencia ya es la única opción o bien si España puede ser un marco todavía atractivo. En mi opinión, eso tiene forma confederal. Estoy con Esperanza Aguirre. De hecho, yo me conformo con volver al 10 de septiembre de 1714: conmemoramos esa pérdida cada año, pero no se trataba de ningún país independiente. Simplemente era un país respetado y que conservaba algunas soberanías. Ese es el horizonte tras la sentencia, porque hay que entender que “lo volveremos a hacer” no es una amenaza: es una información, un dato científico. La cabra tira al monte, las naciones quieren ser ellas mismas, hay herida, y no hay marcha atrás. Fíjese quien quiera fijarse en el hecho de que tener presos políticos no indica exactamente una derrota estratégica, sino algo más importante: que estamos dispuestos a pagar ese precio. ¿Cómo lo sé? Pues simplemente, la prueba es que lo estamos pagando. Suban la apuesta, si quieren. La pagaremos igualmente.
--¿Pero el independentismo debe renunciar por completo a la vía unilateral?
--Simplemente no tiene que obsesionarse con ella. No es la única, pero sí es la más honesta: no olvidemos que hablamos de “auto”-determinación. Nadie discute la vía unilateral norteamericana en su DUI de hace tres siglos, como la de ningún país. Sólo va a ser discutida si no es sólida, si no es fiable, si no es seria o si no se mantiene en el tiempo. Si eso no se puede garantizar, hay que explorar otras vías menos conflictivas. Yo creo que sí se podría garantizar si hubiera más músculo electoral, más liderazgo, más sentido de la oportunidad y sobre todo más determinación colectiva. Pero es que eso de la unilateralidad puede hacerse “dentro de la ley”: ¿o es que Macià no salió al balcón tras la victoria apabullante en unas legalísimas elecciones municipales?
--Usted, como escritor, se ha referido en diversas ocasiones, al poder de la creación y de la imaginación, al poder del relato. ¿Buscaba en realidad el independentismo más una imagen, un agarradero, una ficción, para seguir manteniendo la capacidad de movilización, y el poder en la Generalitat?
--Gran tema, el de la lucha de relatos. Acierta con el término: ficción. Ficción no significa engaño. Ni mentira. No se dividen los libros de una librería entre “libros de mentira” y “libros de verdad”, sino entre “libros de ficción” y “libros de no-ficción”. Y eso es porque entre los libros de “no-ficción” (las biografías, las tesis, la ciencia) puede haber muchas mentiras y entre los de ficción puede haber muchas verdades e incluso pueden estar basados en hechos reales. ¿Qué quiero decir con eso? Pues que el problema no es si gana el relato constitucionalista sobre el independentista o viceversa, sino que lo importante es que son relatos diferentes y ya incompatibles. No se ha buscado así: ambos han evolucionado de forma distinta. Se ve en las encuestas, en los debates de sobremesa, en los medios… ya no es que hablemos lenguas distintas, es que hablamos lenguajes diferentes.
--¿Qué quiere decir?
--Por ejemplo, para mí la “ficción” es lo que pone en mi DNI. Por lo tanto no es que se haya “buscado” expresamente una ficción, sino que el imaginario ha ido evolucionando inevitablemente hacia un lado y no hacia otro. Es lo que tienen las naciones, y es un poco el huevo o la gallina: ¿TV3 es como es porque controla y manipula a los catalanes, o porque se parece a los catalanes? Yo creo firmemente en la segunda. Que intente Cs o PP hacer una televisión autonómica “constitucionalista” en Cataluña: simplemente, perderá sentido y no la verá nadie. Por eso la solución para mucho españolismo equivocado ha sido el de la eliminación de la televisión, de la lengua y del modelo de enseñanza. No porque manipulen: sino porque son demasiado catalanas. Eso también lo pensó Franco prohibiendo la lengua, como si esa fuera la “solución final”: y se equivocó, porque de esas heridas salen las actuales reivindicaciones nacionales.
--¿Entonces, no lo ve posible?
--Si tratas de eliminar algo que no se puede eliminar, este “algo” sale fortalecido. Se puede argumentar que eso es una simple opinión mía, pero yo les recomiendo que vayan a la historia: Pujol no se “inventó” nada. Es un conflicto latente de hace siglos, digamos una “disparidad de relatos” o de lenguajes demasiado secular como para mirar hacia otro lado, o poner parches. Nada artificial funcionará, ni en catalán ni en castellano. Y la Constitución del 78 ya es algo más que artificial: es una triste caricatura de sí misma. No hay que forzar tanto las cosas, nada artificial funciona a la larga, ni siquiera la independencia. Den paso a la naturaleza. Vivirán ustedes mejor.
--¿Habría conseguido el independentismo esa fuerza del relato con las fechas del 1 de octubre y el 27 de octubre?
--Digamos que, si no hubieran existido el 1 y el 27 de octubre, la historia dentro de 20 años hubiera dicho: “y colorín colorado, con el pacto del 78 todo el mundo estuvo cómodo y las demandas catalanas se pudieron satisfacer, unas veces más y otras menos, con algunos ajustes competenciales o con traslados del Senado a Barcelona, y vivieron felices y comieron perdices”. Eso hubiera sido el relato. Y no: la historia dirá que, con mayor o menos éxito, el 1 de octubre en Cataluña se organizó un referéndum no autorizado, es decir se ejerció unilateralmente la autodeterminación, pero que se reprimió con “a por ellos” y con porras (y barcos llevados al puerto de Barcelona “ad hoc”), se suspendió la autonomía (nos olvidamos demasiado a menudo de ese hecho gravísimo) y se encarceló a varios políticos (de forma prevaricadora, como se demostrará en Europa). También dirá que el 27 de octubre se proclamó una independencia “simbólica” mediante una votación solemne en sede parlamentaria. Eso es cualquier cosa menos perder la batalla del relato, o de la historia. Y además, nadie hace esto sólo por molestar, o por capricho, o por relatos “inventados” de una nación que no existe. No nos hubiéramos tomado tantas molestias, créanme, ni ahora ni nunca. Otra cosa es, lo admito sin duda, que sólo con ganar el relato no se avanza. Y seguramente no se podía avanzar más, pero todavía nos acordamos del balcón de Macià por alguna razón y eso sólo duró 3 días. Dicho en términos comprensibles para todo el mundo, “eppur si muove”.
--Pero si hay una negociación, si se produce en algún momento una aproximación con los gobiernos españoles, ¿el independentismo es consciente de que se le pedirán cosas a cambio? ¿Es consciente de que se puede reclamar un nuevo pacto interno en Cataluña que pase por dejar de tener la hegemonía en distintos ámbitos, como en los medios públicos de la Generalitat, o en el educativo?
--No confundamos “hegemonía” con amplio consenso. Veamos: tocar la enseñanza o la televisión es tocar la lengua, es decir, es tocar el nervio y la esencia de la identidad catalana y una cuestión muy y muy consensuada desde hace años. Es muy difícil negociar eso, como lo sería negociar el color de la bandera española o un cambio de letra de su himno (¡uy! Perdón). Es decir, lo veo muy difícil. ¿Eso es que no hay que hacer cesiones? Pues claro que se puede hacer cesiones: por ejemplo, una ley de claridad que pida mayorías calificadas para un “sí”. O bien los términos de las preguntas, su número, e incluso el calendario del hipotético referéndum. Porque a ver: no estamos negociando cosas que Cataluña pueda “ofrecer”, porque Cataluña no puede “ofrecer” nada, dado que su autogobierno es limitado y además es revocable de un día para otro (como hemos comprobado).
--¿Por tanto?
--Por lo tanto las “cesiones” deben ser en términos de hacer más difícil su apuesta por la independencia. Subir el listón, vaya. Subir el precio de la pensión alimenticia, para entendernos. Pero bien: si lo que se me plantea es que no se va hablar de referéndum, y sólo se va a tratar de intercambios competenciales o de gestión, en primer lugar auguro una revuelta interna en ERC o en los partidos que se presten a ello. Pero en ese caso hipotético, en que hubiera sobre la mesa por ejemplo la transferencia de la titularidad de aeropuertos y puertos, o competencias mayores en política exterior, ¿Puede haber contrapartidas? Dudo, como decía, que cuestiones que se refieren a la lengua catalana sean negociables. Sí se puede considerar, como sería probable en una Cataluña independiente, medidas de protección del castellano que tranquilicen a algunas comunidades en Cataluña, que sean compatibles con la prioridad de protección e impulso de la lengua catalana (como lengua propia) y que no altere los consensos básicos existentes. Porque nunca se ha tratado de un tema de “hegemonía”: sino de máximo consenso. Si no desean una “crisis de convivencia”, que el PSOE (el PSC) no proponga romperlos. No llevaría a ninguna parte.