Una gran parte de la opinión publicada afirma que Alberto Núñez Feijóo ha salido fortalecido de la moción de censura y que su abstención ha sido la opción más acertada. Yo, sinceramente, tengo mis dudas. Si bien el PP se va a nutrir de parte del voto de la ultraderecha, el de esos votantes que no comparten el ridículo de la moción, el ridículo del candidato y el ridículo del propio partido, ha quedado en evidencia que si Feijóo quiere gobernar, y no sólo ganar las elecciones, debe contar con la ultraderecha.

Rajoy era presidente del Gobierno. Había ganado las elecciones, pero una moción de censura del segundo y del tercer partido lo dejaron en la cuneta. La misma que puede visitar Feijóo si gana, porque ganar no es sinónimo de gobernar. Y gobernar con la ultraderecha es un lastre para los populares, en España y en Europa. Además, la caída en votos de Vox alejará a éstos de sus actuales 52 diputados, porque perderán la tercera posición en muchas provincias. Sobre todo en las que eligen a menos de siete diputados, lastrando el resultado final de la ultraderecha y poniendo en posición de fuerza a Sumar, el movimiento de Yolanda Díaz.

Si yo fuera Feijóo no estaría tan exultante como hacen ver en Génova, porque la incomparecencia no es un éxito. Es rehuir un debate en la derecha española que la derecha europea ya ha solventado. Reunirse en la embajada sueca, haciéndose el sueco, y al día siguiente, tocata y fuga a Bruselas anunciando una reunión con la presidenta de la Comisión que quedó en un acto protocolario del Grupo Popular Europeo fueron excusas de mal pagador. O su viaje, una mera excusa para comprar chocolate belga. Y más cuando al día siguiente el presidente Pedro Sánchez fue protagonista en Europa y Xi Jinping le invita a Pekín. De hecho, una encuesta de Sigma 2 para El Mundo concluye que el fortalecido de la moción fue Sánchez, junto a Yolanda Díaz. Los perdedores, Abascal y Tamames, que está para sopitas y buen vino, seguidos de cerca por un desaparecido Feijóo, al que perseguirá la frase de Abascal que le recuerda que sin Vox el PP tiene las manos atadas. Y un pequeño detalle. Feijóo espera que Sánchez pierda las elecciones, las generales, pero también las autonómicas. Dicen que hay ejemplos. Madrid, Galicia y Andalucía, pero todos son ejemplos de ganar elecciones desde el Gobierno, no desde la oposición. El exceso de expectativas y el menosprecio a la capacidad de resistencia de Sánchez pueden darle el 28-M una sensación tan agridulce que se puede traducir en derrota.

Cierto que el presidente y la presidenta segunda, en argot de Patxi López, han salido bien parados del esperpento de la moción, pero les quedan deberes por hacer. Sánchez puede gobernar si Sumar consigue esa tercera posición en el Congreso de los Diputados, y para conseguirlo Díaz necesita que Unidas Podemos se integre de buen grado. Sin Podemos la cosa se puede torcer.

Pablo Iglesias añora su retorno y para volver necesita un batacazo de la izquierda. Conviene no olvidarlo. No en vano, su enroque con la ley del sólo sí es sí es un llamamiento a los suyos, aunque sean pocos. Es cerrar el núcleo duro. Sin embargo, Iglesias olvida que Unidas Podemos fuera de Madrid es residual o simplemente no existe. Quizá por este motivo Yolanda Díaz no quiere cerrar acuerdos hasta después del 28-M con el mapa electoral sobre la mesa. Pero, aunque le cueste, Sumar debe incluir a Unidas Podemos. Y aunque le cueste al PSOE, Sumar debe salir bien parado, porque eso equivaldrá a que los socialistas salgan bien parados. Eso sí, Sánchez deberá aplicarse, porque si Díaz se consolida, será una rival a tener en cuenta en las siguientes elecciones. Porque para entonces estará en disposición de ganar.

En conclusión, la moción ha rehecho la partida y queda claro que el próximo Gobierno, con todos los matices que quieran y con unas elecciones de por medio, será de coalición o de coalición. De derechas o de izquierdas. Y con Vox en la gatera, Feijóo tiene las de perder.