El trumpismo ha creado escuela y no solo en EEUU sino también en otros lares. Isabel Díaz Ayuso y Rocio Monasterio fueron en el debate electoral de los candidatos a las elecciones de Madrid unas alumnas aventajadas. Mintieron sin tapujos, con desparpajo. La actual presidenta fue más allá, le puso lo que llama un punto castizo, aunque se asemeja más a maleducado.

Dice la candidata Ayuso que defiende la libertad como si en el resto de España no la hubiera. Quizás la candidata debiera de viajar más, lo mismo que se ha sugerido a los líderes independentistas, para ver que en el resto del país se ven las cosas de otra manera, incluso en su partido, y que España es algo más que Madrid, algo más que la almendra que queda recogida dentro de la M-30. Ayuso cual niña repipi y sobrada afrontó su único debate. Lo suyo no es contraponer ideas porque encaja mal las críticas a las que contestó de forma faltona mirando con menosprecio a sus adversarios, excepto a la candidata de Vox con la que evitó el enfrentamiento y no será porque Monasterio no lo intentó.

Hay que reconocer que “Ayuso contra todos” le funcionó. No ganó, pero salió viva y sus deficiencias no influirán en los resultados del 4M porque quedan demasiados días. Proteger a la candidata era la máxima de Miguel Ángel Rodríguez para evitar que su escasa solvencia se le volviera en contra. Lo consiguió. El formato del debate le permitió lanzar sus diatribas y aguantó los embates de sus adversarios refugiándose en datos falsos, sin ningún pudor. Ayuso mintió en los datos sobre mortalidad en la pandemia, en la gestión de las residencias dónde tuvo que oír al candidato Ángel Gabilondo leyendo el mail de su consejero de Sanidad negando asistencia a los ancianos, en el crecimiento del PIB madrileño, en los datos de creación de empleo, en los ratios de alumnos por aula, los datos de asistencia primaria y sobre lo que ella llama el coladero de Barajas, que mal que le pese durante toda la pandemia solo ha aportado 634 casos. Ayer Madrid superó en un solo día los 2.000 contagiados. Representó la vuelta de la antipolítica.

La izquierda trató de acorralar a la candidata, mientras que Ciudadanos y Vox trataban de ganarse su favor. Pablo Iglesias utilizó el tono más bronco buscando el cuerpo a cuerpo. Mónica Díaz (Más Madrid) se reveló como la alumna más aventajada de la clase en su dominio de los temas y Ángel Gabilondo trató de poner sosiego, templanza y, sobre todo, ideología porque estas elecciones son algo más que unas autonómicas. Ciertamente Madrid no es España, pero el resultado electoral tendrá repercusión directa en la política nacional. La desaparición de Ciudadanos romperá los equilibrios. Si no hay tres derechas en competición el PSOE pierde cierta ventaja en el reparto de escaños, sobre todo, en las circunscripciones más pequeñas. Y si Ayuso gana de forma holgada, Pablo Casado, querrá aprovechar la circunstancia para buscar un empuje que ahora no tiene porque su candidata lo ha relegado a la invisibilidad en esta campaña. No es un valor añadido para Ayuso, más bien una molestia, porque Ayuso a lo que aspira no es a la presidencia de la Comunidad de Madrid, aspira al Gobierno de España. En el debate, incluso, apostó por un cara a cara con Pedro Sánchez.

Los tres partidos de izquierda optaron por no pisarse la manguera. La frase de Gabilondo “Pablo tenemos doce días para ganar las elecciones” lo dice todo. No le habló de gobierno de coalición, lo que sí hizo con Mónica Díaz de Más Madrid, pero tendió la mano a Podemos, que Iglesias no rechazó. Gabilondo intentó aparecer como la alternativa, pero en el mundo de la antipolítica eso se antoja complicado y con el PSM hecho unos zorros todavía más. De hecho, Gabilondo sobrevive en esta campaña porque alguien desde La Moncloa le está echando una mano, sin ningún interés personal. Iván Redondo se ha echado a la espalda una situación política compleja creada por algunos gurús que rompieron el tablero político en Murcia, apoyando a Mónica Carazo, la jefa de la campaña socialista. Como el viento no va a favor, muchas voces en el PSOE madrileño se rasgan las vestiduras y se declaran víctimas de La Moncloa, cuando son víctimas de sus propias luchas cainitas y de los que hacen de la crítica su única bandera. Ayuso no ganó, pero no perdió, y para ella es un éxito. La antipolítica se ha hecho con el control de Madrid. Al menos hasta que los ciudadanos digan la suya, porque todo está en el aire. Si Vox no entra, Ayuso no gobernará. Y si entra, la extrema derecha gobernará en Madrid. Llámase Ayuso o Monasterio, con ese estilo supuestamente castizo, aunque es la mala educación vestida de antipolítica.