En el mundo actual. Arabia Saudí parece un país fuera de toda realidad. En pleno siglo XXI está gobernada por una monarquía absoluta, el estado es hiperconfesional, tiene una estructura social de carácter tribal, mantiene el 50% de su población oculta y sin derechos, la libertad es un concepto desconocido y se gobierna con formas y leyes de tipo medieval. La primera impresión es que estamos ante una estructura política y social tan desfasada que no le queda más que desaparecer. Pero, justamente, no es así. Aunque pueda resultar irónico, el mundo actual es tan "dúctil" que no sólo Arabia Saudí y todo lo que significa no resultan una reminiscencia extraña de un pasado ya superado desde que la Declaración de los Derechos Humanos se convirtió en documento de referencia, no resulta una antigualla a desaparecer ni una indignidad en un mundo que se quiere libre, sino que juega un rol importantísimo tanto en la economía como en la geopolítica actual. Si queremos simplificar la explicación del porqué esto es así podemos centrarnos en dos conceptos. El primero es que este país desértico está instalado sobre una balsa inmensa de petróleo que el mundo occidental pretende y necesita.
Es el segundo productor mundial y acumula en torno al 20% del total de reservas por explotar que hay a escala planetaria. El segundo aspecto a considerar, es que tiene una monarquía que rige el país como si fuera su propiedad, lo que provoca que ninguna empresa o nación puede hacer negocios sin pasar por una extraordinariamente extensa, acaudalada y extractiva familia real. La realeza saudí, los Saud, controlan no sólo la producción petrolera del país, sino de toda la zona y marcan las políticas que al respecto establece la OPEP, organismo el cual a través del flujo productivo que decide en cada momento, genera enormes fluctuaciones de precio en el mercado internacional, con encarecimientos que, Europa aún lo recuerda, provocó crisis económicas de gran alcance en un mundo occidental deficitario de combustible tanto estratégico. A partir de aquí, Arabia Saudita que es un finca particular gestionada con mano de hierro, se ha sabido hacer respetar en el ámbito internacional y convertirse en interlocutor privilegiado en una zona tan convulsa, compleja y estratégica como es Oriente Medio. Lo hizo durante el siglo XX, fluctuando entre los bloques en confrontación, jugando la carta del "no alineamiento", y se reposicionó rápidamente cuando implosionó el modelo soviético, convirtiéndose entonces en el aliado estadounidense en la zona. El mundo occidental decidió no meterse en libros de caballería y hacer abstracción de la flagrante falta de libertades en ese país.
La indignación y vergüenza que ha provocado el asesinato del periodista saudí Jamal Ahmad Khashoggi en el consulado de su país en Ankara no debería tener ningún tipo justificación ni menoscabo en su significación. Es la quintaesencia de la brutalidad ejercida por parte de un estado hacia todos aquellos que se atreven a reclamar un sistema de libertades o, como mínimo, un respeto por los derechos humanos básicos. Nada nuevo, ya que este régimen autócrata ha perseguido a sus "enemigos" no sólo en el interior sino que ha alargado el brazo hasta donde ha creído necesario. Sabe que el mundo occidental no hará nada, sólo unas mínimas protestas simbólicas.
Una vez más, han demostrado que no hay lugar en el mundo para los disidentes. El grado de brutalidad con que se ha llevado a cabo termina para conferir más impacto y casa muy bien con el carácter fuertemente medievalizante de la monarquía de Riad, que ejerce su dominio y abuso de poder económico, militar y policial como los peores sátrapas orientales de la antigüedad. El cinismo de este régimen, le ha permitido acoger bases militares estadounidenses y hacer de portaaviones terrestres a las guerras libradas en la zona, al tiempo que ser el custodio de los lugares sagrados del islam y haber impulsado una de sus versiones más radicales, como es el wahabismo. La duplicidad les permite ser socio estratégico occidental y al mismo tiempo financiar la difusión no sólo del islamismo más radical a través de articular mezquitas en todo el mundo, sino incluso dar cobertura a movimientos fundamentalistas de signo violento. La familia Bin Laden siempre estuvo muy vinculada con la familia real saudí.
En este contexto, los esfuerzos de Donald Trump, pero también de las potencias europeas, para dejar fuera de sospecha a la monarquía alauita de este brutal asesinato perpetrado por los servicios del estado, están resultando ridículos, inútiles y ofensivos hacia el sentido común. La ejecución se hizo de manera tan premeditada, inculpatoria y arrogante, que no admite descargo y menos inhibición ética o moral en nombre de unos supuestos "intereses estratégicos". Muchos años, demasiados, Occidente mirando hacia otro lado ante un régimen que no se puede homologar a ninguna exigencia mínima de libertad, democracia o de respeto básico de los derechos humanos.
Se ha acostumbrado a apelar a que aquello era una "otra cultura", un mundo diferente y no equiparable al nuestro. Que las mujeres no sólo fueran invisibles, sino especialmente oprimidas y violentadas, se consideraba un aspecto colateral, como parece serlo que la homosexualidad sea castigada con la pena de muerte. En Europa, parece que sólo Alemania, con su suspensión inmediata de venta de armas, ha entendido que Arabia Saudita ha sobrepasado con este asesinato una línea roja imperdonable e injustificable, que no se puede dejar sin una respuesta política. El mundo occidental es culpable por omisión y si no rectifica, se juega su credibilidad en la defensa de unos determinados valores que, al menos teóricamente la conforman. Pero otros países, entre ellos España, no lo han entendido así. No debería haber interés económico y comercial que justificara no decir nada. España resulta ser un proveedor estratégico de armas de guerra hacia este reducto de teocracia en forma de monarquía absoluta, utilizadas en la represión o en la ocupación brutal que se practica en Yemen. También en la construcción del AVE hacia La Meca. Los vínculos amistosos de la monarquía española con la saudí, notoriamente exhibidos desde hace años, resultan escandalosos tanto política como económicamente. Se nos dice que esto forma parte de la promoción exterior que recae en la monarquía, pero la sensación es más bien que tiene que ver con la vieja práctica del "comisionista".