Paul Morrissey, el cineasta de la Factory de Warhol
El director norteamericano, autor de todas las películas de Andy Warhol y mito del Nueva York de los años sesenta y setenta, deja una filmografía que oscila entre el underground de sus inicios y el cine de explotación, pastiche y parodia
Ha fallecido Paul Morrissey. ¿Quién?, preguntarán los más jóvenes. ¿No llevaba ya tiempo muerto?, preguntarán los veteranos. Aunque su última película es de 2010 –News from Nowhere, que levante la mano quien la haya visto–, la última que se estrenó en España, si no ando errado, fue Sangre y salsa en 1984, sobre bandas latinas que luchaban por el control de la droga en Nueva York. En esa década, la de los ochenta, rodó cinco largometrajes, de los cuales el mencionado es el único que tuvo un cierto eco. A partir de los noventa, solo un documental sobre la modelo Veruschka, codirigido por Bernd Böhm y producido en Alemania en 2005, y el título apuntado de 2010. En los últimos años, aparecía muy de vez en cuando alguna información sobre él: que se había hecho ultraconservador y ultracatólico; que echaba pestes de Warhol, al que consideraba un cantamañanas y un aprovechado del talento ajeno.
Paul Morrissey (1938-2004), neoyorquino criado en Yonkers, tuvo su momento de esplendor en las décadas de los sesenta y los setenta del pasado siglo. Fue el cineasta emblemático de la Factory warholiana. Eran tiempos de efervescencia en la escena artística de Nueva York. Surgieron directores underground conectados de forma más o menos directa con la Factory. El más relevante, Jonas Mekas, creador de los llamados diary films (diarios filmados), cuya obra maestra es la prodigiosa En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza. También hay que mencionar a Jack Smith, realizador queer y camp, fallecido de sida en 1989, cuya producción mítica -pese a que casi nadie lo ha visto- fue la enloquecida bacanal titulada Flaming Creatures.
De todos ellos, Morrissey fue el que tuvo un vínculo más estrecho con Warhol, con el que codirigió algunas películas. También dirigió otras en solitario en las que Warhol añadía su nombre en letras bien grandes. Fue además el único de estos cineastas undergrounds cuyas cintas llegaron a estrenarse en salas comerciales -y no en galerías de arte o filmotecas- y el único que años después trató de desarrollar una carrera en la industria. Antes de dedicarse al cine, fue el representante de la Velvet Undergroud en la época de los legendarios espectáculos audiovisuales Exploding Plastic Inevitable, en los que aparecía en escena el fotógrafo Gerard Malanga látigo en mano.
Warhol se interesó enseguida por el cine, como era lógico en alguien obsesionado por la cultura popular y la fama. Se compró una cámara de 16 mm. y empezó a rodar sus retratos filmados -los llamados Screen Tests- y sus interminables experimentos en planos fijos como Sleep, Kiss o Empire. Cuando decidió dar el salto a las películas con argumento y actores, buscó ayuda para cubrir sus limitaciones. En su porno soft filmado en Fire Island en 1965 My Hustler contó con Chuck Wein como codirector.
Un año después filmó la célebre Chelsea Girls con Paul Morrissey. La colaboración siguió en obras como I, a man (en esta sale la chiflada Valerie Solanas, que después disparó a Warhol); Los amores de Ondine, en la que aparece, además de Ondine, Joe Dallesandro, incipiente estrella warholiana, y San Diego Surf, con Dallesandro, Viva, Ingrid Superstar y otros miembros de la fauna de la Factory.
Estas películas no salieron de los circuitos marginales, pero las cosas empezaron a cambiar en 1968 con Lonesome Cowboys, un estrambótico western gay protagonizado por Dallesandro, que llegó a ser estrenado en algunos cines (la policía secuestró la copia que se proyectaba en Atlanta en 1969 por pornográfica). De nuevo figuraban como codirectores Warhol y Morrissey, aunque empezaba a ser evidente que Warhol ponía el dinero y el nombre y era Morrissey quien dirigía.
El salto definitivo del cine underground a las salas comerciales se produjo con la trilogía formada por Flesh (1968), Trash (1970) y Heat (1972), en las que Morrissey ya figuraba como director en solitario y Warhol como productor. Todas ellas estaban hechas a mayor gloria de la magnética belleza del rostro y el cuerpo desnudo de Joe Dallesandro, con sus aires de estatua griega con melena, que pasó gracias a estas cintas, de mito homoerótico a mito bisexual.
En Flesh interpretaba a un chapero -profesión que había ejercido en sus años callejeros- y lo acompañaban dos de las superstars travestis de la Factory: Candy Darling y Jackie Curtis. Aparecía también Bob Dallesandro, su hermano, que llegó con él a la Factory, aunque tuvo menos suerte (ambos posan en las espléndidas fotografías de grupo que hizo Richard Avedon de la fauna warholiana). En Trash era un yonqui y la película causó revuelo porque aparece inyectándose en pantalla. Aquí el trans de la función era Holly Woodlawn. Curiosidad: tiene un pequeño papel una jovencísima Sissy Spacek.
Estos dos largometrajes son, entre otras cosas, un documento histórico de la sórdida Nueva York de aquellos años. Para el tercero, Heat, se trasladaron a un motel barato de California, con la intención de hacer un retrato de ese Hollywood que siempre fascinó a Warhol. La trama remendaba con tosquedad El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder. Una antigua estrella infantil reciclada en prostituto (Dallesandro) se liaba con una vieja actriz apenas conocida (Sylvia Miles, que tres años antes había renacido con su papel en Cowboy de medianoche de John Schlesinger, brillante retrato del mismo submundo neoyorquino que muestran Flesh y Trash).
En los años sesenta, las grandes productoras de Hollywood estaban en crisis, cosechaban apoteósicos fracasos y no entendían qué quería el público. El inesperado taquillazo de Easy Rider, película muy barata de moteros hecha por hippys, les indicó que acaso en el mundo de la contracultura había un camino a explorar. ¡La 20th Fox llegó a producirle al pornógrafo Russ Meyer El valle de los placeres!). Warhol y sus huestes habían sido invitados a Los Ángeles unos años antes, pero de aquella visita no salió nada, porque los mandamases de Hollywood se quedaron estupefactos ante aquella tropa de frikis y ante el laconismo autista de Andy. Cuenta ese viaje con mucha gracia Mary Voronow en sus memorias Swimming Undergroud (Reservoir Books), en las que Morrissey aparece como un tipo con muy malas pulgas.
Años después, quien le abrió las puertas de la industria a Morrissey fue el productor milanés Carlo Ponti, para el que rodó en Italia dos estrafalarias revisitaciones de mitos del terror: Carne para Frankenstein (1973) y Sangre para Drácula (1974). Ambas con Dallesandro como protagonista, al que acompaña el inquietante Udo Kier, hoy un actor de culto, que entonces estaba en los inicios de su carrera. La primera se llegó a exhibir en 3D y en la segunda aparece como actor Vittorio de Sica, con cara de no saber muy bien qué hace allí. En ella también se puede ver en un cameo de Roman Polanski, que acababa de rodar en Italia para Carlo Ponti la fallida comedia ¿Qué? Para aprovechar el tirón del nombre, estas películas se estrenaron en Estados Unidos y en algunos otros países con un título diferente: Andy Warhol’s Frankensein y Andy Warhol’s Dracula. ¿Qué papel había desempeñado el artista en estas producciones? Esta fue la lacónica y genial respuesta que dio cuando se le preguntó al respecto: “Fui a las fiestas”.
Ambas cintas se mueven entre el cine de explotación, el pastiche y la parodia. Como era preceptivo en la época, incorporan muchos desnudos y escenas de sexo y también algunas ironías políticas (en Sangre para Drácula hay un campesino marxista). Sin embargo, adolecen de un ritmo lento y torpón, que es marca de la casa del cine de Morrissey. Los rodajes no estuvieron exentos de problemas, porque el estilo underground del cineasta consistía en improvisar mucho y eso no siempre funcionaba en una producción profesional, filmada nada menos que en Cinecittà. Por eso Ponti puso en labores de supervisor y vigilante a Antonio Margheriti, director todoterreno que había rodado un montón de giallos y manejaba el género de terror.
Las andanzas europeas de Morrissey dieron para una tercera recreación de un clásico: El perro de los Baskerville, rodada en 1978 en Inglaterra. En este caso es una discreta comedia que cuenta en el reparto de grandes cómicos británicos como Peter Cook, Dudley Moore, Kenneth Williams y Terry-Thomas. Finiquitada la contracultura al final de los setenta e inaugurado el rearme moral de Reagan en los ochenta, el regreso de Morrisey a Estados Unidos le supuso serias dificultades para encontrar acomodo. Siguió rodando, pero sus largometrajes eran percibidos como productos menores de una vieja gloria del pasado. Su figura se fue diluyendo en el olvido y en los últimos años se fue sumiendo en la demencia senil.
En 2018 el barcelonés Armand Rovira le rindió homenaje en Letters to Paul Morrissey (disponible en Filmin), una película experimental en forma de cartas escritas por diversas personas. Uno de los participantes es Joe Dallesandro, que lee un texto sobre la adicción. Las imágenes de la cinta son un homenaje a la estética del underground, que Morrissey ayudó a configurar. Como sucede con otros miembros de la Factory, su nombre ha quedado ligado para siempre a ese mundo, vampirizado por Warhol.