La Assemblea Nacional Catalana (ANC) demostró esta Diada que conserva capacidad organizativa y de convocatoria. Aunque incluso la cifra de 150.000 manifestantes que dio la Guardia Urbana parece exagerada, pues algunas decenas de miles de personas en la calle abultan mucho, lo cierto es que la asistencia sorprendió a propios y extraños en un momento en que el separatismo está profundamente dividido, desorientado, anímicamente deprimido, y con la lección amarga del procés todavía por digerir. Xavier Salvador asimilaba ese independentismo recalcitrante a una plaga difícil de exterminar, a una polilla que pese a todos los insecticidas que le lancemos va a aguantar bastante bien dentro del armario ropero que es la sociedad catalana. No olvidemos que, si bien su crecimiento vertical a partir de 2012 no se explica sin la propaganda que a diario se lanzó desde el poder autonómico con el concurso de bastantes medios de comunicación, existía previamente un movimiento secesionista de base popular. Se concretaba sobre todo en la Cataluña interior, anidado durante el pujolismo, y se expandió tras los sonados discursos sobre el fracaso del Estatuto de 2006 y la machacona insistencia en un “expolio económico”, propaganda que actuó como un auténtico “amonal ideológico” sobre una parte de la sociedad catalana.

Por tanto, no nos tiene que sorprender que ese separatismo recalcitrante, cuyo componente hispanófobo es bastante perceptible, siga vivo y coleando, con una parroquia que no va a desaparecer a medio plazo, ni seguramente nunca. La diferencia es que ahora ya no le mueve la ilusión sino el resentimiento, el cual se dirige contra sus propios partidos, particularmente hacia ERC. Para los republicanos el éxito de la ANC este domingo pasado, éxito relativo, claro está, pero sí en cuanto a las expectativas iniciales, se convierte en un auténtico grano en el culo. Una semana antes fray Oriol Junqueras había lanzado una andanada contra la convocatoria, acusándola de ir “en contra de muchos independentistas y del independentismo mayoritario” y, finalmente, Pere Aragonès confirmó días antes que no asistiría a la manifestación, incidiendo en la idea que la Assemblea contribuía a generar más división. Ayer martes, sin embargo, el president se vio obligado a reunirse en Palau con los líderes de la ANC, encuentro que se amplió con la presencia de Òmnium y la AMI, con el fin de rebajar la tensión y abrir una nueva etapa que permita al secesionismo dotarse de una dirección estratégica que cuente con la implicación de esa sociedad civil.

Así pues, una Diada que en principio iba a confirmar la fase marginal en la que estaba entrando la ANC, se salda con una derrota en toda regla de ERC frente a la entidad que preside Dolors Feliu. Este nuevo escenario también obliga a los republicanos a esforzarse por impedir la salida de Junts del Govern, tal como buscan los sectores más hiperventilados que tienen a Laura Borràs como referente. Ahora bien, la pregunta es hasta qué punto ERC va a cambiar su estrategia de ganar tiempo porque en la calle se junten unos miles de personas más de las esperadas que pidan la dimisión de Junqueras, llamen “botifler” a Aragonès, y exijan “independencia o elecciones”. En su momento, la CDC de Artur Mas se equivocó confundiendo a los manifestantes con los votos, y ahora a ERC le pueden flaquear las piernas y cometer el error de supeditar su política a ese grano en el culo.