Las elecciones del 21D aportan una novedad y una continuidad. La novedad es el espectacular triunfo de la lista encabezada por Inés Arrimadas, que convierte a Ciutadans (Cs) en el primer partido en votos y escaños de Cataluña, una revolución desde la instauración de la democracia, ya que ningún partido que no se reclamara de la tradición catalanista había conseguido algo semejante.

Cs sustituye así en el campo no independentista al PSC del millón de votos de finales de los año 90 del siglo pasado. Ciutadans supera ese millón de votos y aventaja en unos 160.000 a la segunda lista, Junts per Catalunya (JxCat), la primera del bloque independentista, que logra superar, después de meses de pronósticos fúnebres, a la Esquerra Republicana (ERC), de Oriol Junqueras.

En el bloque independentista, ERC es la gran derrotada porque queda dos escaños por detrás de la candidatura de Carles Puigdemont, a quien el personalismo y el escapismo le han salido al final redondos. Ha podido más en el electorado independentista la mística de reponer al "president legítimo" que la coherencia sacrificial de Junqueras, que sigue en la cárcel porque, como dijo, él no se esconde. La resolución de este dilema ilustra también sobre las interioridades del votante indepe.

Pese a su indudable espectacularidad, la victoria de Arrimadas no deja de tener un regusto amargo porque, como es previsible, los tres partidos independentistas es probable que se pongan de acuerdo de nuevo para gobernar. Ciutadans se tendrá que conformar con ser el primer partido, pero en la oposición. La CUP, que ha perdido casi la mitad de los votos y más de la mitad de los escaños, ha repetido que no apoyará a JxCat y ERC si abandonan la unilateralidad, pero cuesta creer que cumpla su promesa. Y si el independentismo vuelve a la vía unilateral y a la ilegalidad, no es descartable una nueva aplicación del artículo 155.

La inédita victoria de Ciutadans no puede ocultar la resistencia del independentismo, que solo ha perdido dos décimas en relación al 2015 y sigue firme en los dos millones de votos, pese a todo lo que ha ocurrido en estos cinco años de procés

En realidad, el bloque constitucionalista ha quedado reducido a Ciutadans porque la desaparición del PP en Cataluña es un hecho y el PSC ha quedado muy lejos de las expectativas que le daban las encuestas y la buena campaña de Miquel Iceta, edificada a base de propuestas conciliadoras y de alianzas a derecha e izquierda. Pero la polarización se lo ha llevado todo por delante y el voto del PSC solo ha crecido en unos 60.000 sufragios.

La inédita victoria de Ciutadans no puede ocultar la resistencia del independentismo, que solo ha perdido dos décimas en relación al 2015 y sigue firme en los dos millones de votos, pese a todo lo que ha ocurrido en estos cinco años de procés. Un nuevo Govern secesionista que margine al primer partido de Cataluña provocará una nueva huida masiva de empresas y un deterioro aún mayor de la economía. El ascenso de Ciutadans a la cima electoral, sin embargo, debería ser un argumento suficiente para moderar las ansias secesionistas de volver a recorrer un camino sin salida.

Pero es de temer que, a la vista de las proclamas de la noche electoral, los partidos independentistas intenten llenar de contenido, como dicen, una República que solo existe en su imaginación. La rueda del hámster parece que volverá a girar para regresar a la casilla de salida y para causar mayores destrozos de los que ha sufrido ya Cataluña.