Vi un rato el programa de Jordi Évole sobre el procés, en el que hablaban bastantes de sus protagonistas fugados, Comín, Gabriel, etcétera, y otros que se han librado de lo que se ganaron a pulso aunque dejando algún pelo en la gatera, como el Astuto, sin que tanto monólogo aportase en realidad gran cosa a lo que ya todos sabíamos. Más grave pareció que el programa, ambicioso en cuanto a recursos y trabajo, no se saliera del marco mental construido por el discurso y el vocabulario puesto en circulación por los políticos y periodistas, esa neolengua que conculca la gramática con gran desparpajo, ni de las referencias ya conocidas; así por ejemplo, escuché grandes disquisiciones sobre si en el último momento Puigdemont habría o no habría convocado elecciones --en vez de declarar la independencia-- si un rufián no le hubiera enviado un tuit, o si hubiera recibido un papelito firmado por el presidente del gobierno comprometiéndose a detener el 155 en caso de que hubiese convocado las elecciones de marras. Oh, qué diferente hubiera podido ser todo, ¿verdad?

Así es como no salimos de una manera de entender los acontecimientos premarxista, precientífica y anecdótica, y en sus mejores momentos cercana a planteamientos románticos como las edulcoradas historias de Stefan Zweig sobre los momentos estelares de la humanidad. Si Napoleón no hubiera estado enfermo en Waterloo. Si Cleopatra hubiera tenido la nariz más grande. Así se hacen espectáculos acaso entretenidos, se eleva el share, se gana dinero, pero no se obtiene luz, claridad, verdad ni entendimiento.

Creo que estas cosas son cinismo, cinismo envuelto en la humilde parka verde evoliana de las mejores intenciones y de la búsqueda de la equidistancia y de la didáctica. Así es el mundo en que vivimos. Évole, Iker Jiménez diciendo: “yo no digo ni que estos tipos raros y borrosos de la foto sean marcianos o no; yo sólo muestro aquí la foto misteriosa, y luego que cada uno piense lo que quiera”. La liviandad del programa no estriba en las opiniones de unos u otros, ni siquiera en el plano de igualdad entre policías y ladrones, presentados en el estilo de “cada uno tiene sus motivos igualmente dignos de respeto”. Eso se pudiera considerar tan aceptable y “democrático” como presentar a Tejero y a sus jueces en pie de igualdad.

Lo más equivocado, y engañoso, no era lo que quisieran decir Évole o sus guionistas como el recurso del medio, el medio que es el mensaje, como se sabe. Lo grave era la semántica. La dignificación de unos episodios chuscos narrados casi como si fueran batallas de la segunda guerra mundial en un reportaje de la BBC --salvando las distancias--. Los recursos de imagen, de luz, de sonido, le daban una dimensión trágica y casi trascendente a episodios que no merecen semejante tratamiento y “angst” a frikies que casi nos chocaron a todos contra un árbol, llevándonos en el Seat panda que conducían adormilados en los ensueños de sus caprichos y fantasías fascistas. Todo esto dignificado en elegantes ocres y con esos recorta y pega con los que Evole le hace decir lo que quiera a quien quiera. De manera que sospechándolo, los más inteligentes no se prestaron a aparecer en el programa.

Era una sobreproducción como la que se permite el humorista Mota para contar unos chistes que tendrían la misma gracia, poca o mucha, con un tratamiento menos pretencioso. El oropel convence a muchos de que es un humorista grande, pero Eugenio sólo necesitaba un cubata, un paquete de cigarrillos y una camisa negra, sin cortes. Aquí contraluces misteriosos, decorados de elegante austeridad, cámara lenta, etcétera, venían a dignificar a los golpistas y a teatralizar las exégesis sobre detalles menores presentados como el gran arcano revelado, como si el tweet de un determinado rufián sobre las monedas de Judas o una declaración de Albiol fue decisiva en la decisión final de Puchi de no convocar elecciones sino declarar la independencia. ¡Momento dramático, estelar, Stefan Zweig de estar por casa! Quedó muy entretenido y televisivo, desde luego, y supongo que los objetivos comerciales del programa y de la cadena quedaron cubiertos, pero dejó por plantearse lo fundamental, y sin responderse las preguntas verdaderas.

Cuando el show entra por la puerta la verdad se escurre por la ventana. Luego ese gobernador de la Judea catódica, de tan insobornable independencia de criterio, au-dessus de la mêlée, que como Pilatos se pregunta “¿la verdad? ¿Qué es la verdad?”, y a quien nadie, de un bando ni del otro, de verdad respeta, se va, dolido por la incomprensión (¡los lacis le han llamado traidor!), llorando su soledad, por tristes callejones solitarios, a llevar los amargos beneficios que ese desprecio le ha hecho ganar, ese dinero mojado por las lágrimas, al banco.