Lo más socorrido, para un columnista como quien esto firma, es siempre el catastrofismo. Anuncias que está llegando el Apocalipsis, y tienes garantizado el respaldo de todos los que lo temen, de todos los que ya lo sufren, y de todos los que oscuramente lo desean, que son muchos más de lo que suele creerse (entre éstos, unos por pura excitación de pirómanos contemplando el incendio, y otros calculando qué negocios y beneficios podrían hacer con la desgracia ajena).

Pero intelectualmente el catastrofismo es una simpleza, o una bajeza en la que es preciso no incurrir. Aun así, no es un secreto para nadie que del problema de la vivienda es grave. El otro día se publicaron unas estadísticas según las cuales sólo el 15% de los ciudadanos menores de 30 años viven con independencia, es decir, fuera del hogar de sus padres. El 15%. Es una cifra preocupante.

Lamento contar batallitas, pero en mis tiempos, en mi juventud barcelonesa, con el primer sueldo que ganabas alquilabas un piso, y al principio lo compartías con uno o dos amigos; al cabo de seis meses te dabas cuenta de que sus hábitos de convivencia eran desagradables (se zampaban tus yogurs y no los reponían, los muy cabrones); entonces les dabas una patada en salva sea la parte, te quedabas ya solo con el piso y te frotabas las manos mientras ronroneabas: “¡A mí, chicas! ¡Chicas, a mí! ¡Tengo una botella de ginebra y tónicas, una bolsa de cubitos en el congelador, chocolate en un tarro, sábanas recién planchadas en la cama, en el tocadiscos el último disco de Pink Floyd, y mucho amor que regalar!”

Esto, entonces, funcionaba así. Con un piso y un empleo, uno era el rey del mundo. Ay, aquellos buenos, viejos tiempos han pasado a la historia. Se acabó. Hoy la tónica es: “Mamá, ¿te importa si Gemma se queda esta noche en mi cuarto, que tenemos que estudiar hasta tarde?”

La mamá, que no se chupa el dedo, dice: “Claro, nene, a pesar de que no me gustan nada esos dibujos que lleva en el brazo… esos tatus, es muy simpática y muy agradable la Gemma, siempre saluda. Pero no estudiéis demasiado, no os vaya a doler la cabeza.”

En cuanto al papá, de entrada se queda atónito, pero en seguida, pensándoselo mejor, agrega (sin mirar directamente a su hijo): “Por cierto, aquí tienes unas… una… goma, por si… por si… ya me entiendes”.

¡No vaya a ser que le hagan abuelo prematuro!

Las nuevas generaciones tienen la suerte de que las relaciones entre padres e hijos han cambiado radicalmente, los padres de hogaño son mucho más tolerantes que los de antaño –quizá no sólo porque han crecido educados en el diálogo y en los valores democráticos, sino también porque son conscientes de que sin quererlo, sin ser responsables de ello, han preparado para sus hijos un porvenir ríspido--, y la convivencia intergeneracional no es como era entonces un conflicto permanente. Pero aun así, ¿a qué joven no le gusta vivir solo, o con su pareja, y según sus propias normas (antes de asumir las normas, antes tan denostadas, de sus severos padres)?

Que el simposio BCN Desperta!, organizado por Crónica Global, Metrópoli Abierta y El Español, haya abordado con decisión y claridad el problema de la vivienda, afrontándolo de cara e incluso haciendo saltar chispas entre los ponentes, me parece un signo de que esta cabecera en la que me honro en colaborar desde hace ya muchos años sigue mirando exactamente allí donde hay que mirar, poniendo el dedo en la llaga.

La llaga que duele de verdad no es la inmigración, ni el turismo, ni el precio de la bolsa de la compra o de la gasolina, ni si hay que trabajar 40 horas o 37 (cuando todos, salvo los funcionarios, trabajan muchas más), ni mucho menos las “transferencias”, ni muchísimo menos el destino del señor Puigdemont o en qué idioma te ha de contestar el camarero. La llaga, y el volcán que puede hacer erupción en cualquier momento, es el problema de la vivienda.

Ni soy el primero que lo dice, ni esta vez nuestras autoridades pueden, como hicieron hace unos años, cuando inesperadamente se produjeron las revueltas juveniles del 15-M en Madrid, y de la acampada en la plaza de Catalunya y el acoso al Parlament en Barcelona, mirar hacia otro lado, es decir: en Cataluña montando un procés frustrante, y en Madrid desviando la atención hacia los problemas de colectivos muy respetables, pero minoritarios y provocando exasperaciones estériles.

He escuchado atentamente las intervenciones del señor Bernardos, economista que escribe muy bien y de cuyo criterio tengo por norma fiarme; la de Joan Ramón Riera, inteligente e instruido delegado del ayuntamiento; y la de Anna Gener, sensata y aguda CEO de Savills, sobre diferentes aspectos de este problema endemoniado que no admite soluciones facilonas, y algo he aprendido sobre edificabilidad, extensión del área urbanizable, racionalidad de las nuevas viviendas, necesidad de cooperación entre las administraciones y el sector privado, etc.

Aunque también diré que si supiera una solución fácil y terminante a este problema cuyas causas además no son sólo nacionales, la expondría inmediatamente aquí, y sin duda me ganaría la General, Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, que es la máxima condecoración civil española y mi suprema aspiración en la vida.

Como no es así, y detesto ser catastrofista, opto ahora por callarme e invitar al lector a recuperar las charlas sobre el tema en el foro BCN Desperta!