El nuevo equipo de gobierno del Ayuntamiento de Barcelona, liderado por Jaume Collboni, destina horas de su trabajo a hallar la fórmula que permita cumplir con su compromiso de mejorar el civismo en la ciudad. El plan, que debe concluir con un nuevo texto de la ordenanza que vela por las buenas praxis en la calle de aquí a 12 meses, tiene el reto de hacer visible el nuevo mando en la ciudad.
Uno de los escenarios es comprobar que en la calle el desorden, la suciedad, los comportamientos incívicos, pueden ser combatidos y regulados. Se han anunciado aumentos considerables del importe de las multas pero durante un año se deberá ajustar cómo abordar el problema. ¿Un año? ¿Es necesario esperar tanto?
Es cierto que Barcelona tiene por delante saber en quién se apoyará Collboni para gobernar la ciudad. No será lo mismo para luchar contra el incivismo tener de aliado a los Comuns que comprometerse con Junts. Pero lo que no debería desviar a Collboni es la lucha firme contra uno de los peores escaparates de la ciudad. Un año es mucho tiempo de espera y quizás sería recomendable recortar los tiempos y que la lucha contra el incívico estuviera plenamente engrasada para el verano que viene.
La primera ordenanza de civismo le aplicó un torniquete a la desagradable hemorragia que sufría la ciudad a mediados de los años 2000. El espectáculo callejero entonces era lamentable y la presión ciudadana y mediática obligó a la administración Clos a implementar un plan de acción. Pero sólo fue un torniquete, no se sometió al paciente a una cirugía de verdad porque las multas establecidas se incumplieron con la misma facilidad que un ladrón multireincidente vuelve a las andadas.
El ayuntamiento debería tomar nota de esa primera experiencia, que acabó pasándole factura a la administración socialista, y no caer en los mensajes buenistas que pretenden ablandar la persecución del incivismo en lugar de endurecerla. Debe haber más multas y perseguir su pago. Y quizás buscar alternativas instructivas para los incívicos sin capital.
Una fórmula interesante sería un trabajo comunitario edificante: limpiar la calzada y las paredes de excrementos y restos de orín que han dejado alterada la pituitaria de los barceloneses. Barcelona tiene otros problemas al margen del incivismo pero la dejadez estética y moral en la calle afean la ciudad a los ojos de quienes en primer lugar tienen que disfrutarla, los barceloneses, y perjudica la elección de Barcelona como destino de planes de negocio convenientes para todos.
La clave será no conformarse con legislar. Hay que obligar a cumplir. Repetir el error por segunda vez sería imperdonable. Especialmente para el PSC.