Pensamiento Pedro Vega

Pensamiento Pedro Vega

Pensamiento

En busca del voto perdido

9 julio, 2023 23:48

La campaña del 23-J tiene un tinte de aventura arqueológica, más allá de la desidia o el hartazgo que pueda provocar en muchos ciudadanos, después de tanto tiempo escuchando la misma matraca electoral y el empacho de encuestas. Pero es lo que toca, como el calor en verano. Lo que ahora está en juego es, de manera general, la alternancia en el gobierno, principio básico de cualquier democracia. Sin embargo, podemos apreciar matices según el territorio o la comunidad en donde se fije la vista, cosa que obliga a diferenciar el impacto de los resultados y el comportamiento de los votantes.

Instalados como estamos en la sociedad del espectáculo, esta noche tendrá lugar un episodio que nadie sabe con precisión qué consecuencias puede tener: el cara a cara entre los dos principales candidatos, Sánchez y Feijóo. No pasa de ser un espectáculo más, pero no vivíamos algo similar desde aquellos memorables debates entre González y Aznar hace treinta años. Entre los expertos se mantiene la duda sobre hasta qué punto puede influir en la opinión del telespectador y en el resultado final, movilizar a los indecisos o alterar la inclinación del voto hacia un lado u otro.

La opinión más generalizada es que las campañas electorales apenas varían la tendencia, pero en este caso, tanto PSOE como PP están obsesionados con la caza y captura del voto útil entendido como el que cada uno recibe, mientras que el que va al otro es perfectamente inútil. Es el viejo dilema entre votar bien o votar mal. De una u otra forma, habrá media España que se habrá equivocado, al margen de quien sea el ganador. Francesc de Carreras decía hace unos días que “votar bien o mal no depende de la formación política a la que votas sino de la razonabilidad y coherencia de los motivos por los cuales le votas”.

El cara a cara se puede contemplar en esta ocasión como una final de fútbol de la Champions, con cada cual viéndolo en actitud de hooligan a favor de un equipo u otro. Cosa distinta es verlo desde la distancia porque ninguno de los contendientes despierte pasión alguna por no ser el equipo propio quien compite. Desde mañana veremos cómo los medios de comunicación nos esforzamos en tratar de determinar quién ganó el debate, cuando lo fundamental es que, por encima de que se trate de un sano ejercicio democrático, esta pelea beneficiará básicamente a las dos grandes formaciones, al margen de cuál de los aspirantes esté mejor o peor.

No se verá igual este espectáculo desde Cataluña que desde el resto de España: si en esta podemos hablar de una pugna derecha-izquierda, bibloquismo preámbulo de una suerte de bipartidismo imperfecto, en aquella puede situarse entre independentismo-constitucionalismo. Aderezado además por competiciones particulares dentro del sector indepe, donde no está claro quien se llevará el gato al agua, si ERC o Junts. Una lucha sin cuartel en la que los republicanos parecen jugarse más, dado que tienen el Govern, aunque presente unos déficits de gestión que les puede pasar factura.

El barómetro del CEO (Centro de Estudios de Opinión) catalán, que viene a ser el equivalente del CIS español, aportaba datos llamativos, al margen de las proyecciones de voto. Uno de ellos es la constatación de que, con respuesta espontánea, la mitad de los catalanes no sabe quién es el presidente de la Generalitat, especialmente entre personas menores de cincuenta años. Resulta que a quien más se conoce (97%) es a Carles Puigdemont, su rival por antonomasia en las circunstancias actuales. Sorprendente resultado si se tiene en cuenta que el presidente lleva dos años largos en el cargo, desde febrero de 2021, y asunto del que se desprende con cierta claridad su incapacidad para poner en valor el cargo que ostenta debido a una incompetencia evidente del ejecutivo que preside.

Las campañas electorales han cambiado sustancialmente: se acabaron los grandes mítines de antaño y las redes sociales lo han invadido todo. Aparecen así fenómenos llamativos como el posicionamiento de la ANC (Asamblea Nacional Catalana) de apostar por la abstención, si bien sus afiliados desecharon finalmente esa opción que ha quedado como bandera de los indepes más hiperventilados. No falta aquí quien albergue la duda de si buena parte de esos sectores no se decidirán a votar al PP e incluso a Vox por… fastidiar, a partir del criterio del “contra peor mejor”, confiados en que un gobierno de derechas en Madrid pueda hacer subir de nuevo la tensión indepe. Pueden ser pocos votos, pero suficientes para alterar ligeramente algún resultado a la hora de traducir votos en escaños.

Gestionar las expectativas es objetivo y tarea fundamental de cualquier gobierno que se precie de tal. Ya está sobradamente dicho que no se vota por el pasado, sino por el futuro, cosa que implica generar confianza. La pinza PSOE-Vox al PP ha logrado sobre todo situar a la ultraderecha en el centro de atención. Pero también permitir a candidatos como Gabriel Rufián llenarse la boca con el término “fascismo” como si al otro lado de la frontera estuvieran acantonadas unas hordas del fascio esperando a abalanzarse sobre España. Es difícil determinar hasta que punto intimida o moviliza la apelación al voto del miedo; como tampoco sabemos quién hastía más al electorado, si Pedro Sánchez o la ultraderecha montaraz con decisiones y actitudes atrabiliarias. El caso es que todos andan observando a derecha e izquierda en busca del voto perdido.