Una de las series que más me han alegrado la vida ha sido The Office (la versión estadounidense, por supuesto, con Steve Carell haciendo de Michael Scott, el peor jefe de la historia). Recuerdo que la vi cuando vivía en Beijing, en 2009, y entonces podías bajar a la tienda de DVDs pirata de la esquina y comprarte todas las series y películas que quisieras a las pocas semanas de que se estrenaran en Estados Unidos. Nunca he vuelto a experimentar esa sensación de máxima felicidad que sentía al sentarme en un sofá frente al televisor después de cenar dispuesta a tragarme cuatro o cinco capítulos enteros de The Office, sabiendo que reiría a carcajadas.
Con un humor irónico y políticamente incorrecto, pero a la vez amable e ingenuo, The Office se burla del comportamiento humano en cualquier entorno laboral: jefes ignorantes, empleados desmotivados, intereses, discriminación, sensación de obsolescencia ante la interrupción de la tecnología.
“Seguro que algunas bromas de la serie estarían hoy consideradas inapropiadas”, me dijo hace poco un amigo que ha vuelto a mirar The Office con su hijo de 12 años. La gracia de la serie es que Michael Scott es todo lo que no tiene que ser un jefe: racista, machista, homófobo, interesado…, pero a pesar de todo, te acaba cayendo bien. Es como si, a través de él, o de su asistente Dwight Schrute, que todavía dice más barbaridades que Michael Scott (el hijo de mi amigo se ha vuelto fan absoluto de Dwight y quiere tatuarse su rostro en el brazo) pudiéramos reírnos también de nosotros mismos y de nuestros prejuicios y creencias.
Pero, claro, en medio de esta ola de puritanismo censurador que estamos viviendo, en la que se censuran cuentos infantiles de otras épocas por su lenguaje ofensivo, las bromas de Michael Scott sobre el origen inmigrante de uno de sus empleados latinos o la gordura de su contable podrían herir sensibilidades. No vaya a ser que un espectador sin sentido del humor se las crea de verdad.
Uno de mis personajes favoritos de The Office es Kelly Kapoor (Mindy Kaling), una joven indio-estadounidense que trabaja como responsable de atención al cliente de la oficina. Kapoor aparece por primera vez en el segundo episodio, cuando Michael Scott decide celebrar el Día de la diversidad en la oficina y plantea un juego: cada uno tiene que pegarse en la frente una tarjeta con una raza concreta (que ellos no pueden leer), y luego deben tratar a los demás como si fueran de la raza que figura en su tarjeta. Para ejemplificar el juego, se pone a imitar el acento indio de forma muy estereotipada y Kapoor, ofendida, se levanta y le da una bofetada. Pura comedia.
En diciembre pasado, Mindy Kaling, una de las guionistas de The Office, admitió en un programa de televisión que probablemente ahora no les permitirían emitir una serie así. “Los gustos han cambiado y, sinceramente, lo que ofende a la gente ha cambiado mucho", comentó al programa Good Morning America.
También dijo que no recomendaría a sus hijos que la vieran, lo que me pareció algo exagerado. Si no sabemos reírnos de nosotros mismos, estamos acabados. Por suerte, me he reconciliado con Kaling viendo su última serie, Never Had I Ever (Yo nunca), sobre las peripecias de una una adolescente indio-americana en un instituto de California. La protagonista de la serie, Devi, inspirada en la propia Kaling, me ha recordado un poco a mí en esa época.
Yo también era empollona, impulsiva, no tenía un físico de buenorra y los chicos pasaban de mí. Con mucho sentido del humor e indagando en los estereotipos de la cultura india (como lo hace una directora india entonces no resulta ofensivo), Kaling retrata lo que significa crecer sintiéndose diferente, siendo “el otro” por las razones que sea, aunque su mensaje es bastante universal: aprende a valorarte a ti misma.