En una cola de una Administración me encuentro a un vecino de Leópolis, una ciudad ucraniana bombardeada por Putin; hablando, nos hacemos amigos. Lo que nunca le perdonaré al terrorismo es el espanto reflejado en los ojos de un inocente. ETA no existe, pero sobrevive el terror de aquellos atentados contra la sociedad con un saldo de más de 800 muertos, entre políticos, vecinos, jueces, fiscales, uniformados o periodistas; resulta sorprendente que hoy queden restos de aquel guerracivilismo que quiso aparcar, sin conseguirlo, la Constitución del 78. Su último intento, la inclusión de exetarras con delitos de sangre en las listas municipales de Bildu, no era de recibo. Arnaldo Otegi no es el ángel de la paz; su trayectoria es moralmente reprobable. Otegi no es, ni de lejos, el Gerry Adams al que yo mismo (con perdón) conocí en la Universidad de Dublín (República de Irlanda) coreado por los estudiantes, después del Acuerdo de Paz de Viernes Santo, firmado en Belfast (Irlanda del Norte) el 10 de abril de 1998.

Bildu renuncia a sus candidatos con delitos de sangre después del rapapolvo de Pedro Sánchez. El PP, atareado en la cultura del hashtag, se parte por la mitad: Ayuso propone abrir el debate de la ilegalización de Bildu, con una Ley de Partidos aznarista, pero frente a ella, Feijóo “traza una línea que no quiere traspasar”, según fuentes de Génova. La izquierda del PSOE también se divide en dos: Irene Montero proclama la libertad de acción de Bildu, mientras que Yolanda Díaz pide respeto para las víctimas.

Luis García Montero dedica al tema una dura columna bajo el título Un error. El director del Cervantes se siente feliz por el hecho de que cualquier ideología se defienda de forma pacífica, pero pide que no se legitime en las instituciones la memoria de la violencia. Recordemos que los levantiscos hijos del carlismo reposaban en el santuario francés, entraban en España por San Juan de Luz, cometían un atentado, y se embarcaban en Biarritz, con los dedos todavía oliendo a pólvora. “Da igual que los candidatos de Bildu hayan cumplido su condena. La política es un espacio en el que resulta imprescindible distinguir entre lo legal y lo legítimo”, resume con tino García Montero.

Afortunadamente, Bildu ha rectificado y retira a sus candidatos con delitos de sangre. Queda claro que, por mucho que lo intenten, no conseguirán borrar aquel pasado hecho de pasotismo, pacharán y tiros en la nuca con pistolas Parabellum. Los exetarras han cumplido con el Estado y el imperio de la ley. Que duerman tranquilos; que sepulten sus atrocidades como las ha sepultado el Antiguo Régimen gracias a la reconversión del Valle de Cuelgamuros en un memorial por la paz, lejos de aquel mensaje nigromántico —“solo la muerte heroica hace la vida fecunda”— escrito por Giménez Caballero, prosista del 27, fundador de La Gaceta Literaria e introductor del fascismo en España.

El mundo no está lleno de héroes, sino de víctimas. En esto coincidimos mi nuevo amigo de las colas de la Administración y yo. Él tuvo que reconocer su ciudad, Leópolis, después de los bombardeos rusos; identificar a los supervivientes y familiares. No soportaría la presencia de la Federación Rusa en su territorio porque ello normalizaría al conquistador. Le ocurre lo mismo que a muchos de nosotros: no soportamos la ira y el dogma nacional de los que se llaman héroes por el simple hecho de haber provocado víctimas inocentes. No aceptamos moralmente a los falsos gudaris que mataban para mostrar su insolencia frente a la Transición, un cambio democrático que desfiguró al directorio militar del pasado. No pasamos de puntillas sobre la memoria de la violencia.