Italia, supuesto laboratorio político de Europa (no hay para tanto) desde hace poco más de seis meses, tiene un Gobierno de coalición de derechas presidido por Giorgia Meloni, que dirige el partido mayoritario, Hermanos de Italia, de extrema derecha.

Si sorpresa hubo con la constitución de ese Gobierno, la sorpresa continúa por su inesperada estabilidad y templanza. Y si fuera cierta la anticipación de Italia en ideas y fenómenos políticos cabría vaticinar un posible triunfo de Marine Le Pen en las elecciones presidenciales francesas de 2026, tanto más cuanto que Emmanuel Macron no puede volverse a presentar y su espacio político no tiene un sucesor definido.

¿Y qué podría anticipar Meloni respecto a Vox? La cuestión la plantean ya algunos comentaristas y apuntan a un blanqueo indirecto de Vox. La moderación de Meloni y ver una extrema derecha en el Gobierno de uno de los Estados fundadores de las Comunidades europeas atenuaría las reservas respecto a Vox. Opino que lo que representan Meloni y Vox no es comparable, pese a lo que tienen en común y a lo que se parecen (relativamente) España e Italia.

Pedro Sánchez, en su gira europea de preparación de la presidencia española de la UE —del 1 de julio al 31 de diciembre—, se entrevistó en Roma con Meloni. Las diferencias ideológicas entre ambos, así como los programas de los respectivos gobiernos, son profundas, pero los dos países comparten (con matices), al menos, un par de problemas graves: la inmigración de pateras y el peso de la deuda exterior, el 147% del PIB en Italia, el 113% en España.

La solución a esos problemas pasa por la UE, por lo que gobiernos tan dispares pueden concertarse coyunturalmente ante Bruselas, obligando al de Italia a buscar un denominador común con el de España, no al revés. Esto es un pragmatismo que modera a Meloni.

Vox invitó a Meloni a la campaña de las elecciones andaluzas y participó en un mitin junto a Macarena Olona y Santiago Abascal. Su intervención fue ultra por todo lo alto, casi desbordó a los anfitriones. Cargó contra los migrantes, las feministas, el colectivo LGTBI, el aborto, la eutanasia, Europa… Fue la Meloni que podía compararse con Abascal y este presumió de concomitancias con ella.

Pero eso era antes del triunfo electoral de Meloni y de su investidura como presidenta del Gobierno, y esto es, precisamente, lo que induce a creer que la virulencia de la extrema derecha se atenúa cuando llega al gobierno, luego Vox no sería el mismo de ahora en un hipotético gobierno, como no lo está siendo la Meloni presidenta respecto a sí misma.

En esa creencia hay errores de interpretación que conviene despejar.

Las cautelas de Meloni son inteligentes, pero forzosas. Italia está al filo de la navaja, necesita imperiosamente estabilidad política interior y el apoyo europeo, los fondos Next Generation incluidos (Italia espera unos 191.500 millones). Una cosa va con la otra. Meloni no hará nada que pueda complicarle su relación con Bruselas, al contrario, se comporta como alumna aplicada. En política exterior y en economía no se ha alejado de la línea de su predecesor, Mario Draghi, que contaba con todos los plácets de Bruselas y Washington.

Se acabó el compañerismo, están en órbitas distintas: Meloni, en políticas de Estado italiano; Abascal, aplastado por su ideología, en campaña contra el Gobierno “ilegitimo”, “el peor de los últimos 80 años” (luego los gobiernos del franquismo fueron mejores), etcétera, mientras que Meloni se ha hecho sistema.

¿Podría Vox seguir su ejemplo? En primer lugar, Vox no ganará unas elecciones generales, tendría que sustituir en toda España al PP como preferencia conservadora, algo harto improbable. Y en coalición con el PP —seamos críticos, pero honestos— no sería lo mismo.

En segundo lugar, está la tosquedad ideológica de Vox, y, en particular, de Abascal. Meloni ha “modernizado” la extrema derecha italiana. No se reconoce públicamente como fascista, ni siquiera como neofascista, está construyendo una derecha radical que habrá que ver hasta dónde llega. Abascal no solo no ha condenado el franquismo, sino que lo carcome y limita la fuerte nostalgia de este.

Vox está atascado ante el movimiento feminista, hoy electoralmente determinante; Meloni lo soslaya con su defensa de la mujer trabajadora, de la conciliación y de la equiparación salarial; insuficiente, pero convincente para muchas mujeres votantes.

Por todas esas razones y algunas más, Abascal, por mucho que se lo proponga, nunca llegará a la suela de los zapatos de Meloni. Lo cual no debiera tranquilizar, sino alertar sobre las posibilidades mutantes de la derecha radical y recordar que Abascal es sustituible y Vox “modernizable”.