Ignoro si en el futuro algún periodista, algún escritor o compilador con ínfulas enciclopédicas, jubilado y ocioso, con tiempo y paciencia, se entretendrá en armar un monumental Diccionari Enciclopèdic del Procés d'Alliberament Nacional Català, en el que todo, absolutamente todo, quede consignado para la posteridad; no sólo los nombres y apellidos de los espantajos que lo propiciaron y se lucraron con tamaño engaño, sino también las voces, coloquialismos y unidades léxicas que ya forman parte de nuestras vidas. De este modo, junto a los nombres de Artur Mas, Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Gabriel Rufián aparecerán los pertinentes enlaces asociativos –"véase también"— que nos facilitarán poder ampliar nuestro conocimiento sobre el personaje o la situación; a saber: "Timón firme y proa a Ítaca", "La fuga de Cocomocho", "Cómo parar la economía de España" o "Dieciocho meses en Madrid".
Si alguien se anima a darle a la tecla –que yo me canso mucho— me brindo a dictar y a ponerle sal y pimienta al asunto por un tubo. Nos vamos a forrar.
Eso sí, atención: esa enciclopedia deberá cumplir –de dirigirla yo, claro— con todos los estándares habidos y por haber en cuestión de equidad, paridad e igualdad de género. Fifty fifty. Que no quiero yo líos con las dominatrices del Sagrado Ioni Tántrico de Irene Montero. Me aterra la idea de que Ángela Pam Rodríguez se me tire encima dispuesta a morderme en la yugular.
Si algo deberíamos tener todos muy claro, a estas alturas de la película, y sobre todo los catalanes, es que las féminas nacionalistas radicales se han ganado a pulso la inmortalidad y su presencia en una enciclopedia de estas características. Porque, a ver, díganme... ¿Qué habría sido del procés de no haber apremiado Carme Forcadell al gran timonel con su mítico e intempestivo "President, posi les urnes, posi les urnes!"?; ¿qué habría hecho el pastelero enajenado de Amer de no haber gimoteado Marta Rovira su clásico e insuperable "Arribarem fins al final, fins al final"?; ¿cómo olvidar la amenaza de Anna Gabriel –la anarquista que le susurraba a su axila— poniendo en un brete al Govern, avisando de que tocaba asumir las consecuencias del reto "democrático" del referéndum y afrontar, como estaban dispuestos a hacer todos los diputados de la CUP, "les conseqüències, fins i tot si són penals"?.
En el futuro costará mucho entender el procés sin la perspectiva histórica y el concurso de muchas de las grandes damas que lo jalearon, a base de regurgitar ponzoña y echar gasolina al fuego con su incontenible verborrea. ¿Acaso han olvidado a la expresidenta del Parlament de Cataluña Núria de Gispert? Esa señora –a la que Disney debería contratar para una aparición estelar en algún capítulo de The Mandalorian— celebraba la salida de la Sagrada Tierra Catalana de Inés Arrimadas, Enric Millo, Juan Carlos Girauta y Dolors Montserrat en tuits incendiarios: "Han aumentado las exportaciones (de cerdos) en Cataluña". ¿Debo recordarles las salidas de pata de banco de Mireia Boya, Elisenda Paluzie y Muriel Casals, a la que Dios tenga en su gloria?
La suma de todos los voceadores, paniaguados, periodistas, locutores y tertulianos que jalearon el procés no le llega ni a la punta del tacón a Pilar Rahola, diosa de la agitación y el caos.
El procés sin las citadas señoras, y muchísimas más, no hubiera sido nada, o hubiera sido muy poco, porque todos sabemos que detrás de cada hombre insignificante, pusilánime, siempre se halla una mujer comme il faut. Con dos o con cuatro ovarios. Y en el caso del procés los hombres eran –¡venga, vamos a decirlo!— unos mindundis, unos baliga-balaga, unos cagadubtes, unos mediocres de cuidado. Ellas, todas ellas, les daban sopa con honda.
Y ahora mismo, hoy por hoy, así sigue siendo en el posprocés. Las chicas son guerreras. Dormita Carles Puigdemont, languidece Toni Comín, hace ver que reina sin reinar Pere Aragonès... pero las que siguen armando, día a día, la marimorena, y le dan a la zambomba, son ellas, las más bellas.
Ahí tienen a Míriam Nogueras, de Junts per Catalunya, la llamas y acude a trotecillo alegre, relinchando y cortando el viento caminito del atril, entrechocando dos cáscaras de coco como los Monty Python. Cobra del Estado más de 100.000 euros anuales –unos 700.000 desde que es diputada—. Y ni corta ni perezosa va y le propina una certera coz a la bandera de España (porque ella lo vale) y la saca de cuadro. Y luego, claro, llora por las esquinas, afirmando que ha recibido en 24 horas 5.000 amenazas de muerte de fascistas españoles que le recriminan su estupidez supina. Y usted va y se lo cree, claro.
Otras señoras, casi septuagenarias, como Clara Ponsatí, tienen siempre ganas de jarana. Clara quería volver. Semanas atrás se plantó en una carretera comarcal, fronteriza, y se inmortalizó dando saltitos y pisando España toda chula. "Ahora estoy dentro, en España, y me ves; ahora estoy fuera, en Francia, y no me ves", parecía decir, parodiando el gag de Barrio Sésamo en el que Epi le explica a Blas lo que significa estar dentro o fuera. Seguramente Gonzalo Boye, ese Yul Brynner de la abogacía, que se forra asesorando a toda esta parroquia de indigentes intelectuales, la convenció de que ya era hora de volver. Y también de que su ejemplo allanaría el regreso triunfal de Cocomocho. Y dicho y hecho. Clara se presentó en Barcelona, se paseó toda chula, retó al mosso que la detuvo –¡usted no sabe quién soy yo!—, pasó un ratito detenida, sin móviles que la pudieran inmortalizar, y se volvió a Bruselas a fin de seguir despotricando contra España, ese país de asesinos de la democracia.
Y valga como último botón de muestra del poder y el tronío que se gastan nuestras sediciosillas la triste historia de doña Laura Borràs. Van y la juzgan por lo que ustedes ya saben. Y ella tan campante, imperturbable, con su deportivo y su bolso de Luis Pitón, y con su sonrisa de ahí me las den todas. Como no podía ser de otro modo, el tribunal dictamina que es culpable de los delitos que se le imputan, y la condena a cuatro años y medio de cárcel, a 13 años de inhabilitación para cargo público, y a una multa de seis milloncejos, pero de pesetas, no de euracos. Y en paralelo –¡alucinante!— el mismo tribunal, considerando que tampoco hay para tanto, pide que se le rebaje la pena dos añitos y medio a fin de que no tenga que entrar en la cárcel. Pobrecita mía, una pija del upper side entre rejas... ¡Dónde se ha visto semejante despropósito!
Con la sentencia en la mano, Laura no ha dudado en exigir ser restituida de inmediato en su cargo como presidenta del Parlament, y se ha despachado a sus anchas contra todo y contra todos: contra el Estado opresor, contra la arbitrariedad de la justicia, contra la infamia de un sector del independentismo que según ella ahora mismo come palomitas y aplaude con las orejas, contra ERC y contra Pere Aragonès. Y anuncia que lo suyo terminará, tras recurrir ante el Tribunal Supremo, en los tribunales europeos.
Confieso que a mí me fascinan las indepes radicales, y que de todas las aquí citadas especialmente amo a Laura, por su desvergüenza, prepotencia y cara dura. Sí, amo a Laura, aunque esperaré hasta el matrimonio... Bueno, no, dejémonos de matrimonios. Esperaré hasta que se jubile.
Rían y sean felices. Sic transit gloria mundi.