Ciertamente, Cataluña necesita unos presupuestos que ya van muy tarde, pero requiere de bastantes más cosas para salir adelante. Por sí mismos, unos presupuestos poco resuelven, teniendo en cuenta que siempre se pueden prorrogar los anteriores y que, al final, lo que cuenta es la capacidad para implantarlos. Hace falta, en primer lugar, un gobierno capaz de sacarlos adelante y, por lo visto hasta ahora, no lo tenemos. Se necesita que el gobierno disponga de una sólida mayoría parlamentaria para poder hacerlos posibles y aplicarlos. Pero se requiere, sobre todo, un proyecto político a medio plazo para un país que lleva ya una década sin disponer de grandes acuerdos y consensos para desarrollar estrategias en el campo económico, defender unos servicios públicos cada vez más precarios, el fomento de la cohesión social y la batalla contra la creciente desigualdad, o una mejora del bienestar y la calidad de vida de sus ciudadanos. Hace falta un norte, una dirección, un proyecto de futuro tangible después de años de vivir en la irrealidad y focalizar un sentimentalismo estéril y forzar la división de la sociedad. Un futuro donde se contemple la mejora de la productividad, el impulso a la industria de base tecnológica y alto valor añadido, la defensa de las actividades que aportan trabajo con salarios dignos, invertir en recuperar una sanidad pública ya demasiado dañada, el reforzamiento de un sistema de enseñanza con un excesivo fracaso escolar, escasa exigencia y resultados dudosos. Un mañana con las infraestructuras imprescindibles, ahora insuficientes y envejecidas, que todo país moderno y competitivo requiere. Para que esto sea posible, se necesitan gobiernos fuertes, que estén centrados en el bienestar de la ciudadanía, con capacidad de gestión y de construir amplios consensos y liberados de quimeras mágicas. Aprobar y disponer de unos presupuestos viene después de todo esto, no antes.

En la dinámica política catalana, lo que se lleva estos días es presionar al PSC para que apruebe los presupuestos de un Govern de ERC que ahora va entendiendo lo que significa encontrarse en la situación de ser una minoría absoluta. Puede que al final, por sentido de responsabilidad y también por cálculo político, los socialistas los aprueben. No sé, también se entendería lo contrario, ya que no habrá quien tenga la solidez para después hacerlos efectivos, convertirlos en políticas prácticas teniendo en cuenta la endeblez no solamente aritmética de Esquerra. Si se aprueban, habrá durante unos meses una falsa sensación de normalidad, pero en realidad el país estará absolutamente igual de desarmado institucionalmente. Se trataría de realizar un simulacro de serenidad y orden durante un tiempo para evitar iniciar el ciclo electoral que viene. No da para más. La mayoría política independentista que salió de las elecciones de hace dos años ha quedado dinamitada y resulta imposible de rehacer. De los más de 70 diputados que la componían, quedan 33. En cualquier país, esto significaría ir a elecciones immediatas. Una vez implosionada la mayoría y la estrategia compartida del procés, la realidad es otra y es necesario establecer nuevos bloques de gobierno. Esto se hace con elecciones. Que ahora la estrategia de quienes quieren sobrevivir pase por forzar al PSC a votar favorablemente los presupuestos, resulta como mínimo un ejercicio de cinismo. Hasta hace pocos meses los socialistas eran para los mismos que quieren hoy su apoyo unos unionistas, españolistas, apestados, ñordos, padres del 155, represores... Hace más de medio año que estos parias ofrecieron la mano para los presupuestos, mientras Oriol Junqueras, aún en Navidad, los menospreciaba públicamente –“tendrán que pedir perdón...”-, mientras especulaban en obtener aún el soporte imposible de Junts. Falta de visión y de grandeza política.

Sin embargo, como el país no tiene la culpa de los malos políticos, sería bueno disponer de presupuestos, por los incrementos de dotación y las mejoras que se pueden introducir y no tener que estar ligados al dogal de prorrogar los anteriores. Pero, para eso, Esquerra tendrá que ceder ante un partido que, de hecho, obtuvo más votos que ellos en las elecciones. No creo que, con la finalidad de un acuerdo, el chantaje sea la mejor vía. Suele dar mejores resultados el respeto y la discusión serena, la voluntad de un entendimiento real. El torpe intento, la última semana, de forzar al PSC recurriendo a Madrid para que se les presione y obligue, ha sido realmente una muy mala idea. De hecho, si lo miramos bien, esta deslealtad sí entraría dentro de la definición de sucursalismo.