Hay muchas diferencias entre Inés Arrimadas y Salvador Illa. La primera utilizó una forma de oposición bronca sin tomar nunca jamás la iniciativa y, de hecho, abandonó a sus huestes junto a la mayoría de la dirección para irse a "hacer las Españas". No se puede decir que haya acertado. Illa siempre ha actuado con mano de hierro y guante de seda. A pesar de lo que dijera Oriol Junqueras de que el PSC ha estado al lado de la represión, el líder del PSC ha movido sus piezas en Madrid a favor de los indultos y de la modificación del delito de sedición. Y en Cataluña siempre ha marcado sus prioridades sin dejarse engatusar.
En las últimas semanas, ERC pretendía poner la patata caliente en manos de Illa. Si no había presupuestos sería por culpa de los socialistas, aunque Pere Aragonés sabe que su acuerdo con los Comunes no sirve para nada aunque sí dibuja un modelo de país en el que republicanos y comunes están a gusto y que pretenden profundizar tras las municipales consiguiendo desbancar al PSC de la Diputación de Barcelona. Un modelo de país que no es el del PSC y ni siquiera el de Junts. Ambos no han dado pasos al frente y no se han dejado engatusar por los cantos de sirena de ERC.
Illa ya desoyó las prisas hace dos semanas cuando desde Palau se señalaba como inminente un acuerdo de presupuestos con el PSC. Todo sea dicho de paso, el interés de ERC de pactar con Junts no existe. Y ese interés es mutuo. Los de Junts se limitan a esperar la erosión del escuálido Govern de la Generalitat que se ha dado de bruces con la realidad de sus 33 diputados. El PSC no. Ha mantenido una constante negociación y se han cerrado acuerdos parciales. Muy en la línea de Illa de hablar, negociar y acordar, pero sin maximalismos.
Y ahora no era la hora de acordar porque ERC se pensaba que el apoyo del PSC iba a ser gratis y no lo va a ser porque el modelo de país del PSC y el de ERC son distantes y si me apuran irreconciliables. El ultimátum se llama aeropuerto de Barcelona, su ampliación, la protección del Baix Llobregat donde la Generalitat pretende arrasar con la industria alimentaria, el cuarto cinturón una promesa siempre incumplida, el Hard Rock Café en Tarragona y firmar, de una vez por todos, el contrato programa con Renfe para realizar las inversiones necesarias en Rodalies.
Toda una declaración de intenciones que ha dejado a Aragonés preso de su propia estrategia. Lo fácil para el president sería tirar de Junts. El problema que Junts está en la línea que marca el PSC. Si estas dos formaciones no mueven pieza se deberán prorrogar presupuestos y se perderán 3000 millones. Aragonés no parece consciente que sus 33 escaños son insuficientes y el apoyo de los Comunes es insignificante y la valoración de su líder, Jéssica Albiach, del acuerdo presupuestario ha encendido las alarmas en PSC y Junts.
Tampoco es para rasgarse las vestiduras. La tónica habitual es no aprobar los presupuestos en tiempo y forma. El año pasado fue la excepción, la anécdota. Sin embargo no es alentador ver como los republicanos están como agazapados y acogotados, sin capacidad de reacción. El PSC ha puesto precio al apoyo de sus también 33 diputados. Un precio que incide sobre un modelo de país del que ERC recela porque viven en el partido ánimas dispares y que los Comunes digan que el acuerdo presupuestario es la derrota de Foment del Treball, la patronal catalana, no ayuda a la concordia.
Si Aragonés quiere presupuestos tendrá que arremangarse y alejarse de veleidades. Dicen en ERC que las peticiones del PSC se sitúan fuera del marco de los presupuestos. Y lo dicen ellos que en Madrid tienen experiencia en dedicarse a esto de poner reivindicaciones que poco, o nada, tienen que ver con los presupuestos. Ya saben quien a hierro mata, a hierro muere. Aragonés está herido, tocado pero no hundido. Solo le salvará el pragmatismo e imponer un criterio en su partido que más parece una olla de grillos en el territorio. Y si quiere un acuerdo deberá tomar la iniciativa con Illa que ha sacado, y de que manera, la mano de hierro para recuperar el guante de seda.