El espíritu de la Navidad no se impone en la política española. No hay más que ver cómo estamos llegando a esas fechas tan entrañables entre lo del Tribunal Constitucional, las rebajas de penas para sediciosos y malversadores y el mal rollo generalizado entre el PSOE y el PP, los dos principales partidos políticos de este bendito país. Ya sé que lo suyo sería suscribir la opción supuestamente progresista y tomar partido por el PSOE frente a las maniobras del PP para controlar el Tribunal Constitucional, que son, ciertamente, lamentables, por mucho que nos las sepamos de memoria: como todos sabemos, el PP tiene la mala costumbre de encajar con suma dificultad el hecho de no estar en el poder y suele considerar que cuando gobierna la izquierda, lo hace de forma inmerecida y, por consiguiente, resulta lógico y hasta deseable hacerle la puñeta sin tasa, incluso en foros internacionales, donde debería considerarse de mal tono poner de vuelta y media al Gobierno de tu país simplemente porque tú y los tuyos no formáis parte de él. En lo relativo a la justicia, las marrullerías del PP (pese a un historial de corrupción que debería obligarle a mostrar un poquito de por favor) son constantes, públicas y notorias: véase, como ejemplo, su nula voluntad de proceder a la sustitución de los miembros caducados de la judicatura (que ya nos ha ganado alguna que otra bronca de Bruselas, por cierto), no fuera a desaparecer alguien de los suyos para ceder su puesto a uno de los otros. Porque resulta que en España hay jueces conservadores y jueces progresistas, cuando muchos nos conformaríamos con que hubiera jueces a secas.

Lamentar la actitud del PP, por otra parte, no conduce a celebrar la del PSOE, que, harto de la voluntaria y conveniente cachaza del principal partido de la oposición en lo relativo a los jueces, ha optado por tirar por el camino de en medio y, lejos de solucionar nada, empeorarlo todo un poco más de lo que ya lo estaba (recordemos las advertencias de las autoridades europeas). De forma maniquea, aquí todo el mundo explica las cosas como mejor le convienen: según el PSOE, lo suyo es una manera de poner en su sitio a los enemigos de la democracia (o de Sánchez, que para este viene a ser lo mismo); según el PP, no están liando la troca con fines inconfesables, pero evidentes, sino salvando a España de las canalladas de los socialistas y, si me apuran, de sí misma. Unos y otros van a lo suyo de manera descarada, aparentando, eso sí, que solo les mueve el bien común. Yo ya no puedo estar más harto de ambos partidos y de sus dirigentes, pero, como todo el mundo, me tengo que aguantar y no me queda ni el consuelo de creer que estoy en el lado bueno de la historia tomando partido por lo que queda del PSOE.

El PP no ha cambiado gran cosa desde los tiempos en que lo dirigía Manuel Fraga. Si algo no se le puede negar a la derecha española es la coherencia: siempre se portan igual y, dirija la banda quien la dirija, se defienden siempre los mismos intereses, aunque en unas etapas se robe más y en otras se robe menos. Por el contrario, el PSOE, desde que lo controla el arribista Sánchez, se ha convertido en el club de fans del mandamás, que solo se mueve por lo que le atañe directamente a él (mientras intenta presentarlo todo, claro está, como una contribución fundamental a la concordia entre españoles y al progreso del país). Sánchez no ve nada raro en defender al Estado junto a enemigos del Estado como ERC o Bildu. Para salirse con la suya, es capaz de aprobar deprisa y corriendo reformas muy discutibles de la sedición y de la malversación, reformas que parecen sugeridas personalmente por el beato Junqueras. Para que no se le rebote Irene Montero, se traga entera la ley trans y mira hacia otro lado cuando se entera de que la famosa ley del solo sí es sí consigue los efectos opuestos a los deseados (¿tal vez porque está redactada con el culo? Ah, no, perdón, que la ley es impecable: la culpa es de los jueces fachas y heteropatriarcales que la aplican de la peor manera posible para jorobar a los progresistas). Harto de que los del PP se hagan los longuis con las renovaciones judiciales, intenta resolver la situación a lo bestia y luego se sorprende de que le canten las cuarenta desde Europa o desde las asociaciones profesionales españolas.

Estamos ante una situación que solo puede ser del agrado de los fanáticos, de los hooligans de la política, siempre dispuestos a bendecir lo que haga el partido de sus entretelas, gente dispuesta a creer que a Sánchez solo le mueve el amor a la democracia y a Feijóo el amor a la España eterna. Y a los que estamos en medio, sin verle la gracia al PP y lamentando en qué se ha convertido la socialdemocracia, que nos zurzan. No sé ustedes, pero yo ya solo veo marrullería y oportunismo en nuestros dos principales partidos políticos, dedicados a predicar a los convencidos y a entorpecer, cada uno a su manera, lo que debería ser el curso habitual de la actividad política española. O igual es que me he levantado cascarrabias e inmune yo también al espíritu de la Navidad. En fin, como decía Tito B. Diagonal, felices fiestas a CASI todos.