El populismo se encastilla. Los magistrados recusados del TC frenan la votación en el Senado y suspenden el trámite legislativo de la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Es el lawfare, el fuego cruzado institucional del que habla José María Lasalle, prodigio de moderación y sabiduría. La España de hoy ya no prepara la Navidad del cochinillo de Segovia y ni siquiera la del besugo al horno; se encomienda a las docenas de estrellas Michelín que cruzan nuestro cielo. El Tribunal Constitucional vulnera el espíritu de su propia ley y, por detrás, los partidos mayoritarios, PSOE y PP, alimentan su empate catastrófico.
Mientras el núcleo duro del tribunal de garantías enmaraña la vida, recuerdo lo que se escribía el Siglo de Oro en servilletas y manteles: Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,/ menos bien las estudias que las vendes/ lo que te compran solamente entiendes/ más que Jasón te agrada el Vellocino. ¿Y quién era Batino cuando Quevedo escribió este soneto? Pues un juez de la época al que se le considera una metonimia de toda la Justicia. No es el caso, pero decidir por conveniencia se acerca. Y fue la conveniencia la que encendió la pluma de nuestra mejor joya poética en otra de sus cuartetas: No sabes escuchar ruegos baratos,/ y sólo quien te da te quita dudas;/ no te gobiernan textos, sino tratos/...
La gastronomía nos vertebra. Ante un buen lechón, no hay Estado de las Autonomías que valga. Lo sabe bien Iñaki Gabilondo, el gran camarada que reinventó el himno ágrafo de España de esta sabia guisa culinaria: Pulpo, gazpacho, tortilla de patatas (sin cebolla o con) y un plato de jamón./ Migas, paella, lechazo, pan tumaca, salmorejo y papas con mojo picón./ Pisto, cocido, fababa, sobrasa, pescaíto frito y bacalao pil-pil... La Marcha Granadera, que sin letra es un palo seco, ganaría en humor y de paso disiparía mastuerzos y repiques heroicos, tan del gusto del negacionismo que aporta la extremidad del arco parlamentario.
El Constitucional está bloqueado y el Consejo General del Poder Judicial se declara en rebeldía. Pero nosotros, ciudadanos con la mosca detrás de la oreja, siempre podemos volver al estómago, sabedores de que las mejores ostras de La Rochelle se sirven en las barras apelotonadas de la Boquería.
El populismo contamina y provoca respuestas similares. Lo primero se lo apunta Núñez Feijóo y lo segundo, Pedro Sánchez. Al presidente le han podido las prisas, pero al PP, el partido que bloquea normas constitucionales, le puede el desinterés que ignora las tragedias. No presta atención a la ceniza humana de Campo dei Fiori, donde la inquisición quemó a Giordano Bruno. La comodidad de Feijóo, heredada de Mariano Rajoy, consiste en dejarlo todo en manos de un poder judicial controlado a distancia, desde el lejano 1911, el momento en el que se efectuó el último relevo en el CNPJ, bajo la mayoría absoluta del PP. La derecha ha movido el caballo que se inmola por la torre, sobre un tablero de ajedrez, y Sánchez ha contratacado con demasiada celeridad presentando enmiendas en vez de proyectos de ley, porque son mucho más lentos, según el reglamento de la Cámara.
Uno a cero. La mayoría de los seis magistrado conservadores del TC estaba cantada: El humano derecho y el divino,/ cuando los interpretas, los ofendes,/ y al compás que la encoges o la extiendes,/
tu mano para el fallo se previno. Hay partido y tal vez, algún día, la mano lejana del poeta se alce en sedición. Y no lo digo por Junqueras y sus amigos, todos de buen saque, esperando el Adviento, el fajín, la escudella y la consulta; una miscelánea de curones y coristas a los que Quevedo obsequiaría de buen gusto sus obras untadas con tocino.