Una de las noticias que menos he seguido en las últimas semanas (no por falta de interés, sino de tiempo; desde que mi hijo empezó la guardería está cada dos por tres enfermo) ha sido la polémica adquisición de Twitter por parte del magnate de las tecnologías Elon Musk.
Hace 10 años, cuando escribía sobre emprendedores y startups para otro medio catalán, Musk era considerado una especie de genio. Todo el mundo lo alababa por haber sido uno de los fundadores de Paypal, haber creado SpaceX y Tesla, la conocida marca de coches eléctricos, o por su proyecto de querer unir San Francisco y Los Angeles mediante un tren de alta velocidad propulsado por una nueva tecnología “sostenible” de levitación magnética, el llamado Hyperloop.
Desde entonces, no sé qué ha pasado, más allá de que Twitter me sigue pareciendo una red social bastante horrible (¿por qué a la gente le interesa tanto lo que opine sobre tal o cual tema un mindundi que ni siquiera conoce personalmente? ¿Desde cuándo es importante lo que diga el vecino?) y de que el señor Musk, ahora el demonio en persona, ha conseguido comprarla por 44.000 millones de dólares y ha despedido a más de 4.000 empleados en menos de un mes.
Después de informarme un poco sobre el tema (en Twitter no, por supuesto, sino en los medios de los que aún me fío) resulta que el principal temor es si la compra de Twitter por parte de Musk supondrá un desastre para la moderación de contenido en la red, como advierten algunos de sus empleados, tanto en público como en privado –lo que supondría traer de vuelta a algunos de los tuiteros más controvertidos, prohibidos bajo la anterior dirección, como el expresidente de Estados Unidos Donald Trump— o si la red social acabará desapareciendo (algo que a mí modo de ver no haría mucho daño a la humanidad).
Rest of World (RoW), un medio independiente al que sigo desde hace unos años, publicaba esta semana una entrevista con una ingeniera de datos de Twitter, Melissa Ingle, que formaba parte de las 4.400 personas que fueron despedidas de un día para otro bajo la dirección de Musk. Ingle trabajaba en el área de integridad cívica y desinformación política, y una de sus tareas era diseñar algoritmos que escanean la red para detectar contenidos perjudiciales (incitación al odio, acoso, pornografía, abuso o tráfico de niños, etcétera), especialmente antes de acontecimientos políticos, como las elecciones de Brasil y EEUU. Además de programar y actualizar algoritmos, su equipo de vez en cuando reenviaba una subsección de los tuits a los llamados moderadores de contenido, revisores humanos que se encargaban del trabajo allí donde los algoritmos no llegaban, como por ejemplo en tuits publicados desde países no occidentales o con regímenes autoritarios que interfieren en internet. Musk se ha cargado a todo este equipo de moderadores de contenido, además de a los equipos de ingeniería y aprendizaje automático, el departamento de ventas y el de publicidad. Mala señal:
“Por desgracia, la automatización por sí sola no es suficiente. No digo que no pueda conseguirse, quizá sí. Pero ahora mismo, necesitamos tanto el aprendizaje automático como la revisión humana. Como ya se ha dicho, la información errónea y el acoso irán empeorando con el tiempo, a menos que se haga algo al respecto”, dijo Ingle a RoW.
Me entristece pensar que en unos días volvamos a tener a majaderos como Trump soltando tonterías en Twitter. Pero en general me entristece cada vez que veo a alguien que considero inteligente ponerle un me gusta a la opinión chapucera de un tuitero con miles de seguidores simplemente por ser guapo o repetir con gracia las sandeces que dicen algunos políticos. Recuerdo que a las pocas semanas de empezar a salir, un chico me reenvió un tuit de una tuitera de veintipocos años dándole la razón sobre un tema político que habíamos discutido la noche anterior. “¿Y a mí qué me importa lo que opine esta tía?”, le solté, un poco decepcionada. Le dije que en Twitter solo seguía a periodistas que comparten reportajes y artículos, es decir, información, cuentas de chistes u opinadores con cierto rigor intelectual, científicos, investigadores, profesores… Me acusó de estar celosa (la tuitera era una chica jovencita y guapa), pero no se trataba de eso. Sigo sin entender cómo alguien que no es nadie ni dice nada interesante tiene miles de seguidores. Debo ser un poco arrogante, pero Twitter no es para mí.