El lunes sonó el minueto de Boccherini en el Casa del Rey; los compases de Los españoles se divierten, una pieza habitual en la Corte de Carlos III, el Ilustrado, se hicieron patentes en los salones de la Zarzuela, mientras la familia real esperaba el fin del encierro entre Felipe VI y Juan Carlos I, que acabó en tablas: el emérito volverá cuando quiera a sus regatas, pero no pondrá un pie en palacio. Juan Carlos I, le Borbón méchant, está castigado, pero se ha salido con la suya desde que la fiscalía le exoneró.
No existe ningún reproche legal. Pero la España enferma de ideología se parte en dos: el PSOE y Podemos exigen explicaciones al monarca en línea con la versión oficial de la Casa del Rey; en frente, PP y Vox, pillados acaso en el estilo pandillero y tabernario, dan por bueno todo lo que haga su graciosa majestad, sean deportes de rey –cazar y amancebar— o manejos financieros, bajo el manto de la inviolabilidad y la prescripción fiscal.
Los que sentimos debilidad por Juan Carlos I no podemos olvidar que es la segunda vez que este hombre niega a su familia: la primera fue cuando dejó tirado en Sintra (Portugal) a su padre, Don Juan, conde de Barcelona, para obedecer al general Franco que le coronó elípticamente a través de aquel requiebro histórico de “España es un Reino”. La segunda negación familiar de Juan Carlos I tuvo lugar el pasado lunes, frente a Felipe VI; de traca. El emérito no dará explicaciones porque se lo ha aconsejado Javier Sánchez-Junco, su abogado, exfiscal Anticorrupción y hoy experto en penal económico, lo que antes llamábamos procesal penal. En Londres queda un cabo judicial por atar, relacionado con el cobro de comisiones del AVE a La Meca, confesado por Corinna Larsen en un audio grabado por el excomisario Villarejo, eterno buscón don Pablos.
Corinna, de falsa raigambre Wittgenstein (ay si el filósofo vienés y profesor de Cambridge levantara la cabeza), acusa a Juan Carlos de una campaña de abusos, pero su bufete señala que el emérito es intocable: pertenece a la Casa por la línea dinástica, que implica a cinco miembros: padres reyes (Juan Carlos y Sofía), hijos reyes (Felipe y Letizia) y la infanta heredera, Leonor.
Como fiscal Anticorrupción, a Sánchez-Junco no se le escapaba ni una: ¿se acuerdan de cuando defendía al banco HSBC, con sede en Hong Kong, contra Gescartera; del saqueo de Marbella de Jesús Gil y de las graves imputaciones que vertió sobre Mario Conde en el caso Banesto? Pues ahora tampoco se le escapa nada. Está al otro lado de la mesa y defiende a sus clientes acusados de blanqueo de capitales, de administración desleal, de corrupción entre particulares y de las nuevas infracciones contra Hacienda. El bufete de Sánchez-Junco, como el de Pérez Llorca o los de Alzaga, Roca Junyent y Calvo Sotelo, junto a las marcas internacionales instaladas en España (los Ernst & Young y KPMG), maneja bien las cláusulas de salvación.
Sobre la cubierta del Bribón, el Borbón travieso se postra ante la España demediada, mientras la otra media glosa al pueblo de Burgos, ante Díaz de Vivar: “¡Qué buen vasallo sería si tuviese gran señor!”. Acabada la visita, el emérito vuelve al destierro y Felipe VI, jefe del Estado, es homenajeado en las calles de Vigo, como contraprograma de su padre en el pantanal de Sanxenxo. Paralelamente, las togas del Supremo reabren los indultos del procés al admitir los recursos de PP, Vox y Ciudadanos; la tensión no parará hasta las generales. El fresco no se detiene y en la Zarzuela, donde el reformismo de Esquilache es todavía un ensalmo, suena Boccherini.