Como si se reconociera en los tópicos ancestrales que afectan a su región, Alberto Núñez Feijóo ejerce sin matices de gallego que no se sabe si sube la escalera o la baja. Lo acabamos de comprobar con el pacto en Castilla y León entre el PP y Vox que ha permitido a su cofrade Mañueco convertirse en presidente de la comunidad. No sabemos si Feijóo está a favor o no de pactar con Vox, pero da la impresión de que ni una cosa ni la otra o las dos cosas a la vez.

El hombre acepta el apoyo de los de Abascal, pero luego no aparece por la toma de posesión del señor Mañueco para que no lo vean con la extrema derecha a la que el señor Mañueco debe la presidencia de Castilla y León. Es como si enviara el mensaje de que él pacta de manera aproximada, porque le conviene, pero teniendo sus dudas de si lo que hace es lo que debería hacer o no.

Me recuerda a Bill Clinton diciendo que se había fumado algún que otro canuto de joven, pero nunca se había tragado el humo. O exhibiendo una Biblia en la que quedaba muy clarito que la felación no es exactamente una relación sexual, sino un detalle cariñoso entre amigos. Pero las explicaciones de Clinton en lo relativo a su relación con la becaria Monica Lewinsky nadie se las tomó en serio, y me temo que tampoco resulta muy sencillo dar por buena la visión que tiene Núñez Feijóo de los pactos políticos. O se pacta o no se pacta, pero no se debería poder dejar las cosas a medias.

Ya sé que en el PP hay gente que hiperventila de placer ante la unión de la derecha con la extrema derecha, pero también hay gente a la que Vox le da mucha grima. Y Núñez Feijóo no se decanta por ninguna de ambas tendencias: se queda quieto en mitad de la escalera y nos toca a los demás averiguar si la está subiendo o la está bajando. Mi opinión personal es que la derecha tradicional española debería guardar las distancias con la extrema derecha, pero, si tenemos en cuenta que nunca he votado al PP, mi opinión no vale para nada.

Que haga, pues, lo que considere más oportuno el señor Feijóo, pero que sepa que con esa actitud modelo la-puntita-nada-más solo consigue dar la impresión de que es un pusilánime. O sí a Vox o no a Vox, pero lo que no parece de recibo es esa especie de sí a medias, como vergonzante, y los intentos (vanos) de situarse au dessus de la melée: si tu secuaz ha llegado a presidente gracias a la extrema derecha, dale a esta las gracias y trágate la ceremonia de toma de posesión, aunque no te caigan del todo bien los socios que te has buscado para alcanzar tus propósitos.

Esta extraña manera de pactar no es exclusiva del PP. Pedro Sánchez hace lo mismo desde que llegó a presidente de la nación. Necesita el apoyo de declarados enemigos del Estado como ERC o Bildu, pero solo para lo que le conviene, que es cortar el bacalao. Una vez obtenido el apoyo, si te he visto no me acuerdo, como pueden comprobar a diario los voluntariosos muchachos de ERC.

Sánchez les da las gracias, pero luego pospone todo lo que puede la famosa mesa de diálogo o espía a sus propios socios de gobierno, mostrando un trato a los independentistas (que no diré que no se lo merezcan) muy similar al del ejército norteamericano de antaño cuando negociaba con los indios. De hecho, solo le falta regalarle unas cuentas de colores a Laura Borràs y unas botellas de agua de fuego a Aragonès, pues pasa de ellos como de la peste una vez se ha asegurado su necesaria colaboración para lo que sea.

Igual ahora tiene que ponerse un poco las pilas con lo del Catalan Gate, pero tampoco parece tener mucha prisa y no para de darle esquinazo al Petitó de Pineda, que ya no sabe qué hacer, ¡el pobre!, para que el señorito se lo tome mínimamente en serio. Una vez más, aporto mi opinión estrictamente personal: creo que lo que queda de la socialdemocracia española no debería pactar con separatistas, y ahí tengo algo más de derecho a opinar porque he votado al PSC en varias ocasiones (para acabar lamentándolo casi siempre).

Creo que debería haber unos límites éticos a las ansias de gobernar, y que esos límites afectan por igual al PSOE y al PP. Pero sus actuales dirigentes no piensan igual que yo, es evidente: de lo que se trata ahora es de pillar cacho y alcanzar la cima como sea y con quien sea. Núñez Feijóo acepta el apoyo de Vox, pero como a regañadientes; Sánchez necesita a la misma gente a la que espía. Me temo que, desde un punto de vista estrictamente moral, tenemos un presidente y un jefe de la oposición que no hay por dónde cogerlos.

Probablemente, las consideraciones morales se las traen al pairo a ambos, a cada uno a su manera. Ambos ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Y entre los dos representan a la mayoría del electorado español. Así nos va.