Godoy entra en escena con la desamortización eclesiástica. La oposición desembrida el caballo de Pavía, Ucrania precipita las bolsas y Bruselas apuesta por la vía diplomática. Cataluña mantiene su virginidad: Artur Mas defendió la soberanía de Ucrania en 1914; después llegaron siete años de silencio y ahora toca la ambivalencia de Pere Aragonès, que se saca de encima las pulgas apartándose de “la trama rusa de Puigdemont”; nada más, salvo la presencia de ERC en el último manifiesto contra la guerra, sin matices, sin buenos ni malos.
¿Qué le deben los del procés a Putin? ¿Dónde está la mirada atlántica nacida en la Cataluña austracista, que tanto reivindican? ¿No está concernida Cataluña en la seguridad de la UE? Por su parte, Vox apuesta por el envío de tropas a Ucrania, pero sin una denuncia explícita contra Putin, el antiguo amigo de Santiago Abascal. ¿Qué le deben al autócrata de Moscú?
La UE lleva demasiados años soportando el nacionalpopulismo de los que no creen en la unión política de Jacques Delors. En el momento de la diplomacia en torno al Alto Representante de la Política Exterior, Josep Borrell, la envidia provoca las medias tintas de los retardatarios. Europa no está unida porque al este de Berlín, no hallan razones para organizar la defensa conjunta. Estaba descontado que Polonia, Hungría o la República Checa mantendrían una postura disolvente frente a Bruselas, pero es inconcebible que en la Europa occidental se produzcan reacciones de desconfianza, como la de soberanismo y la de Vox, cuando no de rechazo frontal a la alianza, como lo hace el líder de la extrema derecha francesa, el sombrío racista, Éric Zemmour.
Frente a nuestras divisiones, Putin funciona con el despotismo y la sorpresa. Trata de conseguir una Ucrania domesticada, contando con la complicidad de la parte eslava de su territorio, el Donbás, muy lejos políticamente de Kiev. Los tanques de Putin señorean Crimea (la Ucrania reconquistada en 2014) y el puerto de Sebastopol concentra la mayor base naval rusa. Putin, un narcisista aficionado a la erótica equina --lo muestran sus fotos publicadas a pecho descubierto y a pelo sobre un corcel-- prepara un segundo Pacto de Varsovia; está estableciendo un cordón de afinidades y renuncias en las repúblicas euroasáticas.
El filósofo alemán Hans Magnus Enzensberger cuenta en su autobiografía (Un puñado de anécdotas, Anagrama) que de niño, cuando se pasaba de la raya, en vez de amenazarle con que vendrá el coco, le decían “cuidado querido o acabarás en Dachau”. Eran los años difíciles del nazismo y lo que no podía saber entonces este reputado escritor es que los sobreentendidos y el miedo acabarían siendo la pista de aterrizaje de las mentiras y los silencios de hoy.
Los que no reaccionan ante la posverdad mellan la democracia. Los que no señalan al culpable o quieren esperar primero la reacción de sus gobiernos no quieren una Europa fuerte capaz de preservar sus valores de cohesión y paz. Pero algunos de los que sí hablan, como el exvicepresidente Pablo Iglesias para minusvalorar el papel de la OTAN, infantilizan la política. Va por las palabras de Iglesias, pero también por las ambigüedades de Jaume Asens. ¿No se acuerdan de los Balcanes? ¿O no fue la OTAN la que nos sacó del atolladero?
El Gobierno y la Conferencia Episcopal de Omella rescatan los bienes de la Iglesia, en poder de las llamadas manos muertas, fincas de Dios, desamortizadas durante la revolución liberal del XIX, pero recuperadas para la mitra por gobiernos conservadores, con las leyes de 1964 (Antiguo Régimen) y 1998 (Aznar). La Bolsa se hunde, la pandemia retrocede, la Iglesia exhuma a Mendizábal para hacerse perdonar los pactos catastrales de mesa camilla y Ucrania pone en marcha un nuevo parón.