Nosotros, los dinosaurios
El término es ancestral, pero su significado nunca deja de ser contemporáneo. Es lo propio de los conceptos universales: son ecuménicos. Los antiguos griegos denominaban katastrophe al suceso, en general inesperado, que produce daño, destrucción y quebranto. La palabra se usaba también para expresar lo que ahora conocemos como desencanto: la intensa sensación de tristeza lánguida que provoca el derrumbe súbito de toda esperanza, el deterioro de las propias expectativas, la pertinaz melancolía estéril de los sueños imposibles. No cabe duda de que estamos inmersos en este trance: una espiral de calamidades sucesivas --el rasgo que identifica esta nueva era Covid--, además de la pandemia y el deterioro de la economía, las muertes y los contagios, nos planta delante de las narices la posibilidad de una guerra (ya veremos si real o posmoderna) entre Rusia y eso que in illo tempore se llamaba Occidente.
Vivimos un giro dramático, similar al desenlace de una tragedia primitiva, como si a lo largo de todos estos siglos no hubiéramos salido de un teatro: todo parecía normal hasta que, de pronto, la calamidad irrumpió en escena provocando una estela de asombro. El coronavirus, que cumple su segundo año, no ha perdido su condición metafórica y material de hecatombe. La sexta ola evidencia que el escepticismo no es únicamente un ejercicio de realismo, sino una forma de prevención ante el sumatorio que suponen la pandemia, la crisis social, la subida de la inflación, el encarecimiento de los precios derivado del efecto conjunto del monopoly energético y el incremento de la presión tributaria y, last but not least, la insensibilidad de gobernantes enredados en sus batallas de poder mientras la sociedad se debate entre la resignación y la furia.
El último sondeo del CIS, salvadas las necesarias prevenciones sobre sus proyecciones sociológicas, señala que existe una creciente sensación de hartazgo, desconfianza y desubicación. Nada parece mejorar o tenerse en pie, mientras, en paralelo, resucitan los peores fantasmas bélicos de un pasado que ya considerábamos pretérito, pero que no deja de ser presente (continuo). La rueda de fatigas no cesa. Parece incluso acelerarse, siguiendo el célebre principio de parsimonia de la navaja de Ockham: si parece el Apocalipsis, se presenta como tal y tiene sus consecuencias, es probablemente que estemos viviendo la víspera de nuestra propia agonía. Una forma de decadencia por desgaste.
La desgracia, como la ley de las probabilidades fijada por el filósofo medieval, se manifiesta con simpleza extraordinaria: sin causa, sin razón y con tanto entusiasmo como indiferencia ante el dolor que provoca. La verdad se ha convertido en indistinguible de la mentira. Sobrevivir, para una parte nada despreciable de la sociedad, se ha transformado en una quimera. Trabajar ya no garantiza la prosperidad y la pobreza cristiana, como escribió Quevedo, se corona como la nueva herejía. ¿Qué más puede salir mal? Es difícil decirlo, pero --así lo prescribían los realistas-- nada hay más asombroso que lo tangible.
La distopía se ha convertido en el paisaje cotidiano. La tecnología suplanta al humanismo. Los simulacros conquistan la agenda pública. La política se ha tornado un juego de rol. Europa está en crisis. El victimismo profesional es el nuevo marxismo. La nueva censura predica la cancelación y los fanáticos han tomado, con la violencia de los bárbaros, el timón del barco. Cualquiera diría que el presente, semilla de un futuro que se anuncia lleno de incertidumbres, inseguridades y zozobras, regresa al pasado. Machado describió la esperanza con un verso hermosísimo: “Hoy es siempre todavía”. Prescindan ustedes del adverbio y tendrán una definición exacta del zeitgeist de este enero de 2022, antítesis del centenario año mirabilis de una modernidad lejana que se ha extinguido igual que los dinosaurios a los que Bukowski canta en uno de sus mejores poemas, una pieza que merecería ser declamada --como parte de actualidad-- en los telediarios:
“Nacimos así, / dentro de esto / Con guerras cuidadosamente locas / A la vista de las ventanas de fábricas rotas de vacío / En bares donde la gente ya no se habla / En hospitales que son tan caros que es más barato morir / Con abogados que cobran tanto que es más barato declararse culpable. / En un país donde las cárceles están llenas y los manicomios cerrados. / En un lugar donde las masas convierten a los tontos en héroes ricos / Nacimos en esta tristeza dolorosa / Con un gobierno que nos ha endeudado 60 años / y pronto no podrá pagar los intereses de la deuda. //
La tierra será inútil. / La comida se convertirá en un bien menguante / La energía nuclear será bendecida por muchos / Los hombres-robots se acecharán unos a otros. / Los ricos y los elegidos mirarán desde plataformas espaciales. / El Infierno de Dante se verá como un parque infantil. / El mar será envenenado. / Los lagos y ríos se desvanecerán. / La lluvia será el nuevo oro. / Los cuerpos podridos de hombres y animales apestarán en el viento oscuro. / Los últimos sobrevivientes se verán sobrepasados por nuevas y horribles enfermedades / El agotamiento de los suministros. / El efecto natural de la decadencia general / Y vendrá el silencio más bello que jamás se haya escuchado / Surgido desde fuera de todo esto. / El sol sigue escondido allí / A la espera del siguiente capítulo”.