Un juzgado de Barcelona ha imputado a la alcaldesa Colau por una ristra de presuntos delitos que van desde la prevaricación hasta la malversación, pasando por el tráfico de influencias, el fraude en la contratación y las negociaciones prohibidas a los funcionarios.
El asunto hunde sus raíces en el torrente de subvenciones a fondo perdido que Colau reparte a manos llenas, año tras año, entre una colección de amiguetes y compadres suyos.
El código ético de En Comú Podem, el partido de Ada, dispone que todos sus cargos están obligados a presentar la dimisión de forma inmediata si se les investiga por haber cometido delitos ligados al manejo corrupto de fondos públicos. En el caso de marras no se trata de una sola fechoría, sino de un montón de ellas.
El reglamento podemita va más lejos. Determina que si los capitostes objeto de indagaciones de la justicia no se avienen a renunciar, el partido procederá a destituirlos por las bravas.
Sin embargo, Ada no arroja la toalla. Ni abriga, al parecer, la más remota intención de hacerlo. Además, los gerifaltes de su formación política han cerrado filas a favor de su compañera. En suma, los comuneros de Cataluña se pasan por el arco del triunfo los flamantes imperativos morales que ellos mismos se impusieron en su día. Y a quien le pique, pues ya se puede ir rascando.
Lo cierto es que el cese de Colau le acarrearía innumerables problemas y serios inconvenientes. En efecto, ¿a qué se iba a dedicar la alcaldesa? ¿Acaso volvería a su viejo oficio de activista anti-desahucios? ¿Dónde iba a encontrar un sueldazo como el que ahora disfruta, de más de 100.000 euros anuales? ¿Quién le iba a seguir suministrando coche oficial, escolta, secretarías y otros aditamentos propios del puesto que ocupa?
Antes de arribar a la plaza de Sant Jaume, la insigne Ada jamás se vio en el duro trance de tener que arrimar el hombro y trabajar. Solo se conoce una excepción. Me refiero a cuando se enchufó en las filas de Desc. Este tinglado se define a sí mismo como “observatorio sobre los derechos humanos, económicos, sociales, culturales y ambientales”. Sus últimos descubrimientos han dado como fruto la confección de una “Guía didáctica contra el acoso inmobiliario”. En ella se defiende a capa y espada a los “okupas” y se arremete contra la propiedad privada, entre otras lindezas.
El caso es que Desc sobrevive desde sus inicios fundacionales gracias a las bicocas oficiales. El 95% de sus ingresos anuales procede de chollos “gratis total” sufragados hasta el último céntimo por el Consistorio.
Tiempo atrás, cuando Colau formaba parte del equipo gobernante de Desc, esta benemérita institución ya recibía sustanciosos momios. Tras desembarcar en la alcaldía, Ada y su tropa han continuado dispensando la sopa boba a su anterior casa madre, por importe de cientos de miles de euros. Como el sobado Juan Palomo.
Pero el gatuperio no termina aquí. Desde que Ada empuña la vara de mando del Ayuntamiento, la masa de dinero repartida a sus secuaces ha experimentado alzas exponenciales.
Crónica Global detalló la pasada Nochebuena, con pelos y señales, el gigantesco festival de auxilios costeado por los barceloneses. En el periodo 2015-2020, Ada Colau ha trasegado en concepto de dádivas la friolera de 420 millones. De ellos, 190 han ido a parar, a dedo y por vía directa, al bolsillo de sus acólitos. O sea que la regidora jefa ha untado con semejante dineral a quienes le dio la realísima gana, sin molestarse en convocar el pertinente concurso público.
A buen seguro que la alcaldesa es perfecta sabedora de que ese enorme peculio proviene de las tasas, arbitrios y otras gabelas locales que apoquina el conjunto de los vecinos.
Por cierto, todas las exacciones han subido como la espuma desde que la buena señora desempeña la alcaldía y han contribuido decisivamente a que la metrópoli catalana sea hoy un auténtico infierno fiscal, con los tipos impositivos más altos de toda la península.
Ya se verá en qué queda el sumario judicial sobre Colau. Hubo pesquisas anteriores en las que se acusó a ella y a los hoy diputados Jaume Asens y Gerardo Pisarello. Los Tribunales archivaron las diligencias, pese al cúmulo de pruebas existentes sobre sus enjuagues y pasteleos.
En sus seis años largos de mandato, la alcaldesa ha dado muestras sobradas de un sectarismo exacerbado. Y, encima, está dejando la ciudad hecha unos zorros.
Los políticos de todo pelaje son meras aves de paso. Lo malo es que las consecuencias de sus actuaciones perduran durante largo tiempo.
En el caso de Colau, la inmensa mayoría de los ciudadanos opina que es, con diferencia, la peor alcaldesa que ha sufrido la urbe en lo que la memoria alcanza. Su legado va a significar un lastre asfixiante para las próximas generaciones.