Pablo Casado necesita un éxito propio. La descarnada confrontación con Díaz Ayuso le está mermando fuerzas, como apuntan todas las encuestas, y le hace comulgar con el axioma que dice que “en el PP solo ha ganado Ayuso”. Los sondeos además le apuntan que Vox sigue sumando fuerzas y la última encuesta lo sitúa con un 20% de voto, a costa del PP, y que el PSOE, mal que bien, resiste los envites aunque Pedro Sánchez tendrá difícil gobernar porque el bloque de la derecha sigue manteniendo una cómoda ventaja por encima de los 168 escaños. Y esto en un momento en el que el presidente del Gobierno está asediado por el aumento del IPC, el precio de la luz y la propia pandemia. O sea, que Sánchez no está atravesando un escenario plácido aunque los presupuestos, los datos positivos del paro y el acuerdo sobre la reforma laboral --quizá en este punto es oportuno apuntar que la que ha ganado la partida es, sin duda, Yolanda Díaz-- le están dando estabilidad.
Con este escenario, urgía dar un golpe de timón, romper el tablero y voltear las tendencias. El presidente del PP tanteó a Andalucía, pero Moreno Bonilla no estaba por la labor. No se fía de Vox que en algunas encuestas para generales gana en dos provincias. Un dato nada baladí con el añadido que en las autonómicas su rival apunta que será Macarena Olona, que dará un liderazgo a la formación de extrema derecha en la comunidad que ahora no tiene. Además, está la incógnita de Ciudadanos. La formación naranja tiene todos los números para desaparecer, pero Moreno Bonilla no tiene asegurados sus votos. El presidente andaluz se negó.
Con la negativa en el bolsillo, Casado miró a Castilla y León. Alfonso Fernández Mañueco fue más receptivo. Se hablaba mucho de adelanto electoral pero todos apuntaban al verano. Con nocturnidad y alevosía, el presidente castellanoleonés convocó, cesó a los consejeros de Ciudadanos y al vicepresidente Paco Igea. La excusa un remake de la utilizada en Madrid. Que los naranjas iban a presentar una moción de censura. La peregrina argumentación no se sostiene porque nada tienen que ver las relaciones entre ambos partidos en los gobiernos. En Madrid era pulso constante, en Valladolid total colaboración. Pero Mañueco ha roto a Ciudadanos, Vox no tiene candidato aunque su marca planea en todas las provincias, el PSOE como el PSM anda sin un candidato con fuerza y Podemos está noqueada, y no parece que Yolanda Díaz tenga tiempo de orquestar una alternativa. Como difícil lo tienen también las plataformas de la España Vaciada. En pocos días deben decidir si se presentan de forma unitaria en todas las provincias bajo un mismo nombre, o se presentan de forma individual y luego se agrupan en el Parlamento regional. En contra tienen el tiempo para formalizar todos los requisitos legales.
Conclusión, parece que Casado ha logrado su objetivo. Afronta un proceso electoral para apuntarse una victoria que necesita como agua de mayo para reforzar su discurso. En principio, todo a favor. La izquierda no tiene posibilidades y, menos, en una comunidad tradicionalmente de conservadora. Ni PSOE ni Podemos, ni Yolanda Díaz. Ciudadanos desaparecerá del mapa. Solo una duda, Vox. Ciertamente no tienen líder pero si marca. Ciudadanos podría obtener hasta un 4% de los votos. No le servirá para entrar en el Parlament, pero sí pondrán en juego diputados en varias circunscripciones. De tenerlos a no tenerlos depende la mayoría absoluta. Ciudadanos desaparecerá pero Vox ocupará su lugar. La incógnita ¿cuántos votos se llevará la ultraderecha y, por ende, cuántos diputados?
Aquí es dónde Casado se la juega. Si no gana se abrirán las puertas de los infiernos en el PP con Ayuso como maestra de ceremonias, pero con los barones sopesando alternativas porque el discurso mimético con Vox no lleva a ninguna parte.
Sánchez también se la juega y deberá medir la magnitud de su derrota. La desastrosa operación de Murcia en la que se obligó a Luis Tudanca a presentar una moción de censura --Igea no la apoyó y ahora se debe arrepentir de no haberlo hecho-- lo que dejó al PSOE de una tacada sin candidato y sin herramientas para evitar un adelanto electoral. Por cierto, en el PSOE algunos habrán caído que en febrero se cumplirá un año de la victoria electoral de Salvador Illa, aquella que condujo el ahora denostado Iván Redondo. Seguro que más de uno lo recordará la noche del 13 de febrero, donde el PSOE cosechará una severa derrota. Se repite Madrid. No hay proyecto, no hay candidato, no hay escenario --la dicotomía no es PP-PSOE, sino PP-Vox-- y una diferencia, en Castilla y León si hay partido. Ahora el nuevo equipo de Sánchez afronta una derrota que se inició en la moción de censura en Murcia. Primero Madrid, ahora Castilla y León. La única esperanza de la izquierda es que Casado pinche. Si no lo hace, Andalucía cogerá de nuevo ímpetu y el adelanto electoral caerá como fruta madura. Otra derrota espera al PSOE --las encuestas dan entre 10 y 15 puntos de ventaja al PP-- en puertas de las municipales y autonómicas. Esta la cosa tan compleja que Ximo Puig ha puesto el freno de mano y se ha salido de la carrera electoral, la única esperanza del presidente para evitar la visualización de un efecto dominó. Ahora, si quiere evitarlo, solo tiene la oportunidad de adelantar elecciones, pero para eso hay que ser osado y crear las condiciones políticas. Refugiarse solo en la economía parece un gran error, cuando la economía no tira como era de esperar.
El 13 de febrero es, sin duda, la madre de todas las batallas. Lo que pase en Castilla y León va a marcar la política española de los próximos dos años. Casado su futuro. Vox comprobará sus fuerzas. Ciudadanos quedará enterrado definitivamente. Sánchez tendrá que decidir hacer cosas y no limitarse a ver que pasan cosas. Yolanda Díaz perderá su primera oportunidad y tendrá que empezar a engrasar su máquina y la España Vaciada tendrá que demostrar su fuerza. Ahí es nada. El epicentro de la política nacional pasa por Valladolid.