El intercambio de apoyos a los Presupuestos que han hecho ERC y los comunes refuerza tanto a Pere Aragonès como a Ada Colau. El republicano logra aprobar unas cuentas sin las cuales su presidencia estaría muerta, al tiempo que consigue dejar en la irrelevancia a la CUP y domar de nuevo a sus socios de Govern. Los de Junts se pillan otra buena rabieta, con la gravedad de que ahora son ellos mismos los que proclaman que la mayoría separatista es una entelequia. Lo que ha sucedido marca un punto de inflexión en la política catalana hacia un nuevo escenario en el que el Govern no estará formado solo por independentistas. No sabemos en qué condiciones se producirá, pero ya es solo cuestión de tiempo que acabe llegando. Tiene razón Salvador Illa cuando reitera que la inestabilidad seguirá siendo la nota dominante en Cataluña, lo que a él le obliga a partir de ahora a ser más beligerante con Aragonès y su resquebrajado Ejecutivo una vez que la mano tendida socialista ha sido rechazada reiteradamente. Lo que no sabemos es si el cambio llegará un día porque el partido de Carles Puigdemont se marchará del Govern dando un portazo, porque será expulsado por Aragonès como respuesta a nuevos desaires parlamentarios, o bien implosionará fruto de su enorme heterogeneidad interna o colapsará frente a circunstancias externas bastante previsibles como la inhabilitación de Laura Borràs. En los tres escenarios, los republicanos ganarán y es evidente que aspiran a encarnar un nuevo pujolismo, teñido de gestos y eslóganes de centroizquierda con fines de semana de enfurecido independentismo. En cualquier caso, es improbable que suceda nada relevante antes de las próximas elecciones municipales porque ni a ERC ni a Junts les interesa romper del todo la baraja hasta al día después, sin olvidar que en el horizonte de la mitad de legislatura a Aragonès le espera una moción de confianza donde tanto la CUP como Junts le ajustarán las cuentas.
Por tanto, lo previsible es que partir de ahora los focos de la política catalana vayan a situarse en Barcelona capital, donde todo es posible porque hay un triple empate en las encuestas entre republicanos, comunes y socialistas, y todavía no está claro quienes van a ser los principales cabezas de lista en 2023. El doble pacto presupuestario revitaliza a Colau, que en los últimos meses también había logrado imponer su veto a la ampliación del aeropuerto de El Prat. Cataluña y Barcelona han perdido mucho con esa decisión, pero ella se apuntó un buen tanto en la batalla del relato. Aunque hay muchos sectores en la ciudad descontentos con la gestión municipal en temas tan sensibles como la movilidad o la limpieza, y la alcaldesa atraviesa un mal momento en cuanto a popularidad. Su principal rival, Ernest Maragall, ha quedado desautorizado al tener que facilitar la aprobación de las cuentas municipales cuando hace una semana había solemnizado que votaría en contra. Por edad y carácter, Maragall será en 2023 mucho peor candidato que lo fue ya en 2019, cuando la precampaña y campaña se le hizo muy larga. Será interesante ver si en ERC se atreven a cambiarlo o si él, en un gesto de lucidez, decide retirarse a escribir sus memorias. En cualquier caso, no podemos olvidar que hay una masa de votantes republicanos que provienen de Convergència, que son los mismos que hace una década hicieron a Xavier Trias alcalde. Básicamente son nacionalistas moderados, y si la oposición férrea a Colau la encarna Elsa Artadi volverán al redil neoconvergente. Por tanto, lo que baje ERC se lo llevará Junts en Barcelona.
En cuanto a Colau, no le quedará más remedio que volverse a presentar, aunque es evidente que ella preferiría no hacerlo. Pero no tendrá excusas para abandonar el barco, porque ni habrá elecciones generales antes de mayo de 2023, ni entre tanto la harán ministra del Gobierno de coalición porque Yolanda Díaz la necesita como icono en Barcelona. Eso ha quedado muy claro en las últimas semanas, y además los suyos, en la ciudad, no la dejarán irse a no se sabe dónde porque sería el derrumbe literal de los comunes. Por último, está el PSC de Jaume Collboni, con opciones de quedar primero si los comunes retroceden más. Pero para lograrlo necesita todavía demostrar que si fuera alcalde lo haría diferente, que sería el primero en proponer un monumento al Quijote de Cervantes, por poner un ejemplo reciente de un rechazo que el ministro de Cultura Miquel Iceta ha calificado de “catetada”. Si de verdad quiere ganar le falta un discurso sostenido de crítica a Colau y los comunes, le faltan gestos que impliquen la voluntad de querer volver a unir a la burguesía liberal con los sectores más populares. La voluntad de encarnar el optimismo y combatir el desánimo o el pesimismo injustificado que algunos desean interesadamente propagar. Un discurso que, como dice Jordi Hereu, apueste sin complejos por lo que funciona, por el internacionalismo y la globalización, por un modelo de colaboración entre lo público y lo privado, por un gobierno municipal que vuelva a confiar en la sociedad, para que Barcelona sea la gran acogedora de talento español e internacional que fue antes.