Guillermo Cabrera Infante se disponía a hablar de Lucrecio en Barcelona, pero unos matones comunistas enviados por el consulado cubano intentaron el boicot del acto. Era un indicio brutal del persistente afecto de la izquierda barcelonesa hacia el castrismo. Décadas después, nada ha cambiado. Es decir, la dictadura cubana no existe.
Mientras tanto, en Cuba abundan los desaparecidos a consecuencia de las manifestaciones de protesta contra el castrismo, ese régimen antediluviano, nacido para destruir libertades y para dejar a sus súbditos sin comida ni medicamentos. El Covid ha sido fulminante, sin respuesta de las autoridades castristas. Al contrario, Díaz-Canel ha soltado los perros de presa de la revolución. Ha cortado Internet. Encarcela a periodistas. En Cuba, desde Sierra Maestra, el “habeas corpus” fue la primera víctima. Ahora, los cubanos hacen largas horas de cola para comprar el pan. Los cortes de electricidad dejan la isla a oscuras.
Ya llega poco de aquel petróleo a bajo precio que Chávez intercambiaba por expertos en inteligencia o médicos. El castrismo sigue achacando todos los males de la economía cubana al embargo estadounidense, siendo a la vez un hecho que Castro se aisló por su cuenta al optar por ser una base militar con mísiles soviéticos.
De modo infame, prosigue la complicidad del progresismo con el régimen de la ruina y el presidio hasta el extremo de que en los desfiles del orgullo gay se han visto manifestantes con camiseta Guevara. Quizás desconozcan la Ley de ostentación sexual que rige en Cuba contra los gestos de afecto entre personas del mismo sexo. En realidad, la homofobia del Che Guevara ha sido demostrada irrefutablemente. Considerados “pervertidos sexuales”, los homosexuales cubanos eran encarcelados sin más, como enemigos del régimen. Todo eso está en las novelas pavorosas de Reinaldo Arenas. El castrismo homófobo y liberticida parece no existir para los colectivos LGTBI europeos, dedicados a criticar a Viktor Orbán.
Contra la revolución que iba a crear un hombre nuevo --no homosexual, por descontado-- los manifestantes de hoy expresan su ira por la precariedad y el empobrecimiento. Con la demagogia del sindicalismo corrupto alguien como Lula da Silva ha dicho que si Cuba no tuviera el bloqueo podría ser Holanda. Pero Cuba ha podido comerciar con más de setenta países.
En un artículo muy esclarecedor, Carlos Malamud escribe que el embargo afectó a la economía cubana, pero hay que considerar muchos otros factores de peso para entender el colapso actual. En los sesenta años que lleva vigente el embargo --con rectificaciones según quien esté en la Casa Blanca-- el castrismo ha tenido suficiente tiempo para rectificar sus posiciones. Sin embargo, extrema la represión, se niega a las reformas económicas más elementales. Para el castrismo, no ha caído el muro de Berlín. Según Malamud, el victimismo castrista ha extendido la idea organicista sobre el clima de unanimidad que debía predominar en Cuba. Cabrera Infante dejó dicho: “Me sé y me confieso tan culpable de odio contra Castro como un judío contra Hitler: irreductible, sin sosiego, final”. Es la lección que forzosamente ha tenido que aprender el glorioso pueblo cubano porque la Habana para un infante difunto de Cabrera Infante ya ha caído toda a trozos.