Lo que ha pasado en Madrid en las elecciones del 4 de mayo era previsible, ni ha llegado de sopetón, ni es flor de un día, ni tiene una explicación simple. Era previsible porque así lo auguraban la mayoría de las encuestas, que desde hace semanas apuntaban a un claro y rotundo triunfo de Isabel Díaz Ayuso. En muchas ocasiones la demoscopia hierra en sus pronósticos, pero cuando hay tanta coincidencia y la tendencia de la mayoría de los expertos es similar, lo razonable es pensar que no están equivocados.
Pero si a pesar de todo, se es un escéptico de las encuestas y se prefiere atender a otros signos antes que a los datos cuantitativos pasados por la probeta de la alquimia demoscópica, también había suficientes huellas para presagiar cómo iba a terminar esa carrera electoral.
La primera de esas huellas era la marcha de la propia campaña electoral, la precampaña y cómo ha actuado cada contendiente durante ese tiempo de enorme exposición mediática. Díaz Ayuso golpeo primero y más fuerte, estableciendo el marco de campaña y los temas de conversación. Comunismo o libertad más que una disyuntiva era un terreno de juego polisémico en el que cabía todo o casi todo lo que le interesaba a la candidata de la derecha, orillando aquello que no le convenía.
Dentro de ese marco entraba en primer lugar y por derecho propio el hartazgo de la ciudadanía frente a las restricciones impuestas por las autoridades durante las diversas olas de la pandemia. Díaz Ayuso tenía una aquilatada trayectoria de oposición al Gobierno de España frente a tales medidas, y había conseguido hacer visible un proyecto claramente diferenciado de gestión de la pandemia. El “ayusismo” ha dado tanta o más importancia a la salvaguarda de la economía, y más especialmente de la hostelería, frente a las políticas del Gobierno de España y de la mayoría de las Comunidades que, en la disyuntiva salud versus economía, optaba sin ambages por la primera. La apuesta de Díaz Ayuso ha tenido recompensa, quizás porque una vez superado lo peor de la pandemia, la ciudadanía madrileña quería mirar al futuro y recuperarse económicamente de los efectos en sus bolsillos de la crisis pandémica. La madrileña es una visión pragmática de la vida que todos los partidos de la villa y corte deberían tener muy en cuenta en el futuro. Los partidos del bloque de izquierdas en ningún momento han podido salirse del marco impuesto por Ayuso, y los intentos desesperados por hacerlo han resultado un fiasco, porque la sociedad madrileña no pensaba que las disyuntivas polarizadoras con las que contraatacaba la oposición fuesen realistas o posibles. El resultado es que Ayuso ha ganado de calle las elecciones y también, y de forma tan contundente, ha ganado la campaña electoral.
Otra huella que hacía prever el resultado se ponía de manifiesto semanas antes de las elecciones, con una creciente y progresiva movilización que apuntaba a un aumento significativo de la participación. Las campañas electorales son un ejercicio conjunto de comunicación y movilización. Si como hemos visto, el PP ha superado con nota el parcial de comunicación, tres cuartos partes de lo mismo ha pasado con el examen de movilización. Y en este caso ha sido la propia oposición, y más concretamente el exvicepresidente Iglesias, quien se ha aliado con la estrategia movilizadora de la presidenta madrileña. Iglesias consigue hiperventilar a la derecha, y su presencia como candidato ha sido un aliciente adicional para que los potenciales votantes del Ayuso acudiesen en tropel a las urnas.
Muchos dirán que todas estas cosas son fáciles de decir a toro pasado, pero sin embargo insisto en que un análisis sosegado de la más reciente historia electoral de la Comunidad de Madrid podía dar muchas pistas sobre lo que iba a suceder. Una de las mayores incógnitas antes de empezar la carrera electoral podía ser hacia dónde iban a ir los votantes de Ciudadanos. Era evidente que el partido naranja estaba en caída libre. Las señales de humo eran alarmantes y evidentes: fracaso estrepitoso en las generales con salida de Rivera, nuevo fracaso en Galicia y País Vasco, destrozo en las elecciones catalanas que bordeó el drama, y ridículo y vergüenza en Murcia, típico de un partido en descomposición. Pero con todo podía existir la duda de si los exvotantes naranjas, iban a dirigir sus preferencias a la derecha o a la izquierda, como habían hecho en Cataluña refugiándose en el PSC. Pero en Madrid la cosa iba a ser muy diferente, porque el voto madrileño de Ciudadanos, a diferencia del voto catalán de esa formación, fue en 2019 un voto anti PSOE. Es decir, los votantes madrileños de Rivera, tanto en la primera como en la segunda convocatoria de las elecciones generales de 2019, sentían un profundo rechazo hacía el PSOE. Y, por lo tanto, la primera ocasión de demostrarlo, dada la inutilidad de votar a su antiguo partido, era pasarse con entusiasmo y papeletas a los brazos de la candidata que encarnaba por antonomasia la oposición al PSOE y al presidente Sánchez.
A todo ello y como explicación del éxito de Díaz Ayuso, podíamos añadir la identificación del PP, a lo largo de 26 años, con la defensa de los intereses de Madrid y de los madrileños. De alguna manera, el PP es el partido que más se parece a cómo es Madrid y su ciudadanía, pragmática y orgullosa, que ve en el partido de la gaviota una organización que defiende económicamente al “distrito federal” y su capital de los ataques de la periferia y del propio gobierno de España. Los madrileños hasta ahora han avalado el discurso de que es mejor pagar menos impuestos, aunque ello pueda suponer tener una sanidad menos vigorosa que el resto de España o una educación con profundas diferencias por barrios en función de la renta. El discurso de la izquierda no ha calado en la corriente central del electorado madrileño, que ve en el PP un partido centralista, liberal a ultranza en lo económico y profundamente identificado con los intereses de su Comunidad, algo así como un nacionalismo madrileño o “a la madrileña”.
Estas son algunas de las pistas o huellas que hacían previsible el resultado que se ha obtenido, y precisamente también son las que hacen pensar que la situación no es extrapolable al resto de España en futuras convocatorias electorales. Tampoco deberían ser extrapolables y repetirse los evidentes errores cometidos por el PSOE y Podemos durante la campaña madrileña.
Lo dicho ha ocurrido en Madrid, por las características de Madrid y por sus antecedentes e historia electoral. El 'ayusismo' ha funcionado porque Díaz Ayuso hizo de la oposición frontal al gobierno y al presidente Sánchez el eje vertebrador de la acción de gobierno. Eso no ha pasado en otras Comunidades Autónomas, y tampoco el PP representa en muchas de ellas lo que representa para los madrileños. Sin embargo, sería ingenuo y obtuso pensar que el resultado de Madrid no va a tener repercusiones en la política nacional. Las va a tener porque todo terremoto tiene réplicas y consecuencias. Y en las próximas semanas y meses veremos unas y otras en diferentes Comunidades Autónomas, en el Congreso de los Diputados y en el clima político general, que subirá varios grados. Eso también es previsible.