Isabel Díaz Ayuso dijo en el único debate a seis de la campaña electoral del 4M que la Comunidad de Madrid crea dos de cada cinco nuevos empleos en España: si tenemos en cuenta que concentra más del 19% PIB español, la afirmación suponía que en ocupación duplica su fuerza y aporta el 40% del total. Pocos minutos después manifestó sin pestañear que Madrid era la única autonomía que generaba trabajo, lo que contradecía su anterior intervención, en la que admitía que tres de cada cinco altas en la Seguridad Social –el 60%-- se producían en otros territorios.

Esa es una buena foto de la actual y presumiblemente nueva presidenta madrileña. Lo suyo no es la oratoria: muy a menudo no se le entiende, se contradice y lanza afirmaciones que no casan con la realidad. La pregunta es obvia. ¿Cómo es posible que con ese bagaje vaya a ganar las elecciones del martes próximo? ¿Cuál es el secreto de Díaz Ayuso?

Circulan algunas teorías sobre la eficacia del fondo de su mensaje, poco concreto pero que conecta con el deseo de muchos ciudadanos de olvidar sus problemas y de hacerlo sin mala conciencia; pasar página e incluso rechazar a los políticos que tratan de llevarles por el buen camino como si no fueran adultos. Hay que recuperar la calle, las terrazas de los bares para tomar una cerveza y la capacidad de movimiento. Sinónimos de libertad frente al socialismo o al comunismo, según la dialéctica conservadora.

Y, sobre todo, huir de cualquier tipo de responsabilidad de lo que ha pasado durante su presidencia. Nada de discutir sobre la gestión de la pandemia, residencias de ancianos incluidas, sino trasladar el marrón a un Gobierno central que maltrata a los madrileños.

Es un populismo de poca altura, pero eficaz. Además, descansa más en la incapacidad de sus oponentes que en méritos propios, como demuestra el hecho de que haya conseguido convertir estos comicios en una moción de censura contra Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Y en Madrid hay un caldo de cultivo crítico con la Moncloa muy potente, entre otras cosas, porque sus socios son manifiestamente antimadrileños; o lo parecen.

A los barceloneses les puede resultar familiar la asociación cervecera de Díaz Ayuso porque aquí otra lideresa establece una liberación parecida gracias al corte de calles, los paseos y las terrazas. Basta con mirar esos espacios extraordinarios que Ada Colau ha regalado a bares y restaurantes para comprobar el entusiasmo con que los ciudadanos las ocupan. Nunca se había visto tanta cerveza en los veladores, tampoco a horas tan tempranas y mucho menos a tantas mujeres disfrutándola.

Va a ser que, como el cava y el champagne, la caña también es sinónimo de alegría, de fiesta y de emancipación. Ana Botella se equivocó cuando vinculó a Madrid con el café con leche; es la birra, como parece haber descubierto la pupila de su marido. El sector está de enhorabuena. De seguir así las cosas, España dejará de figurar en la cola del consumo de cerveza de Europa, con apenas 52 litros al año por persona.

A los catalanes también les puede sonar ese constante choque de Díaz Ayuso y sus consejeros con la Moncloa a propósito del Covid o de cualquier otra cosa. Lo hemos visto a diario en la Generalitat. Desde el estado de alarma --tanto su inicio como el final--, hasta el amarillo de la cartelería de la campaña por la pandemia, el traslado del Consejo de Ministros de los viernes a los martes, la distribución de mascarillas, de jeringuillas, de vacunas, la inmunización por oficios y por edades. Una escuela de trinchera, de confrontación permanente que Díaz Ayuso ha adoptado para presentarse como víctima, centrar la atención de todo el mundo y no rendir cuentas.