Cuando se produce un seísmo político como el ocurrido en Madrid aparece una multitud que corre en socorro del vencedor --vencedora, en este caso-- y ve en el triunfador cualidades maravillosas que hasta entonces no había apreciado. El ditirambo se apodera de la escena. Isabel Díaz Ayuso, sin embargo, es la misma que se ha pasado dos años diciendo disparates en ese estilo de trumpismo castizo e ignorante que la caracteriza y que es capaz de afirmar, en el discurso de la noche electoral, tan pobre e inconsistente como todos los suyos, que “libertad es llevar una pulsera que dice libertad sin tener que ocultarla”.
Y, a pesar de todo esto, ha arrasado en las urnas. Habrá que buscar, pues, las razones que están detrás de su triunfo arrollador. Al menos cuatro: la pandemia, el rechazo al Gobierno de coalición, el derrumbe de Ciudadanos y los errores de la izquierda.
Es indudable que Ayuso ha sabido aprovechar como nadie la fatiga popular tras más de un año de pandemia. La gente está harta de restricciones y de confinamientos y ha primado la estrategia de la “libertad” por encima de la racionalidad y la eficacia de las restricciones. Se ha impuesto la “libertad a la madrileña” de tomar cañas por la noche y la apertura de bares y restaurantes --la laxitud de las medidas antipandemia, en definitiva-- a la realidad de que Madrid ha sido una excepción europea en el combate contra el Covid y ha ido acumulando las peores cifras de España en incidencia de casos por 100.000 habitantes, en ingresos hospitalarios y en número de muertos, con especial dramatismo al principio en las residencias de ancianos.
La respuesta de Ayuso a la pandemia ha priorizado las emociones y la frivolidad al análisis racional con que las demás comunidades autónomas, incluidas las gobernadas por el PP, se han enfrentado al virus. Pero es evidente que la gente ha premiado la opción emocional, que incluso ha propiciado un voto transversal, más allá del tradicional votante del PP, porque la victoria de Ayuso ha tintado de azul toda la extensión de la Comunidad de Madrid y ha emergido desde todas las clases sociales.
Las emociones están también en el centro del rechazo a la política de Pedro Sánchez y de Pablo Iglesias, a los que Ayuso ha combatido sin cesar reivindicando la autonomía madrileña como algo singular --un planteamiento inédito que ha pretendido despertar la identidad de una región sin ella-- y practicando la deslealtad institucional mediante la oposición por sistema a cualquier decisión del Gobierno, al que ha culpado de todos los males. Esta táctica ha encontrado el terreno abonado en una región que lleva 26 años gobernada por la derecha, con bajadas de impuestos, pese al deterioro de la sanidad y la educación públicas, al desmantelamiento de los servicios públicos y al crecimiento de las desigualdades sociales.
Ayuso se ha beneficiado también del desmoronamiento de Ciudadanos --uno de sus objetivos cuando disolvió la Asamblea madrileña--, que ha pasado de 26 diputados a cero, solo dos meses después de que en Cataluña pasase de 36 escaños a seis. Todos los votantes de Ciudadanos han ido a Ayuso porque, con una participación del 75%, no puede decirse que se hayan abstenido. Pero Ayuso ha arrancado asimismo votos del PSOE porque su hundimiento es mucho mayor que las ganancias obtenidas por Más Madrid y en menor medida por Unidas Podemos.
A la desaparición de Ciudadanos ha contribuido la extrema polarización de la campaña electoral, en la que se encontraban en su salsa el desparpajo y las afirmaciones temerarias de Ayuso. La polarización y la crispación, con consignas --“Socialismo o libertad”, “Comunismo o libertad”, “Democracia o fascismo”-- que recordaban los años treinta del siglo pasado, han evitado que se hablase de la gestión de la pandemia y del Gobierno regional en otros campos, otra ausencia que ha beneficiado a Ayuso.
Además de Vox, Pablo Iglesias ha sido uno de los responsables de esa polarización, que, al final, como él mismo ha reconocido al dimitir de todos sus cargos, ha conseguido el efecto contrario de incrementar el voto de derechas. El candidato del PSOE, Ángel Gabilondo, que ganó las elecciones hace dos años, ha cosechado el peor resultado de la historia del socialismo madrileño, acusando el rechazo contra Sánchez y una campaña errática en la que al principio se dirigió a buscar los votos moderados de Ciudadanos para acabar haciendo seguidismo de Iglesias al apuntarse al falso dilema entre democracia y fascismo.
Pese a la mejora de Más Madrid, cuya candidata, Mónica García, ha hecho posiblemente la mejor campaña y ha dado el sorpasso en votos al PSOE, el fracaso de la izquierda es espectacular: los diputados obtenidos por las tres fuerzas (58) han sido superados en siete por los 65 logrados solo por Ayuso. Que la alta participación del sur de la capital podía dar el triunfo a la izquierda ha sido otro de los mitos caídos.
El PP se ha precipitado al extrapolar los datos de Madrid al resto de España, que vota distinto que la capital, pero refugiarse en este argumento sin analizar a fondo las causas de la derrota de los dos partidos del Gobierno sería un error todavía peor. Aún no está claro que se haya iniciado un cambio de ciclo, pero algo ha quebrado la placidez con que las sucesivas encuestas venían dando ventaja al PSOE frente al PP.