El Partido Popular tiene un suelo electoral en la Comunidad de Madrid de un millón de votos, el mismo apoyo que el PSOE tiene como techo. Por esa razón, los 65 diputados que los conservadores consiguieron el martes pasado no constituyen un hito: en 2011, Esperanza Aguirre obtuvo 72 y cuatro años antes, 67.

Esa implantación electoral del PP solo se interrumpió en 2019 por los escándalos de Cristina Cifuentes, una circunstancia que no impidió que el PP se mantuviera al frente del Gobierno regional.

En las cinco últimas convocatorias madrileñas, el bloque de la derecha ha superado ampliamente al de la izquierda. Incluso en los aciagos comicios de 2019, el PP, Ciudadanos y Vox sumaron 100.000 votos más que el PSOE, Podemos y Más Madrid. La diferencia más amplia no ha sido la del 4M (600.000 papeletas), sino la que se produjo en 2011 (700.000), con una participación 10 puntos por debajo.

Dicho de manera diáfana y clara: Madrid siempre vota a las derechas. La pregunta es, ¿por qué se ha subrayado tanto la victoria de los conservadores en estas elecciones? ¿Dónde está la diferencia?

Es muy probable que tenga que ver con la fragilidad aparente de Díaz Ayuso como política, con la imagen que proyecta cuando habla, con sus frases incoherentes y deshilvanadas, con la simplicidad de sus ideas: sus adversarios tardaron demasiado en tomarla en serio.

La presidenta de Madrid ha tenido la suerte de pillar el viento de cola por su posición respecto a Vox, que es la misma que defiende José María Aznar y que choca frontalmente con la que Pablo Casado estrenó en la moción de censura de Santiago Abascal contra Pedro Sánchez en octubre pasado. Miguel Ángel Rodríguez, un hombre del expresidente del Gobierno, fue recibido de uñas por Ciudadanos cuando aterrizó por sorpresa en el gabinete de Díaz Ayuso, una llegada al Ejecutivo autonómico de Madrid premonitoria de por dónde iban a ir los tiros.

Aquel fichaje se anticipaba a las sorprendentes apariciones públicas de Aznar a principios de año --incluso se dejó entrevistar por Jordi Évole en La Sexta--, en las que escenificó el pressing sobre Pablo Casado para que corrigiera el tiro. Eso ocurría antes de la moción de censura de Murcia, lo que permitiría cuestionar el axioma de que todo empezó en aquel fracaso.

También es probable que los grandes titulares de sorpresa sobre el triunfo del PP el 4M tengan que ver con la actitud de los medios de comunicación madrileños que, como ya es sabido, son los más críticos con el poder de España. Con el poder de la Moncloa, se entiende.

Han tenido un papel muy importante durante la campaña, y también antes. Tanto en el trabajo de construcción de la candidatura del PP como en su nula labor fiscalizadora de la gestión de la pandemia: han colaborado en la confusión sobre las cifras que ha terminado por expulsar del debate electoral el tema más importante que ha vivido Madrid --como todo el país-- en los dos últimos años. Curiosamente, ha sido Jaume Roures, el príncipe de las tinieblas del mass media independentista y de las nuevas izquierdas, quien ha llamado la atención sobre ese importante asunto.

Todas las encuestas, excepto la del CIS, anunciaban una clara victoria del PP; incluso alguna auguraba una mayoría absoluta. Ninguna daba a los socialistas muchos más diputados de los que ha obtenido. En realidad, la sorpresa hubiera sido, como ya temían los sondeos, que la izquierda sumara.

El 4M tendrá una gran repercusión en el PSOE. Ha obtenido los peores resultados autonómicos de la historia de la Federación Socialista Madrileña (FSM), que no es precisamente un dechado de eficacia, de triunfos y de estabilidad; incluso de fidelidad. Además, a su izquierda se consolidan dos fuerzas. Más Madrid, que incluso le ha dado el sorpasso y se envalentona con la vista puesta en Andalucía. Y Podemos, que ha podido remontar los malos augurios de los sondeos pero al precio de radicalizar el mapa político perjudicando a su socio de Gobierno.

La trascendencia que la victoria de Díaz Ayuso, la pupila de Aznar, vaya a tener en el PP es otra de las derivadas del 4M; quizá la más importante. Casado parece haber tomado nota y hace de tripas corazón. Asistió sin pestañear al discurso de la presidenta madrileña en el comité ejecutivo nacional del PP, en el que ella misma se ponía como ejemplo de la oposición que debe hacer su partido en el Congreso y en los parlamentos autonómicos.

Ya se ve que ese estilo tan personal e imprudente no lo aplica solo con los adversarios políticos, sino que es su forma de relacionarse. Ella es así.

Los socialistas han salido derrotados de Madrid, tanto que su desastre incluso ha tapado la desaparición de Ciudadanos, que es la verdadera clave de estas elecciones porque, entre otras cosas, explica que el PP haya crecido con el electorado de Inés Arrimadas y con parte del PSOE, pero no con el de Vox. Cuestión distinta es la interpretación que quiera hacer la dirección del PP.