Hace ahora un año salíamos puntuales como un reloj a los balcones de nuestras casas a aplaudir a los sanitarios que arriesgaban sus vidas por salvar la de los demás. Actos heroicos respondidos por una población movilizada por no se sabe qué mano que gestionaba nuestras emociones. El 17 de mayo se “decretó” el final del balconning solidario y desde entonces los sanitarios han aparecido en varios homenajes, destacando el premio a la concordia de la Fundación Princesa de Asturias.
El 99% de los sanitarios siguen igual de mal que antes de la Covid. Ya no tienen que usar bolsas de basura para protegerse como hace un año, es cierto, pero siguen teniendo una retribución insuficiente y el acceso a su profesión es una carrera de obstáculos diseñada para que muchos se queden por el camino o se vean obligados a emigrar. A pesar de crecer el número de camas, sea con hospitales dedicados, como el Isabel de Zendal, sea con ampliaciones de hospitales existentes, como en Cataluña, el número de sanitarios no ha crecido y hay que planificar muy bien el relevo generacional porque el 40% de los médicos en activo tiene más de 55 años.
Hay un grupo reducido, pero muy ruidoso, de sanitarios que salen en los medios para contarnos su milonga, cada cual la suya. Los hay que buscan un puesto público, los que aprovechan cualquier momento para hacer política, los que buscan notoriedad, los que defienden las tesis sindicales y ahora cerca de Sant Jordi los que nos quieren vender su libro. Con tanto ruido, tanto exceso de información y tanto sesgo negativo en la misma, es difícil separar el grano de la paja, pero merece la pena analizar la realidad de unos profesionales que están en el centro de nuestra cotidianeidad desde hace un año. Para la gran mayoría esta epidemia solo les ha traído más trabajo y presión. Al molesto gremio de políticos que, además, son médicos y tratan de vendernos sus creencias y confinamientos absurdos envueltos en paracetamol, índices y vacunas no merece que le dediquemos ni un segundo más, bastantes nos roban cada día.
Los sanitarios de a pie lo están pasando mal porque son un colectivo debilitado al que le ha llegado un tremendo exceso de trabajo. Las competencias en Sanidad se comenzaron a transferir hace 40 años por Cataluña y hace 20 acabó el proceso en todo el estado. Esto explica que, como en casi todo, tengamos 17 realidades diferentes. Los ratios de médicos, enfermeras, camas, UCI… por habitante presentan una gran divergencia, hasta el 50% en algunos ratios, de igual modo que la relación entre el sistema público y el privado de salud es diferente. En unas comunidades conviven en perfecta armonía y en otras se ignoran. Eso hace que la presión sobre el sistema sanitario varíe por comunidades más allá del índice de contagios.
El sistema de sanitario español se parece al británico, italiano y portugués, pero difiere del francés o el alemán. En nuestro caso el sistema se financia predominantemente a través de impuestos y el acceso es universal. El médico de familia controla la derivación a especialistas y los profesionales tienen un salario fundamentalmente fijo. El sistema lo controlan los gobiernos y el sistema público convive con el privado. Todos estos puntos que nos pueden parecer obvios son diferentes en países de nuestro entorno donde el acceso no es universal, existe copago y los profesionales son remunerados por acto médico. No existe ahora ninguna intención de cambiar el sistema, pero para analizar sus carencias hay que asumir cómo funciona.
El principal problema de nuestro sistema sanitario es su presupuesto. La salud es cara y, afortunadamente, vivimos en un país con alta esperanza de vida, lo que implica que un número elevado de nuestros conciudadanos hacen un uso intensivo del sistema sanitario. Por eso en época de crisis se producen recortes, porque la sanitaria es de las facturas más elevadas de todo presupuesto autonómico.
Fruto de esos recortes hay hoy menos profesionales de los necesarios. No es infrecuente ver hospitales cerrados total o parcialmente al menos en ciertas épocas del año por falta de profesionales y las listas de espera se deben, fundamentalmente, a una infradotación de personal, lo cual es paradójico cuando el número de licenciados es alto, obligando a un buen número de ellos a emigrar o a la precarización de su empleo. Un tercio de los contratos de sanitarios son temporales.
España sale mal en la comparación con los países de la Unión Europea. Ocupa la posición 11 de 27 respecto al número de médicos por habitante y el 23 por el número de enfermeros. Ocupa el puesto 25 en camas por habitante, estando por debajo de la mitad de Alemania o Francia. Alemania tiene 33 UCI por cada 100.000 habitantes, España 8, con alguna comunidad por debajo de 5. El gasto sanitario en relación al PIB es el 12 de la Unión Europea. Con lo poco que le dedicamos a la salud es un milagro que seamos el país con mayor esperanza de vida al nacer de la Unión Europea.
Ahora tocaría recompensar a la profesión sanitaria, algo que se puede hacer reduciendo costes inútiles, que los hay en todas y cada una de las autonomías por no hablar del gobierno de la nación, y sobre todo planificar el relevo generacional que ya está teniendo lugar, coordinar la oferta educativa con la planificación de plazas, mejorar los ratios de camas y UCI por habitante y coordinar mejor la sanidad pública y la privada. Me temo que son muchos deberes para unos políticos a quienes, en general, solo les interesa ganar elecciones, cuantas más mejor. Cuando pase la pandemia nadie hablará de los sanitarios.