El consenso agoniza. El club de las Españas se hace angosto, intransitable. El golpe de timón de Pablo iglesias en la Comunidad de Madrid deja dos rastros: su arrojo y su excesivo protagonismo. Los apretones de Ciudadanos, un partido plasta, han acabado por liquidar el centro político; el desafío viene ahora de la extrema izquierda y va directo al corazón de la derecha madrileña, hechizada por el yugo y las flechas. España ha entrado en combustión; es como si el país entero se hubiese contaminado del desafío catalán; la obsesión es reducir al enemigo que un día fue solo tu contrincante. La batalla de Madrid será entre Ayuso e Iglesias: el Teatro de la Comedia frente al Jarama, el Alcázar ante el Puente de los Franceses. Comunismo o libertad; socialismo o Gürtel (apostilla delicadamente Benjamín Prado). Con un convidado de piedra, Ángel Gabilondo, que podría resultar vencedor en la Asamblea más allá de la victoria de Díaz Ayuso en las urnas, como pronostican los sondeos.
La agonía política llega por exceso, no por defecto. El paso de Iglesias le permite a Podemos superar el escuálido 5% en la Asamblea. Deja la vicepresidencia del Gobierno para volver al origen; no olvidemos que Podemos pasó de 42 diputados en el Congreso hasta 35, en los comicios de abril de 2019, una caída que expresa la absoluta necesidad de recuperar a su partido, cercano ya a un principio del fin similar al de Ciudadanos. La amarga derrota de Podemos en Galicia, donde desapareció del parlamento autonómico, la caída en picado en Euskadi, el estallido de su división en Andalucía y el mal menor catalán de En Comú Podem (menos votos e igual número de escaños), han acabado provocando que el líder regrese a la arena del fragor. No permitirá una debacle como la de Julio Anguita, en su momento, ni adoptará los brazos caídos de Alberto Garzón, coordinador federal de Izquierda Unida (IU) y actual ministro de Consumo. Iglesias le propuso al líder de IU que siguiese el ejemplo de Illa en Cataluña, pero Garzón se niega a dejar la política nacional por la regional.
Al hilo de este argumento, Iglesias anuncia su retirada después del último servicio: “En política hay que saber cuando llega el momento de cambiar los liderazgos; dejemos a Yolanda avanzar y que sea ella la primera presidenta mujer de España”. Su golpe de timón no le conduce a la gloria; solo trata de salvar los muebles, como dice el demoscópico Narciso Michavila. El nuevo escenario de Iglesias es un Gólgota más propio del salvapatrias que del ganador. Proclama una alianza con Íñigo Errejón, cuando “las cicatrices del pasado languidecen ante la urgencia de derrotar a la derecha”, pero no habrá candidatura única porque, en este caso, uno más uno no suman dos y por la condición de Mas Madrid de no invisibilizar a la doctora Mónica García, candidata de la formación.
Ayuso calienta motores; envuelta en el estandarte, señala la entraña palaciega con aquella Salutación del optimista del Rubén Darío menor (con perdón), que celebró la Hispanidad de Maeztu y Unamuno, en el Ateneo de Madrid, arrebatándosela al republicanismo rojo. En la Plaza del Sol se arremolina un victimario que dice querer salvar a España; es el pelotón de MAR, los que han convertido la praxis en narrativa, entre los que destacará muy pronto el grupo tránsfuga de Ciudadanos, liderado por Toni Cantó --ex miembro de Vecinos de Torrelodones y ex de UPyD-- y dispuesto a insertarse finalmente en el núcleo Ayuso-Vox, su inclinación natural.
Mientras la calle se viste del “Madrid que bien resistes”, los de Ayuso alzan su Dos de Mayo --“Oigo patria tu aflicción y escucho el triste concierto que forman, tocando a muerto, la campana y el cañón...”. Los de Pablo jalean al líder contrario al bipartidismo, el que dijo “no nos representan” y que ahora, 14 meses después de ser nombrado vicepresidente del Gobierno, se va tan pancho a dar la cara en las barricadas del mitin. Los altozanos que contornean la capital rememoran los Diarios de Azaña, el presidente literato que alcanzó los cielos rondando los arrabales del fresco y las privaciones. Los que soñamos en colores hemos empezado a ver milicianos paseando por La Latina.
Uno se alegra especialmente de que Cataluña haya dejado de ocupar el centro de todas las miradas. El órdago capitalino se lleva por delante las estocadas del republicanismo catalán, muy activo ayer a la hora de exigir una Ley de Amnistía para seguir adelante con la mesa de negociación. Ni caso. En política, descubrir a los culpables del estropicio no puede oscurecer el diagnóstico. Pero una cosa si es cierta: la crisis territorial alimenta el frentismo derecha-izquierda. Vamos mal.