La celebración del Mobile World Congress está seriamente amenazada. La archifamosa feria de telefonía móvil planea abrir sus puertas en Barcelona a finales del próximo mes de junio. Pero durante esta semana llovió sobre los organizadores una racha de cancelaciones. Una veintena de titanes de la talla de las escandinavas Ericsson y Nokia, la japonesa Sony, la inglesa British Telecom y las americanas Facebook, Oracle y AT&T hicieron saber que, sintiéndolo mucho, no concurrirán al evento.
Para justificar su ausencia, arguyen una serie de motivos. El más relevante reside en que el desastre sanitario provocado por el Covid dista mucho de estar resuelto. Las vacunas todavía no se han administrado al grueso de la población. Y en semejantes circunstancias, resulta temerario montar una reunión a la que en principio deberían acudir legiones de ciudadanos procedentes de medio mundo.
No es la primera vez que el tropel de empresas antedicho se descuelga del Mobile. Exactamente lo mismo hizo el año pasado. En la presente ocasión, a lo sumo se avendría a efectuar sus exhibiciones por internet. Es de lamentar que las más de veinte bajas quizá señalen el comienzo de una riada de abandonos.
Los encargados de los preparativos, curándose en salud, habían previsto que el acontecimiento, escalonado del 28 de junio al 1 de julio, tendría unas dimensiones bastante reducidas. Calculaban que los visitantes se limitarían a no más de 50.000 personas. Tal cifra contrasta radicalmente con la del Mobile de hace dos años, que congregó a 110.000 profesionales de 109 países.
El desengaño vivido estos días con la deserción de varios gigantes entraña muchas similitudes con el que ocurrió el año anterior. A la sazón, el coronavirus ya había estallado en China y empezaba a propagarse por el mundo a velocidad supersónica.
LG fue la primera marca que dio a conocer su desistimiento. Tras él se precipitó un chorreo de anulaciones encabezadas por Samsung, Ericsson, Huawei, Cisco, Intel y Facebook. Cuando las rescisiones ya sumaban una treintena, el comité impulsor del certamen arrojó la toalla y revocó la convocatoria.
Este año ha dictado unas estrictas medidas de seguridad y ha pactado con el Govern un extenso plan de salud, modificable sobre la marcha. Entre otras cautelas incluye la exigencia de certificados PCR negativos a todos los asistentes.
Ello se debe a que la situación sanitaria de España es manifiestamente mejorable. De hecho, sólo van inyectadas unas 5,3 millones de vacunas y el número de personas inmunizadas ronda el millón y medio.
El Gobierno, en un alarde de euforia, augura que el 70% de la población habrá recibido los dos pinchazos hacia el verano. Pero al perezoso ritmo actual, ese vaticinio es poco realista. En consecuencia, la puesta en funcionamiento de un congreso multitudinario como el Mobile se antoja aventurada.
Todos los sectores económicos anhelan la vuelta a una cierta normalidad lo más pronto posible. Pero cónclaves de la talla del mentado encuentro mundial pueden acarrear un paso atrás en el control de la pandemia.
Las renuncias de grandes industrias notificadas en las últimas jornadas no invitan al optimismo. Por el contrario, entre los observadores cunde la sensación de que el Mobile 2021 lleva plomo en las alas.