La llamada de Donald Trump a no aceptar el resultado electoral, y la respuesta de sus más radicales invadiendo violentamente el Capitolio, pasará a la historia como uno de los episodios más lamentables de las democracias occidentales.
Ante un desprecio tan miserable e indiscutible a las instituciones norteamericanas, la respuesta no se ha hecho esperar. Así, y al margen de la acción de la justicia, ya se ha anunciado que al presidente se le bloqueado el acceso a sus redes predilectas, Twitter o Facebook entre otras, así como la decisión de alguna entidad bancaria de dejar de financiar sus negocios. Y estamos tan sólo en el inicio de lo que será un sin parar de muestras de repudio a Donald Trump.
Una reacción súbita que refleja lo más preocupante de la deriva estadounidense en los últimos cuatro años: el silencio radical de los republicanos y la mayor parte del establishment económico demócrata, ante lo que resultaba evidente y alarmante desde los primeros meses con Trump en la Casa Blanca.
En un país que se reconocía por la fortaleza de sus instituciones, el juego de los contrapoderes, o la libertad de sus congresistas y senadores, no sujetos a la disciplina férrea de los aparatos de partido, ha llegado un personaje autoritario y déspota como Trump y, tras haber despedazado la democracia estadounidense, facilita el asalto violento al Capitolio, sin que nadie pueda impedirlo.
Es sólo entonces, cuando ya no puede ocultarse su desvarío y resulta inminente el fin de su mandato, que se inicia una especie de competición para ver quién le sacude de manera más contundente. Si desolador resulta el legado de Trump, no lo es menos el silencio de aquellos que le rieron sus idioteces o, simplemente, callaron.
Faltaron horas para comparar lo sucedido en Estados Unidos con lo que venimos viviendo en Cataluña, y algún que otro parecido hay. Una diferencia es que en Estados Unidos la caída de Trump fue contundente y concreta, resultado de su derrota ante Joe Biden. En Cataluña, sin embargo, el debilitamiento del independentismo más radical se toma sus años, pero desde que se intuyó que iba a la baja, muchos que lo legitimaron empezaron a tomar distancias y, en el supuesto de que el PSC ganara las próximas elecciones, a no pocos les invadiría un episodio de amnesia.
Que en Cataluña se hayan dado episodios de trumpismo, y que buena parte de la sociedad también haya callado, puede abatirnos o, por el contrario, hacernos pensar que no somos tan raros. Después de tantos años adoctrinándonos que, una vez independientes, podríamos ser como Finlandia o Dinamarca, resulta que ya nos parecemos a los estadounidenses. Que no está nada mal.