El martes pasado un amigo apareció con un regalo muy divertido para mi hijo: Bruccy un mordedor de caucho en forma de Brócoli. Para que vaya acostumbrándose a comer sano, no como su madre, que es capaz de comerse Donuts de color rosa y cenar pizza cada día del año.

Mi amigo lleva ya unos años intentando ser vegano y llevar una vida saludable (ha dejado el gluten, el alcohol, los lácteos y muchas cosas más), y nos discutimos a menudo por si realmente vale la pena estar tan obsesionado con la dieta, cuando no sabes si te vas a morir mañana.

De todas formas, creo que está bien que mi hijo aprenda a comer sano y el día que le empiecen a salir los dientes le daré a Bruccy para que lo descuartice. Igual hasta le compro otro mordedor en forma de verdura. La empresa que los fabrica, Oli&Carol, también ha creado un nabo llamado Ramona, el champiñón Manolo y Kendall, una col kale.

Me pregunto si mi hijo cuando vaya a la escuela me pedirá un bocata de jamón o me exigirá dos rebanadas de pan sin gluten con aguacate y rodajas de remolacha. El bocata del desayuno te daba cierto estatus ante los compañeros de clase. Como el mío era casi siempre de Bimbo con mortadela barata (gracias, mamá), mi reputación estaba por los suelos, pero no quiero que a mi hijo le ocurra lo mismo.

Me resulta difícil imaginar a mi hijo en la escuela, pero confío en que cuando llegue el momento ya no hagan falta las mascarillas y los profesores sean gente apasionada por su trabajo --y estén bien pagados. Me gustaría que cuando llegue el día en que el profesor de Historia abra el libro y diga: “Hoy vamos a estudiar lo que ocurrió en 2020, el año en que nacisteis la mayoría de vosotros”, mi hijo no suelte un “buf” en plan pasota, sino que lo escuche con atención. El profesor les hará reflexionar y debatir sobre la pandemia --lo que se hizo bien, lo que se hizo mal-- y quizás hasta alguno decida ser médico o investigador de mayor. Me encantaría que mi hijo fuera médico (y también que comiera sano), pero sé que no está en mis manos decidir su futuro. Lo único que puedo hacer, con la ayuda de sus profesores, es intentar convertirlo en una personita curiosa y abierta de mente, que conciba el mundo como un lugar donde no existen “nosotros” y “los otros”.