Para hacer maldad, cualquiera es poderoso, declaró Fray Luis de León durante el proceso inquisitorial al que fue sometido. En los últimos días, los comentarios públicos de numerosos nacionalistas catalanes confirman que no pueden más, que rebosan maldad, es tanto el odio que anida en sus entrañas que se muestran incapaces de disimular. Manifestar, sonriendo o ignorando, el rechazo hacia el que no piensa como ellos es el arma más poderosa que siempre han tenido. Siglos atrás mascullaban en privado su hispanofobia, en el siglo XXI han encontrado en las redes un veloz vehículo para hacer efectivo el potencial destructivo de sus odios.
Quizás se haya equivocado Sánchez y su gobierno en la previsión del impacto y en la gestión ante la imparable propagación del maldito virus, es posible y tiempo habrá de valorarlo y, llegado el caso, de censurarlo. Pero que conocidos y mediáticos nacionalistas concluyan que ‘España mata’, es un juicio moral tan falso como repulsivo. Expresiones de ese tipo revelan la calidad humana del que la emite o la piensa.
En tiempo de crisis hay que ser optimistas, y es posible que esas protuberancias mentales de algunos nacionalistas pueden ser la señal de un canto del cisne del movimiento. Pensar ahora en la legitimidad y el mandato del Poble Català o en la liberación de la oprimida nación catalana es, para muchos seres humanos del resto de España, un delirio en estado terminal.
Lo que menos soporta la mayor parte de la ciudadanía española es tener que escuchar -en este preciso y doloroso contexto- una sola exigencia por nimia que sea de un nacionalista. Qué bien lo ha entendido el PNV. Seguro que Urkullu y su cohorte católica han llamado a capilla a su militancia para advertirles con un simple gesto que calladitos están mejor. No vayan a tirar por la borda la exitosa campaña con la que han conseguido ser llamados partido progresista y leal. Vivir para ver, sobrevivir para alucinar.
A los nacionalistas catalanes les ha pasado como a un relumbrado escritor español que, cuando consiguió el premio Nobel, se creyó que merecía todo, el Cervantes, el Planeta y mucho más. El virus les ha infectado tanto que han enfermado mortalmente de lo que los griegos llamaban hubris, soberbia irracional. De ser admirados y con simpatía llamados peseteros, los nacionalistas pasaron a ser considerados en tiempos de Pujol como descaradamente dinerófagos, hasta que con Mas y Junqueras son vistos ya como peligrosos e insaciables dineróvoros.
Y, ahora, cuando España toca a rebato, cualquier gesto o declaración agresiva del nacionalismo suena a maldad en estado puro o, cuando menos, a grotesca bufonada o a petulancia tosca. Y lo que es peor para ellos, a estas alturas la gran mayoría de los ciudadanos les ha perdido el respeto. El coronavirus ha infectado gravemente al nacionalismo y respira con dificultad, aunque ya se sabe, bicho malo nunca muere.