Aterrorizar, coartar, menospreciar a periodistas es deporte del que algunos antidemócratas gustan. O cercenarles la libertad para ejercer su trabajo. Ocurre en muchos países del mundo. Algunos de ellos, democráticos. Que no digo yo que España sea México, donde los informadores mueren a decenas, ni Rusia, donde los encarcelan, ni China, donde los meten en psiquiátricos y la censura es férrea. Pero en el nuestro, por poner apenas un ejemplo, la regresión de la libertad de expresión abarca a pretensiones como la de la Junta Electoral Central de prohibir a los medios hablar de "presos políticos": yo no pienso que quienes están en Lledoners lo sean, pero, si lo pensase, me gustaría poderlo expresar libremente.
Y ahora, ya que hablamos de Cataluña, en el otro lado, si así puede decirse, nos encontramos con una nueva campaña de acoso y de intento de derribo propiciado por quienes, desde la ferocidad, se proclaman independentistas más radicales, contra mis compañeros de profesión.
Y eso me hace preguntarme, otra vez, qué tiene que suceder en Cataluña para que la gente, la buena gente, al margen de lo que piense, estalle de una vez contra la barbarie que quema contenedores, apedrea a las fuerzas del orden o impide a quienes quieren asistir a una entrega de premios que se llama Princesa de Girona que puedan llegar hasta su destino o que, si llegan, no lo hagan escupidos y vejados. Todo eso también tiene que ver, desde luego, con la libertad de expresión.
Pero volviendo a mis colegas catalanes: intentan aislarlos, señalarlos, encasillarlos en obediencias políticas que no tienen. Fascismo puro, y conste que no me gusta emplear esta palabra maldita a humo de pajas. Mis compañeros marcados por la diana de los inciviles se llaman esta vez Laura, Xavier, Xoan, Estefanía o Maika. Su delito debe de ser el mismo en el que incurren algunos profesores universitarios y de institutos, a quienes se insulta con los peores (des)calificativos o/y se aparta de sus trabajos por no ser lo suficientemente puros en la defensa de una independencia unilateral de Cataluña respecto del resto de España. Mis mejores recuerdos para todos ellos. Y para esos otros informadores agobiados y molestados en las calles cuando tratan de contar lo que en ellas sucede.
Mientras Torra, que teóricamente es el máximo encargado de mantener el orden en la Comunidad Autónoma que preside, sea el principal portavoz de la provocación y de la confrontación, cómo esperar que la muchachada de los tsunamis respete el trabajo profesional, dignísimo, de unos periodistas que dicen, como es su obligación, lo-que-les-da-la-gana al margen de consignas, de coacciones o de temores. E, insisto, me refiero también a la labor, no menos valiente --qué remedio nos queda a veces que desempeñarnos con ese valor, involuntario--, de esos reporteros de televisión asediados y agredidos por masas instaladas en el salvajismo. Periodistas con casco y chalecos antibalas en las calles de Barcelona, qué espectáculo.
O también habrá que hablar, en este contexto de la libertad de expresión cada día más amenazada, de Vox impidiendo que los periodistas críticos con esta formación entren a sus mítines. Califican ellos a estos periodistas de agentes de la ultraizquierda infiltrados. Nada menos; ahí queda eso. La verdad es que el propio Abascal no supo responderme adecuadamente, me pareció, cuando se lo planteé este jueves en un programa de radio: ¿cómo creer que una formación es democrática cuando trata a los informadores tan mal como lo hace Trump con los periodistas que le incomodan?
Y voy a hacer dejación ya, en esta columna que quiere ser un lamento y una denuncia, de otras cuestiones ya casi tópicas: ruedas de prensa sin preguntas, líderes políticos que se niegan a ser entrevistados por periódicos, televisiones y radios no afines… Este conflicto entre la libertad de expresión y un entorno cada día más involucionado, en uno u otro sentido, ha pesado sobre las últimas horas de la campaña electoral. Y seguirá haciéndolo, no me cabe duda, en los próximos meses.
Hasta que los periodistas sepamos articular una respuesta. En Cataluña y, ya vemos, en el resto de España. Es urgente que los informadores y los medios, de uno y otro lado, pensemos como pensemos y defendamos lo que defendamos, hagamos notar nuestro malestar por una situación que, al menos a mí, pero me consta que a muchos otros, nos disgusta profundamente. Algo hay que hacer. Algo haremos. Lo prometo. Continuará.