Cuando, en 1964, Pablo VI proclamó a San Benito patrón de Europa, le reconocía sus méritos como fundador, en el siglo VI, de la orden de los benedictinos y, con ella, de la vida monacal. Sus monasterios, expandidos por toda Europa, dieron unidad espiritual al continente, y resultaron fundamentales para preservar y enriquecer el extraordinario legado civilizatorio de la antigüedad grecorromana, desde el pensamiento al derecho.
A lo largo de quince siglos la orden ha arraigado por toda Europa, como símbolo de sabiduría discreta, de prudencia y recogimiento, lejos del ruido y la inmediatez. Una realidad que conocemos bien en España, donde la influencia benedictina se expande por todo su territorio desde hace cerca de un milenio. Sin embargo, en años recientes esa mesura y discernimiento se ha visto alterada por el protagonismo de dos de sus principales monasterios: la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos y la de Santa María de Montserrat.
En el caso del Valle de los Caídos, la trifulca por la exhumación de Francisco Franco ha dado una enorme relevancia a su prior, Santiago Cantera quien, en su primera juventud, fue candidato por Falange Española al Congreso de los Diputados. En los últimos meses ha reverdecido el espíritu de las cruzadas, orientándolo a impedir la salida de los restos de Franco. Sus diatribas y amenazas se han multiplicado dirigiéndolas, entre otros, al Vaticano y al Tribunal Supremo, por no mencionar a los colectivos y partidos políticos favorables a la exhumación. Muy propio del espíritu de San Benito.
Acerca de Montserrat, al margen del reciente informe que califica al monje Andreu Soler de “depredador sexual y pederasta” por sus abusos continuados amparados por el indigno silencio de la orden, su protagonismo en la vida pública proviene de su apoyo al soberanismo. Sorprende que en una cuestión que tanto divide a los fieles catalanes, muchos monjes benedictinos se sitúen, de manera tan explícita como altisonante, en uno de los bandos. Y resulta aún más asombroso que hagan suyas lecturas muy simples de una cuestión tan compleja y cargada de matices. La abadía de Montserrat ha dejado de ser, por méritos propios, espacio común de todos los catalanes.
Es de suponer que todos los benedictinos, de Montserrat o del Valle de los Caídos, se habrán formado en las mismas lecturas. Así, me surgen dos preguntas: ¿las entendieron? ¿qué haría San Benito si levantara la cabeza? Quizás, sencillamente, estemos ante uno más de los muchos dislates de nuestros tiempos. ¿Porqué los desatinos no tenían que llegar también a la orden benedictina?