Nadie sabe que está haciendo el amor por última vez cuando está haciendo el amor por última vez. En su libro Sobre la tiranía, Timothy Snyder utiliza esta analogía para explicar cómo se pierde la democracia. Cuando aparecen las señales de que la estamos perdiendo no somos conscientes de lo que está pasando.
En Cataluña vivimos varias de las señales de deterioro democrático de las que alerta Snyder en sus libros. Apelar a la excepcionalidad del momento para justificar cualquier comportamiento o arrogarse la voz del “pueblo” o del “país” por parte de un grupo explican episodios como los vividos en Santa Coloma de Farners o Barcelona con motivo de la toma de posesión de alcaldes y alcaldesas.
La esperpéntica manifestación en la plaza Sant Jaume para intentar deslegitimar la elección de Ada Colau no puede desvincularse del llamado que hicieron miembros del Govern, como su portavoz, Meritxell Budó, y el presidente, Quim Torra, a dar “una respuesta de país” al pacto que permitía que Colau consiguiera los 21 avales para ser escogida.
¿En qué momento una parte de la ciudadanía decidió que ellos y ellas eran “el país”? ¿Y qué significa dar una “respuesta de país”? ¿Que un grupo que no ha obtenido los suficientes apoyos en las urnas para que su candidato sea alcalde intente saltarse las reglas?
Yo viví en primera persona la manifestación de la plaza Sant Jaume y lo que sucedió allí no tiene nada que ver con la democracia a la que apelan constantemente las fuerzas independentistas paseando letras gigantes por las calles. Desde la mañana, grupos de manifestantes cubiertos de símbolos ocuparon la plaza para evitar que las personas que querían celebrar el pacto pudieran acceder. Cualquier rostro no independentista conocido que identificaban eran insultado y obligado a desistir en el empeño de encontrar un lugar en la plaza. Los que conseguimos quedarnos, arrinconados en una esquina, éramos constantemente insultados por el simple hecho que no llevábamos símbolos encima, algo que nos identificaba como enemigos.
Snyder recuerda en sus dos últimos libros que Victor Klemperer, un filólogo judío que sobrevivió a la Alemania nazi, advertía de que se usaba el término “pueblo” para referirse sólo a algunas personas y el peligro que ello conllevaba. Ahora vemos como la historia se repite con Donald Trump, Marine Le Pen y muchos otros. En Cataluña una parte de los partidarios de la independencia también insisten en negar la legitimidad democrática que tiene aquella parte de la ciudadanía que piensa distinto y hablan a nombre del país. Cualquier alternativa de gobierno a la independentista o nacionalista, ya sea en la Generalitat o en los ayuntamientos, es considerada una anomalía democrática.
Episodios como los de la plaza Sant Jaume, pero también los incumplimientos a cualquier obligación institucional, son justificados por “la excepcionalidad del momento” de la que alerta Snyder. Una estrategia que busca convencer a la ciudadanía de la existencia de una excepción que puede transformarse luego en una emergencia permanente que justifique cualquier cosa.
Otra señal inequívoca del deterioro de la democracia de la que habla Snyder es el uso que se hace de los símbolos. Algo que no tendría que ser en sí negativo, como llevar una cruz o una chapa reivindicativa, se convierte en una amenaza cuando es utilizado para exhibir lealtad o en una fuente de exclusión de una parte de la población. Las personas que no exhibían símbolos en Sant Jaume eran insultadas. Porque se sabía que no habían asistido a mostrar lealtad a “la causa”. Y esto es algo que debería preocuparnos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, una parte de los europeos creó el mito de su incorruptible resistencia. Pero lo cierto es que historiadores como Tony Judt e Ian Kershaw constatan que las personas que ahora admiramos eran consideradas excepcionales o excéntricas. Los que no cambiaron cuando el mundo a su alrededor se volvió loco eran una minoría. También eran minoría los que no renunciaron a la diferencia entre lo que querían oír y lo que oían realmente. En Cataluña vivimos mucho de esto. Una parte de la población no escucha a la otra, no es capaz de ver la parte de razón que tiene su adversario político. Nadie quiere renunciar a su propia verdad y reconocer que la democracia consiste en aceptar que no existe una verdad revelada, que todos y todas tenemos que ceder y aceptar las reglas.