La presencia de la ultraderecha en el Parlamento Europeo (PE) después de las elecciones del 26M ha aumentado, no tanto como pronosticaban algunas encuestas, pero sí hasta situarse en un 23% de los diputados electos. Insuficientes para constituir una minoría de bloqueo institucional, pero bastantes para hacer ruido.
España, país mayoritariamente proeuropeo, hará una pequeña aportación a la bancada antieuropea: Vox, con tres diputados; Ahora Repúblicas, con otros tres, y Lliures per Catalunya (Junts), con dos, total ocho diputados electos, entre los que figuran Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, que queda por ver si podrán tomar posesión de sus actas de eurodiputados.
Vox no engaña, va como ultraderecha al PE y adopta la nueva estrategia de esta. Ya no propugna la salida de la UE, sino quedarse y convertirla en una cáscara vacía hasta que se pueda desechar o utilizar de algún modo para fines distintos a los objetivos de la integración. Marine Le Pen marca el rumbo ideológico del conglomerado continental de la extrema derecha en el Parlamento, aprendió mucho de su derrota en las presidenciales de 2017 ante Emmanuel Macron y tomó nota de que los franceses, incluso muchos de sus votantes, quieren permanecer en el euro y en la Unión. La ultraderecha improvisará, pero desde el inicio de la legislatura saldrá a entorpecer tanto como pueda.
Vox apunta en su programa electoral algunos de los elementos para sentar las bases de esa “nueva Unión” reducida a Mercado Único, con la contradicción de proteger al máximo los intereses económicos nacionales, y que recuperaría la plena soberanía de los estados –¡ah!, ¡esa confusión entre soberanía del estado y cesión de competencias!–, reinstauraría la unanimidad en la toma de todas las decisiones, eliminaría cualquier atisbo de federalización, acotaría (hasta la anulación) la primacía del derecho comunitario… y así hasta el vaciado total.
¿A qué van Puigdemont y Junqueras al PE? Lo han dicho y repetido hasta la saciedad, con el altavoz supletorio de Torra: a “internacionalizar el procés” y denunciar “la represión del Estado español” y “la situación de los presos políticos y exiliados”. Y como gran objetivo aportan que la UE “garantice y proteja el ejercicio del derecho a la autodeterminación de los pueblos que la componen”, según reza en el programa de ERC, punto compartido por Junqueras junto con la retahíla de denuncias contra “el Estado español represor”.
ERC añade, también como propuesta estrella, que la UE adopte un “procedimiento de ampliación interna (sic) para la incorporación automática de nuevos Estados formados por ciudadanos y territorios que previamente formaban parte de la UE” (¡el Estado de la República Catalana!). El resto de apuntes programáticos es relleno. Junqueras riza el rizo y se presenta además como candidato a presidir la Comisión Europea.
Produce estupefacción la insultante frivolidad política de Puigdemont y Junqueras, premiada para colmo con el 49% del voto del 26M en Cataluña. Los objetivos (europeos) de ambos chocan frontalmente con los Tratados de la Unión y contra la idea misma de la construcción europea. Constituyen un flagrante engaño a sus crédulos y emocionales votantes.
¿Qué es más disolvente, el programa de Vox o el de Puigdemont y Junqueras? Las dos pretensiones programáticas solo pueden calificarse de antieuropeísmo en el orden de las ideas y de anti-UE en la práctica. La de la ultraderecha es más peligrosa porque aboga por una infiltración pausada, pero firme, en la UE, la misma táctica que Vox está siguiendo en España. La del independentismo es puro efectismo, fuegos artificiales para la galería, sin ninguna posibilidad de penetración en la UE.
¿Cómo pueden pretender que la UE, que es la construcción de derecho más sólida del sistema internacional, reconozca el derecho a la autodeterminación de partes de sus Estados miembros, que son precisamente miembros de la UE porque son Estados democráticos en los que no se dan las circunstancias que en último extremo permitirían una invocación del derecho a la autodeterminación? De los dirigentes independentistas no se puede esperar ningún rigor intelectual ni ninguna honestidad política.
Alrededor de la autodeterminación han montado una de las mayores intoxicaciones del procés. Empezaron con el “derecho a decidir”, que llegó a engatusar incluso a parte de la izquierda, y han continuado con esa traición conceptual surrealista a lo Magritte (“Esto no es una pipa”): “La autodeterminación no es delito”.